Vida del apóstol Tomás según sus Hechos Apócrifos

Nupcial


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Acto IX de los Hechos de Tomás. Migdonia, mujer de Carisio (2)

Carisio tuvo suficiente. Su enfado llegó a grados extremos, aunque no tuvo respuesta que dar a las palabras de su mujer, pues la consideraba superior a él en riqueza y entendimiento. Cuando marchó a cenar, hizo que llamaran a Migdonia, pero ella no quiso acudir. La situación era prácticamente de ruptura. Carisio la acusaba de dejarse embaucar por la magia del extranjero, que enseñaba que los maridos no debían convivir con sus esposas, con lo que se posicionaba contra las normas de la naturaleza y las leyes de los dioses.

Sobre la resurrección de los muertos, añade el siríaco, éste “hace como que traspasa a los muertos a la vida”. Finge ayunar y no comer, pero lo hace porque no tiene nada que llevarse a la boca. Migdonia permaneció muda mientras Carisio le hablaba y sólo pensaba en volver a ver al apóstol cuando amaneciera. Carisio se alejó de ella desanimado y fue a cenar solo, como también solo se retiró a acostarse. Migdonia, postrada de rodillas, oró a Dios pidiendo que la conservara libre de la desvergüenza de Carisio y firme en la práctica de la castidad para que pudiera obtener así la vida eterna.

Después que hubo cenado, se acercó Carisio a Migdonia y, según la versión siríaca, se desnudó. Migdonia reaccionó diciendo a gritos a su marido: “Desde ahora, no tienes ya lugar junto a mí, pues mi Señor Jesús es mejor que tú”. Después de unas palabras de protesta, Carisio intentó acostarse con Migdonia, pero ella no lo consintió. Por el contrario, elevó una invocación al Señor pidiendo protección contra las pretensiones de su marido. Se soltó de las manos de su marido y escapó desnuda. Al salir de la alcoba, arrancó una cortina, se envolvió con ella, se dirigió al dormitorio de su nodriza y durmió junto a ella.

Carisio pasó la noche en vela golpeándose el rostro y deseando que se hiciera de día para acudir al rey y contarle lo que estaba sucediendo. Pensaba hablarle de la locura del extranjero que estaba sembrando el desconcierto entre los matrimonios. Su palabra, que humillaba a los nobles y honrados ciudadanos, había hecho caer en la más baja humillación el alma inmensa de Migdonia. Mujer intachable había huido desnuda posiblemente en busca del extranjero que la tenía presa de la locura. Estas quejas fueron seguidas de una amarga lamentación, que solamente tendría alivio si pudiera acabar cuanto antes con el extranjero y su mensaje perverso.

Carisio y el rey conspiran contra Tomás

Después de pasar la noche en semejantes pensamientos, marchó con el rostro triste a saludar al rey. Éste comprendió que su pariente estaba preocupado y le preguntó las causas. Carisio hizo una detallada exposición de la nueva situación creada con la llegada de Judas Tomás a la India, al que el general Sifor no sólo lo había traído, sino que además lo albergaba en su propia casa. Acusaba al extranjero de enseñar doctrinas extrañas. Decía, por ejemplo: “No podéis entrar en la vida eterna, que yo os predico, si no os apartáis de vuestras mujeres, e igualmente éstas de sus maridos”. Era ésta una acusación recurrente, pero que nunca aparece en el texto en boca de los protagonistas, sino en la de personas hostiles, como es el caso actual. Carisio contaba cómo Migdonia lo había abandonado para irse con el mago extranjero. Urgía al rey que hiciera buscar al general Sifor y al extranjero y condenarlos a muerte para evitar así que todo el pueblo pereciera.

El rey Misdeo intentó tranquilizar a su amigo prometiendo buscar y castigar a los culpables. Carisio recuperaría a su mujer y daría satisfacción a tantos que no tenían medios para resolver su problema. Salió el rey fuera de palacio y se sentó en el tribunal. Mandó llamar, ante todo, al general Sifor, general en jefe del ejército, a quien ya hemos conocido a lo largo de la narración. Estaba en su casa, sentado a la derecha de Tomás, a cuyos pies se encontraba Migdonia con una muchedumbre de personas que escuchaban la predicación del apóstol. Sifor quedó desolado cuando supo que el rey lo reclamaba. No temía por sí mismo, sino por el problema que podría crearse, y que él había presagiado cuando advirtió a Tomás que aquella mujer era la esposa de un pariente y amigo del rey. Sifor, a quien el apóstol había tratado de animar, se embozó en su manto y se dirigió al encuentro del rey (c. 102,3).

El apóstol Tomás preguntó a Migdonia por qué su marido se encontraba tan irritado. Ella le contó lo sucedido en la noche anterior, su rechazo de las pretensiones de su marido y su huida. El apóstol señalaba a Jesús como compañero de Migdonia para seguir el difícil camino al que se enfrentaba. Sifor, por su parte, se presentó ante el rey, que lo interrogó sobre el mago al que tenía albergado en su casa. El general hizo una apología de la persona y de la misión de Tomás. Contó las penas que habían sufrido su mujer y su hija. Oyó hablar de aquel hombre y de las obras maravillosas que realizaba y acudió a él en demanda de auxilio. No solamente curó a su mujer y a su hija, sino que tuvo ocasión de contemplar obras maravillosas, como la historia de los onagros y la expulsión de unos demonios. Era un hombre que no exigía nada por sus favores y que enseñaba a adorar y temer a un solo Dios y a su Hijo Jesucristo, vida y dador de vida.

(Cámara nupcial)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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