El Evangelio de Judas y el antijudaísmo cristiano (y III)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Antes de responder en próximos posts a algunas interesantes cuestiones suscitadas por los lectores la semana pasada (y que incitan ya a tratar la cuestión del antijudaísmo de los textos canónicos), aclaro en lo que sigue mi posición respecto a la cuestión principal de los posts anteriores.

No puede decirse, en rigor, que el Evangelio de Judas supera el antijudaísmo. El autor del nuevo apócrifo no está –como escribió por ejemplo Marvin Meyer– “en paz con” el judaísmo. No lo está, por varias razones, y ante todo porque recusa el judaísmo en uno de sus fundamentos: el reconocimiento del Dios de Israel como única verdadera divinidad. Además, tal como señaló en el congreso de París de 2006, dedicado al EvJud, Majella Franzmann, el EvJud identifica implícitamente a Judas con Abrahán, o como una figura de tipo abrahámico, en la medida en que contiene la imagen de las estrellas vinculada con la idea del liderazgo de una raza o generación, así como la idea de un sacrificio humano del que el líder sería responsable. En este sentido, no considero en absoluto justificado el optimismo de algunos de los editores del texto, que pensaron que este podría servir como antídoto eficaz al ominoso y tradicional antijudaísmo.

No obstante, esto no es todo lo que cabe ver aquí. Contrariamente a una opinión comúnmente sostenida, según la cual la transformación del dios de la Biblia hebrea en un dios menos, arrogante y tiránico, fue en el mejor de los casos una aberración herética, y en el peor una medida antijudía, al proceder a tal inversión de valores, puede decirse que distintos grupos “gnósticos”, como los setianos, los valentinianos y otros, estaban simplemente colocando la herencia judía del cristianismo en una perspectiva desacostumbrada y más distante.

A consecuencia de ello, el cristianismo de tipo gnóstico no fue tan agresivo hacia el pueblo judío como varias otras ramas del cristianismo del s. II. De hecho, como el Evangelio de Judas demuestra ampliamente, quienes se consideraban miembros de la “semilla de Set” eran más proclives a enzarzarse en debates polémicos con sus correligionarios cristianos que con sus contemporáneos judíos.

La ausencia de un discurso genérico (y denigratorio) sobre los judíos –o sobre la multitud jerusalemita –, así como la omisión de todo lo relativo a la muerte de Jesús tal y como es narrado en los canónicos (odio, azotes, burlas, crucifixión, sufrimiento, etc.) aleja del foco de interés aquellos elementos más susceptibles de crear animadversión hacia los judíos tanto en los intelectuales polemistas como en las masas.

Y es en este sentido en el que cabe plantear legítimamente si un eventual triunfo de una visión “gnóstica” del mundo no habría al menos evitado las facetas más penosas y trágicas del innegable antijudaísmo de las corrientes cristianas históricamente exitosas.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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