Vida del apóstol Tomás en sus Hechos Apócrifos

Eucaristía


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Hecho XIII (cc. 150-158): Bautismo de Vazán

El Hecho decimotercero y último se desarrolla en torno al hijo del rey. Todo empieza con una súplica del joven Vazán, dirigida a Judas Tomás, en la que proyecta convencer al carcelero a fin de que permitiera al apóstol salir de la cárcel para ir a la casa de Vazán y administrarle el bautismo. De ese modo se convertiría en siervo de Dios y guardián de sus mandamientos. Informaba a Tomás de que a pesar de su edad de veintiún años, llevaba siete unido en matrimonio con la joven Mnesara.

Vivía Vazán con su esposa en castidad, lo mismo que había vivido hasta el momento de contraer matrimonio con ella. Su conducta de continencia absoluta y de no haber conocido mujer era motivo del concepto de inútil que su padre tenía de él. Mnesara, su joven esposa, estaba aquejada de una enfermedad muy grave. El ruego de Vazán abarcaba la intención de que el apóstol curara a Mnesara como preludio de la prometida vida eterna.

“Si crees, verás las maravillas de Dios”, fue la respuesta de Tomás. Entretanto, Tercia, Migdonia y Marcia, sobornaron al carcelero mediante una fuerte suma de dinero y entraron también en la cárcel, donde ya estaban Vazán y el general Sifor con su mujer y su hija. Los presos estaban sentados escuchando la palabra predicada por el apóstol. Cuando Judas Tomás vio a las tres damas dentro de la cárcel, quiso saber de qué medios se habían valido para entrar. Tercia explicó que el mismo apóstol en persona las había invitado a entrar como premisa para que la gloria del Señor quedara de manifiesto. Entró Tomás y cerró las puertas, por lo que las tres mujeres tuvieron que sobornar al carcelero para que les franqueara la entrada.

Tomás quiso que las tres mujeres contaran los detalles de su entrada en la cárcel, lo que no dejaba de producirles sorpresa dado que Tomás no se había apartado de ellas. Tercia contó que su esposo el rey confiaba en que todavía no estuviera hechizada por las artes de Tomás, como hacía con todos “mediante el aceite, agua, pan y vino” (c. 152,1). (La versión griega suprime aquí una vez más la mención del vino, recogida en el siríaco). Para ello, mantenía encerradas a Tercia, Migdonia y Marcia, que fueron liberadas milagrosamente por el apóstol. Tercia expresaba su temor de no poder resistir a las maniobras de su esposo Misdeo si no eran confirmadas antes por el bautismo. En consecuencia, pidió con carácter de urgencia a Tomás que les concediera el sello. Cuando ya había iniciado Tomás la ceremonia con una solemne invocación, llegó el carcelero y ordenó que apagaran las lámparas para que los sucesos no llegaran a oídos del rey. Apagaron, en efecto, las lámparas y se durmieron.

Judas Tomás conversaba con el Señor pidiendo que iluminara a los suyos. Al punto, la cárcel se llenó de luz, que no percibieron los encarcelados, sino que fue contemplada solamente por los que creían en el Señor (c. 153,2). El apóstol encargó a Vazán que trajera y preparara todo lo necesario para el servicio. Las puertas de la prisión se abrirían y cerrarían sin problema porque los guardianes dormían. Vazán se encontró en el camino con su esposa Mnesara que acudía al encuentro con Tomás. Se había podido levantar sola porque había sido ayudada por un misterioso joven que la acompañaba. El joven y su misión recuerdan la escena de los HchPl en Éfeso, referida en el Papiro de Hamburgo 3,10-4,5

Llegaron todos a la casa de Vazán. Cuando Mnesara vio a Tomás, recordó que había sido él quien la había entregado al joven que la traía de la mano. Se volvió para señalar a su acompañante, pero había desaparecido. Al sentirse sola e incapaz de mantenerse en pie, Judas le dio seguridades diciéndole: “Jesús te conducirá de ahora en adelante” (c. 155,2). La joven Mnesara se puso a correr delante de todos. Alrededor de la casa de Vazán, una gran luz iluminaba la noche. Entretanto, pronunció Judas Tomás una larga plegaria introductoria de la ceremonia bautismal. Nombraba nominalmente a Vazán, Tercia y Mnesara para quienes pedía que Jesús fuera para ellos guía, médico y descanso.

Al punto, encargó Tomás a Migdonia que desvistiera a sus hermanas Tercia y Mnesara. Las ciñó luego con ceñidores y las condujo al apóstol. Iba Vazán en primer lugar, las demás le seguían. Judas Tomás tomó un recipiente con aceite y pronunció una invocación sobre el significado del aceite en la vida de hombre. Pidió después que Jesús derramara su gracia y su poder sobre el aceite que iba a ser el material de la unción previa al bautismo. Vertió primero el aceite sobre la cabeza de Vazán y luego sobre las de las dos mujeres rogando que sirviera como “perdón de los pecados, rechazo del adversario y salvación de sus almas”. Ordenó a Migdonia que ungiera a las mujeres, como él lo hizo con Vazán. “Después de ungirlos, los hizo bajar al agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (c. 157,4).

Según era habitual, tras la ceremonia del bautismo siguió la fracción del pan o celebración de la eucaristía. En efecto, tomó Judas Tomás pan y un cáliz. Una vez más la versión siríaca añade el detalle de que el cáliz contenía una mezcla de vino y agua. La bendición que pronunció era una exposición de la doctrina eucarística. Decía claramente: “Comemos tu santo cuerpo crucificado por nosotros, y bebemos tu sangre derramada por nosotros para nuestra salvación” (c. 158,1). Recordemos que la fecha de composición de estos HchTom se remonta a principios del siglo III. Después de esta diáfana confesión, suplicaba Judas Tomás una serie de dones relacionados con detalles de la pasión de Jesús, tales como la hiel que le hicieron beber, las burlas en el pretorio, la corona de espinas, el sudario con que fue vendado, la sepultura y la resurrección.

A continuación, partió el pan y se lo dio a Vazán, a Tercia, a Mnesara, a la mujer de Sifor y a su hija diciendo: “Sea para vosotros esta eucaristía salvación, alegría y salud de vuestras almas”. Los interesados respondieron con el “amén”, ratificado por una voz celestial que al solemne “amén” añadía la recomendación de no temer, sino de creer (c. 158,3).

(Signos de la Eucaristía)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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