A vueltas con el Canon del Nuevo Testamento. “Compartir” (65) de 8 enero de 2015. Preguntas y respuestas

Escribe Antonio Piñero



Desde hace tiempo he querido preguntarle acerca de unas afirmaciones suyas que encontré en su libro Guía para entender el Nuevo Testamento (Madrid: Trotta, 2006). Primero, al estar usted exponiendo cómo se formó el canon del Nuevo Testamento, dice lo siguiente: “El canon tuvo que ser un acto positivo porque su resultado deja entrever varios actos de fuerza: … se eliminaron otros muchos evangelios que podían tener a priori fundamentos para ser aceptados como el Evangelio de Pedro, el de Tomás o el los Nazarenos (no en su estado actual, manipulado después de la formación del canon, sino en el que suponemos primitivo).” Páginas 51 y 52.

Me llamó mucho la atención la parte donde dice que en los tres ejemplos que pone hay razones (o “fundamentos”) a priori para considerarlos canónicos, pero no explica en qué consisten estos fundamentos.

Después, en esta misma obra suya pero en otro contexto, al abordar usted el tema de la posibilidad de reconstruir una imagen históricamente plausible de Jesús de Nazaret, hace la siguientes declaraciones que pienso podrían explicar en cierta medida aquello de los fundamentos para considerar estos evangelios apócrifos como buenos candidatos al canon neotestamentario. Lo vuelvo a citar: “Dicho esto, salvo contadísimas y muy discutidas excepciones (Evangelio de Pedro; Evangelio de Tomás, Papiro Egerton 2; Papiro de Oxirrinco840), los Evangelios apócrifos en su forma actual no nos proporcionan informaciones fiables sobre Jesús.” pp. 165-166. Y poco más adelante: “Respecto a los Evangelios apócrifos mencionados hace un momento (Evangelio de Pedro, de Tomás, etc.) hay que manifestar que es hoy opinión casi unánime que pueden contener alguna información fidedigna sobre el Jesús histórico. Pero para alcanzarla es aún más necesaria si cabe una gran labor de crítica y tamización de tales textos. En general puede decirse también que se utilizan sobre todo para corroborar ciertas informaciones obtenidas de los textos más antiguos, los Evangelios Canónicos.” Página 166.

Me permito hacerle algunas preguntas con la mayor precisión que puedo:

1. ¿Estoy en lo correcto, en un intento de interpretarlo a usted, si digo que ésta (es decir, que estos evangelios apócrifos “pueden contener alguna información fidedigna sobre el Jesús histórico”) es al menos una razón de por qué estos evangelios apócrifos pueden ser considerados a priori como buenos candidatos para el canon?

2. Si así es, ¿hay algunas otras razones para pensar que estos evangelios apócrifos, al menos en teoría, pudieron haber sido buenos competidores de los cuatro canónicos, en términos de legitimidad a priori para ingresar al canon?

3. Además del Evangelio de Pedro, de Tomás y el de los Nazarenos (en una forma más primitiva), incluiría usted los Papiros Egerton 2 y Oxirrrinco 840 y algún otro en esta lista de candidatos al canon? (Me parece percibir que sus listas de evangelios apócrifos con estas características especiales no pretenden ser exhaustivas en ninguna de las tres citas de su libro, ¿estoy en lo correcto?)

Debo aclarar que no pienso que usted haya intentado con estas declaraciones de su libro decirle a los cuerpos eclesiásticos qué debieron o no debieron hacer cuando (de la manera en que lo hayan hecho) definieron la lista de libros canónicos del Nuevo Testamento. Entiendo que usted no pretende hablar como eclesiástico, ni mucho menos como creyente, sino como filólogo e historiador, así que cuando habla de incluir o no incluir algo en el canon lo hace de manera meramente hipotética y como un observador externo, pero que piensa que tiene algo importante qué decir al considerar los factores que muy probablemente llevaron a los cristianos de los siglos II y III a elegir la lista que eligieron y que es muy similar (no idéntica) a la que se impuso definitivamente en los siglos posteriores.

Muchas gracias por leer estas preguntas y me dará muchos gusto recibir, por medio de su blog si así lo quiere, sus respuestas.


R.:

Mi planteamiento es global, y en realidad está respondiendo con mesura a los planteamientos de H. Koester y J. Dios Crossan y otros que defienden la tesis de que el Evangelio de Tomas y el de Pedro son contemporáneos en su base (deducida por la crítica) al material sinóptico utilizado por Marcos y sucesores, Mateo y Lucas

He escrito repetidas veces que la Iglesia no ha dejado documento alguno sobre la formación del canon, pero que leyendo entre líneas son tres los argumentos que debieron de manejarse a la hora de que las iglesias de corte paulino, entre el 150 y 170 aproximadamente empezaran a formar listas canónicas del Nuevo Testamento y a transmitírselas unas a otras (empezando quizás desde Roma, o por Éfeso, también muy probable, donde había más copias de diversos evangelios):

1: Procedencia directa o indirecta de los apóstoles de Jesús; procedencia histórica o fingida con credibilidad.

2: Que el conjunto ideológico de los evangelios se atuviera a una cierta “regla de fe” o “depósito de fe” (1 Timoteo) que pusiera ser asumido por las iglesia de corte teológico paulino.

3: Que se tratara de evangelios que eran leídos en un número suficiente de iglesias importantes en los oficios litúrgicos dominicales

Es posible que siendo material sinóptico, Pap. Egerton y otros cumplieran con estas normas.
Es posible que el Evangelio de Pedro, aun siendo fantasioso (por ejemplo, la cruz parlante) tenga detalles que pueden complementar la tradición sinóptica (un análisis detallado en un libro vertido al español, R. E. Brown, “La muerte del mesías” 2 vols. Editorial Verbo Divino, publicado hacia 2011.

Por tanto su interpretación en cuestión 1 es correcta. En cuanto a 2, no pienso que hubiera una competitividad seria, porque no fueron copiados por los escribas cristianos a finales del siglo II e inicios del III lo mismo que los canónicos, lo que quiere decir que no eran “buenos competidores” y respecto a 3: la lista no es exhaustiva, pero están casi todos los que los investigadores consideran importantes como posibles competidores de los Sinópticos y a tener en cuenta, aunque sea solo hipotéticamente.

Y en cuenta al “acto de fuerza” o un acto de “política eclesiástica” expreso como acto positivo de formación del canon, mi argumento es que la estructura de la composición del canon no es casual. En efecto:

• 4 Evangelios = 4 puntos cardinales, toda la tierra, representados en el acrónimo ADAM = ser humano (A: Arkton = Norte; Dios: Dýsis, poniente = Occidente; A: Anatolé, Oriente; M.: Mesembría, mediodía = Sur) = Jesús el segundo Adán, ser humano perfecto. (Hechos es la segunda parte del Evangelio de Lucas y no cuenta como obra autónoma)

• Corpus paulino 13 + 1 (Hebreos) para formar 14 cartas = 7 + 7

• Restos de los apóstoles: 7 cartas (1 2 Pedro Santiago Judas 1 2 3 Juan)

• 7 cartas del Apocalipsis a 7 iglesias importantes de Asia Menor

Semejante juego de números no es casual. Por tanto, parece que fue (fueron) un (unos) acto(s) de política eclesiástica, impulsados por Roma o Éfeso

Casi todo el Nuevo Testamento es netamente paulino (incluidos 1 2 Pedro). El resto, más o menos judeocristiano (quizás petrino) era asimilable al paulinismo = Evangelio de Mateo; Apocalipsis; Judas y Santiago son epístolas ante todo morales, no dogmáticas. Si pensamos que el impulsor del canon ha sido Éfeso más que Roma, tenemos la ventaja supletoria de que era mucho más fácil asimilar el Evangelio de Juan y el Apocalipsis que nacen en Asia Menor. Y el Evangelio de Mateo (¿Antioquía) es paulino en su concepción de la muerte del Mesías como sacrificio en pro de los pecados de toda la humanidad.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
Www.antoniopinero.com
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