El Reino/reinado de Dios según Jesús. Una síntesis (V. 602)

Escribe Antonio Piñero


¿Quién es el rey de este reino?

La respuesta a esta pregunta es variada. Se da por supuesto que el rey supremo es Dios, aunque dada la distancia entre la divinidad y los hombres, Dios no ejercerá el dominio propio de su reinado directamente. El Jesús que aparece en la tradición evangélica no es explícito a este propósito, por lo que acudimos a la tradición de la teología del judaísmo de su entorno que sin duda Jesús compartía.

El rey de la primera fase del Reino de Dios sería, para la inmensa mayoría del pueblo, el “mesías”. Pero esta figura se concebía de modos muy diferentes en la época de Jesús. Normalmente –se pensaba- sería un personaje descendiente da algún modo de David, conforme a la profecía de Natán de 2 Sam 7, que se ha citado en el capítulo anterior. Tendría este rey davídico dos facetas: una guerrera; otra, de cuidado de que se enseñara la Ley y fuera como la “constitución” del Reino y se cumpliera exactamente. Respecto a su faceta guerrera sería un hombre que ejercitaría expresamente la acción bélica contra los extranjeros, para expulsarlos de la tierra de Israel de modo que el pueblo no tuviera impedimento en practicar libremente su religión. Pero a la vez no confiaría en sus propias armas, ni en jinetes ni carros de combate, sino que la victoria vendría concedida expresamente por Dios. ¿Cómo intervendría Éste? Con una acción maravillosa y directa, o bien por medio de sus ángeles (“doce legiones de ángeles”: Mt 26,53). Esta imagen de rey guerrero, pero también pacífico, promotor de la Ley y del bienestar del pueblo –una vez establecido el Reino-, es la del Salmo 17 de la colección denominada Salmos de Salomón.



Para otros judíos de la época, como los representados en los Manuscritos del Mar Muerto o en los Testamentos de los XII Patriarcas , habría en realidad dos “reyes”, es decir, dos “mesías”: uno sacerdotal; otro guerrero. El texto más famoso que presenta esta idea es 1QS IX 9-11 (Regla de la comunidad de Qumrán):

… Serán gobernados [los miembros de la comunidad de Qumrán] por las ordenanzas primeras en las que comenzaron a ser instruidos, hasta que venga el profeta (el precursor) y los mesías de Aarón [sacerdotal] y de Israel [el guerrero].


Para otros judíos del siglo I, el rey-mesías habría de ser también una figura humana, pero de algún modo celeste. Las figuras eran variadas: Melquisedec (Génesis 14,18), o un “hijo de Dios” o “hijo del Altísimo”, o un Hijo del Hombre, o el “profeta” Henoc, o una figura indeterminada, que actuaría en la tierra como delgado divino. De este personaje trataremos más adelante al discutir si Jesús se creyó a sí mismo, o no, el Hijo del Hombre como juez universal del Gran Juicio (p. *).

Finalmente, para otros judíos, el “rey” de esta primera fase del Reino sería simplemente el sumo sacerdote en funciones. Hemos visto en el capítulo anterior cómo el sumo sacerdote es en el pensamiento judío del tiempo de Jesús, por un lado, el representante del pueblo ante la divinidad; por otro, el representante de Dios para el pueblo. En un régimen teocrático, para muchos judíos la figura del sumo sacerdote y su consejo bastaba para regir la nación. Igualmente podría ser así en la primera fase del futuro reino mesiánico.


2. Segunda fase o segundo “reino futuro de Dios”

Éste vendrá, según el autor del Apocalipsis (20,7), “cuando se terminen los mil años y sea Satanás soltado de su prisión”. Podemos considerar que no es éste propiamente un “segundo” reino, sino la segunda fase del “Reino de Dios en general”. Habrá entonces otra lucha mesiánica de los malvados, capitaneados por Satanás, contra Jesús y sus fieles. Pero estas huestes del Mal serán definitivamente derrotadas, y entonces tendrá lugar el Gran Juicio final. Inmediatamente antes habrá una resurrección universal para que sean juzgadas todas las gentes: se abrirán los libros celestes, o las “tablas celestiales” y todas las naciones y pueblos serán examinados según sus obras.

Finalmente, tras el juicio, los malvados recibirán su castigo junto con el Diablo, su seductor, arrojados todos a un lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, símbolos del Imperio Romano y por extensión de todos los imperios malvados de la tierra. Allí serán todos atormentados día y noche por los siglos de los siglos (Ap 20,10).

Para los justos vendrá entonces el “cielo nuevo y la tierra nueva” absolutos, cuya característica principal es que se trata ya de un reino ultramundano, en el más allá. Sus habitantes no sufrirán nunca más la muerte, no habrá llanto, ni gritos ni fatigas porque el mundo viejo “ha pasado”, ha desaparecido. El paraíso es esplendoroso: como una ciudad de piedras preciosas y oro. El trono de Dios estará en medio de ella y la felicidad consistirá en darle culto:

Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche; ni tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos (Ap 22,3-5).

Esta breve descripción del “segundo Reino de Dios” es obra del presbítero Juan, uno de los autores del Nuevo Testamento más enraizados en el judeocristianismo. Como ya apuntamos, es de suponer que es por ello uno de los que más fielmente se acerca al pensamiento del Jesús histórico, por lo que podemos atribuir a éste una concepción del Segundo Reino parecida a la que hemos señalado.

Parece lícito, pues, formular la hipótesis de que Jesús se imaginaba dos reinos de Dios o quizá mejor un Reino de Dios en dos fases: la primera, inmediata, en la tierra de Israel, con la recepción por parte de los fieles del ciento por uno de cuanto hubieren debido sacrificar anteriormente, un Reino pleno de bienes espirituales y materiales. Tras éste vendría la segunda fase, otro “Reino de Dios definitivo”, una vida en el otro mundo absoluto, el “segundo mundo futuro”, muy espiritualizado como piensa el cristiano hoy día, junto a la divinidad, un estar gozoso rodeado de los patriarcas del pueblo (“en el seno de Abrahán”: Lc 16,23), disfrutando de una existencia como la de “los ángeles en el cielo”. Si es así, y ello parece posible, Jesús debía de concebir este mundo futuro, ultramundano, defini¬tivo o final, como un lugar celeste donde los bienaven¬turados son los justos supervivientes que viven ya una vida angélica. La actividad principal del justo resucitado será la contemplación y la alabanza de Dios junto con los ángeles.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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