Conclusiones del libro “Los orígenes del cristianismo en Asia Menor. Textos e historia (70-135 d.C.)”. (604)




Escribe Antonio Piñero

Prometí la semana pasada que continuaríamos con las conclusiones del libro del Prof. Fontana, ya que un análisis pormenorizado de cada uno de los capítulos sería demasiado largo y farragoso. Así que cumplo lo prometido.

Estoy de acuerdo con el autor en su idea del principio de su libro que hay que contextualizar el incipiente movimiento cristiano, que da origen a obras muy importantes dentro de la lista de libros sagrados del Nuevo Testamento (el canon) en el contexto histórico general del Asia Menor romana. Y para ello me parece estupendo que intente el Prof. Fontana ofrecer al lector un panorama de cómo era el Éfeso romano, cuna de grandes obras cristianas como diremos.


Y otra cosa importante, como desde el los inicios del siglo XX el movimiento de “historia de las formas” trataba de explicar el origen de las obras del Nuevo Testamento, y en especial las diferentes escenas, o perícopas (secciones) de los evangelios, como un producto de la predicación cristiana y de la obra moldeadora de la comunidad que estaba detrás, me parece estupendo que intente precisar qué tipo de comunidades, o grupos sociales había en Asia Menor, y que tipos de gentes diversas dieron lugar a obras diversas: Evangelio de Lucas / Hechos de los apóstoles, Evangelio de Juan y Apocalipsis.


Con todo, observa el autor que –debido a las características de estos textos todos ellos centrados en sus particulares problemas teológicos y disciplinares, y formalmente muy distantes del mundo circundante–, se hace muy difícil trazar vínculos tangibles entre la información que a base de mucho análisis se puede sacar de los textos cristianos y la realidad que reconstruyen los estudios históricos generales de la época y el lugar, es decir, en este caso el Asia Menor y en concreto Éfeso


Me ha parecido interesante –confieso que yo mismo me he ocupado menos de esta aspecto y más del ideológico– y que he quedado gratamente sorprendido al ver cómo el autor ha logrado, a base de estudiar la documentación epigráfica (las inscripciones recogidas y editadas de la zona), mostrar que era muy posible la difusión del cristianismo entre ciertas agrupaciones profesionales, y también la presencia de cristianos en la “familia del César”, es decir, entre los funcionarios que formaban el núcleo de la administración imperial. Los cristianos no eran todo esclavos, como decía la historiografía marxista a finales del siglo XIX y principios del XX,, sino ante todo gente de clase media (y algunos de baja), normalmente libres. Solo los menos serían esclavos, salvo aquellos que al convertirse el padre de familia al cristianismo, se “convertían” igualmente con él. Estas relaciones sociales más elevadas de lo que se había pensado contribuyeron a explicar la rápida expansión del movimiento de seguidores de Jesús en el espacio romano de Asia Menor.


“Frente a la imagen que se desprende del idealizado relato de Hechos” –escribe el autor– en donde se presentaba al misionero cristiano”, aislado de su contexto social, “predicando ante un ignoto auditorio sin otro bagaje que el ardor de su fe, nuestra reconstrucción habla de unos individuos que se sirvieron de los recursos que les suministraba la sociedad en la que trataban de abrirse camino”. Coincido con estas observaciones, ya que he señalado a menudo que tanto Pablo como otros misioneros judeocristianos helenísticos, de lengua griega, no eran gente que iban predicando a la aventura, sino que utilizaban las redes sociales de la época –los amigos, parientes y conocidos– y las sinagogas y sus diversas ramificaciones, para ir extendiéndose.


Sin embargo, no estoy en absoluto de acuerdo con el autor cuando este sostiene que cuando el cristianismo de cuño helenista se abrió paso entre diversos grupos de temerosos de Dios (esto es, individuos que orbitaban en los alrededores del judaísmo; que iban todos los sábados a la sinagoga, que admiraban el monoteísmo, las virtudes sociales y el apoyo mutuo de los judíos entre sí), el cristianismo les “ofrecía” la posibilidad de ser plenamente ‘judíos’ sin tener que asumir las onerosas cargas de la Ley: bastaba solo con la proclamación de su fe en el Resucitado”. No creo que esto sea así, o por lo menos no me parece bien formulado. Teniendo en cuenta que los textos que se estudian en este libro (Lc/Hch EvJuan; Apoc) muestran que aceptan el marco mental paulino respecto a cómo entender la figura, la muerte y la resurrección de Jesús, hay que pensar que el evangelio no ofrecía a los temerosos de Dios el hacerse “judíos”. Lo que yo creo que predicaban estos cristianos helenistas de cuño paulino era que los temerosos de Dios –tras aceptar por un acto de fe que Jesús era el mesías, que Dios había rescatado a toda la humanidad por medio del sacrificio vicario de la cruz– debían, o podían, seguir siendo paganos. De ningún modo tenían que hacerse “judíos” ni siquiera metafóricamente.


Pablo lo había dicho muy claro a los corintios (1 Cor 7,17-20 escrita precisamente desde Éfeso, lugar donde estuvo casi tres años, más que en ningún otro sitio de os que visitó) que


“Cada uno siga como le asignó el Señor; cada cual viva del modo como le ha llamado Dios. Y así lo ordeno en todas las iglesias. 18 ¿Fue llamado uno siendo circunciso? No rehaga su prepucio. ¿Fue llamado uno siendo incircunciso? No se circuncide. 19 La circuncisión es nada, y nada la incircuncisión; lo que importa es el cumplimiento de los mandamientos de Dios. 20 Permanezca cada uno en la llamada en la que fue llamado por Dios”.


Es este un pasaje que considero muy importante y que muchas veces no se entiende bien o no se obtienen de él las consecuencias que Pablo hubiera querido. La línea de pensamiento de todo el párrafo es en principio clara y contundente: el que ha sido llamado por Dios a la fe en el Mesías siga viviendo y comportándose (respecto al cumplimiento de la Ley que afecta en concreto a la circuncisión) como era cuando le fue hecha la llamada para responder al evangelio (es decir, cuando respondió a la predicación del evangelio con un acto de fe en Jesús como el mesías.

La consecuencia es trascendental: el judío ha de creer ciertamente en el Mesías de Israel, Jesús, ha de aceptar la llamada a convertirse al evangelio, pero ha de seguir comportándose como judío y cumpliendo aquellas normas de la alianza del Sinaí que lo señalan como miembro de ella, especialmente –por su repercusión exterior-- el deber de la circuncisión y las leyes sobre la pureza cultual y los alimentos. Si no lo hace, sostiene Pablo, no sigue la norma que predica en todas las iglesias, a saber que el judío convertido no abandone el judaísmo.


En el pensamiento global de Pablo es absolutamente impensable que la venida del Mesías acabe con la Alianza de Dios con cada israelita y con la distinción de dos “pueblos” en el mundo, los judíos y los gentiles, diversidad querida por Dios. Y quizás es también muy importante, por sus consecuencias, caer en la cuenta de que Pablo hace afirmación indirecta de su judaísmo ante las preguntas de sus interlocutores gentiles, los de Corinto que le habían remitido una carta preguntándole sobre esto. Al sostener que el judío llamado a la fe en el Mesías no “rehaga su prepucio” (indica que no debe dejar de ser judío, pues había apóstatas del judaísmo que se hacían operar por famosos cirujanos de la época para ocultar su circuncisión). Y esto lo dice de sí mismo y de todos los judíos. Según la Promesa de Dios a Abrahán (Génesis 17,5), este será padre de los judíos y de numerosos pueblos. Pablo deduce las consecuencias: los gentiles no pueden convertirse en judíos…Si eso fuera así, ¡habría un solo pueblo!... y jamás Abrahán sería padre de numerosos pueblos.


Por consiguiente afirma Pablo respecto a los paganos que se hacen creyentes: ¿Fue llamado uno siendo incircunciso? No se circuncide. Por tanto, el que ha sido llamado como gentil/pagano a responder a la proclamación del Mesías, no necesita de modo alguno circuncidarse, hacerse judío de ninguna forma, ni observar las normas de la alianza del Sinaí (circuncisión; alimentos; pureza ritual), sencillamente porque no debe hacerse judío al convertirse al Mesías; es heredero de Abrahán, cierto, pero heredero adoptivo. Formará parte de esos pueblos que al convertirse a la fe en el Mesías tienen como padre al “Abrahán-padre-de-numerosos-pueblos-por-tanto-no-judíos”.


El pagano convertido es llamado a ser miembro del cuerpo místico del Mesías de Israel, es decir, miembro del Israel de los tiempos finales o mesiánicos, pero como gentil. Y todo ello a pesar de las opiniones de algunos adversarios de Pablo. Lo que importa –dice Pablo– es cumplir los mandamientos de Dios, observar las normas o preceptos que este ha dispuesto para la plenitud de los tiempos hasta el final de la historia. Pero las normas o mandamientos no son iguales para judíos y paganos, ambos creyentes en el Mesías, porque son dos pueblos distintos. La gran revelación concedida al Apóstol es que los dos pueblos se salvan por igual permaneciendo sin cambios: el judíos sigue siendo judío y el pagano siendo pagano tras aceptar la llamada de la fe.


Por eso dice Pablo que considerada en sí misma la circuncisión o la incircuncisión son nada¸ no tienen importancia por sí mismas. No puede entenderse de ningún modo (sería absurdo en el pensamiento de Pablo completo) que el Apóstol esté eliminando el valor de la ley de Moisés para los judíos convertidos a Cristo. Entiéndase bien la explicación en Gálatas (2,15-21 y 3,19-29). Esta fundamenta las diversas distinciones sobre la Ley: todos tienen que cumplir la parte de la Ley que es universal y eterna, como dice en Romanos 2; pero no todos tienen que cumplir la parte de la Ley “específica” de los judíos, es decir circuncisión, alimentos y pureza. Esas normas las seguirán cumpliendo los judíos creyentes en Jesús porque no dejan de ser judíos. Ni pueden ni deben, dice Pablo en el texto que comentamos.


Lo que importa para nuestro pasaje es que Pablo defiende dos posturas importantes en este texto de 1 Corintios: 1. De ningún modo quedan exentos los judíos creyentes en el Mesías de observar la ley mosaica completa. Esto comporta algunos pequeños inconvenientes, y Pablo lo sabe, pero la llamada a Israel como pueblo elegido tiene también otras grandes ventajas (Rom 9,4-5: filiación, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas). 2. De ningún modo estas leyes específicas para los judíos deben ser observadas por los gentiles convertidos.


Me gustaría saber si el autor del libro que comentamos está de acuerdo con mi argumentación, o bien yo no he entendido correctamente cuando él afirma que el cristianismo de los judíos de cuño helenistas ofrecían a los paganos hacerse “judíos” pero sin observar las leyes de la circuncisión, alimentos y pureza. Creo que debe matizarse, o corregirse esta afirmación.


Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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