La Tercera carta de Juan: cristianismos separados en Asia Menor en la primera mitad del siglo II (618)

Escribe Gonzalo Fontana



La nota de hoy es un breve comentario sobre uno de los documentos neotestamentarios que, en general, han sido objeto de menor atención, la Tercera carta de Juan. No obstante, y por algún azar que ignoramos, el texto, compuesto quizás en torno a 120, acabo por recalar en el canon. Pues bien, por mucho que su lectura carezca de la altura espiritual del resto del corpus joánico o de la categoría literaria de la Carta a los Hebreos, sin embargo, sus quince versículos son quizás el más esclarecedor de los documentos que tenemos a disposición para hacernos una idea de la realidad de los cristianismos asiáticos en la primera mitad del s. II.



Su estilo da a entender que el texto se mueve dentro de las claves doctrinales de los discursos del cuarto evangelio. Su autor es un innominado “presbítero”, esto es, uno de los dirigentes de su comunidad —aunque seguramente no es todavía un “obispo”—:



El Presbítero al querido Gayo a quien amo según la verdad. Pido, querido, en mis oraciones que vayas bien en todo como va bien tu alma y que goces de salud. Grande fue mi alegría al llegar los hermanos y dar testimonio de tu verdad , puesto que caminas según la verdad. No experimento alegría mayor que oír que mis hijos caminan según la verdad. (3Jn 1-4)



El presbítero, dirigente de una comunidad cristiana joánica —quizás se trate del “presbítero Juan” mencionado por Papías o, desde luego, alguien muy parecido—, se dirige a Gayo, un miembro de otra comunidad cercana, a cuenta de ciertos problemas. Sin duda, ambos, emisor y receptor, pertenecen a comunidades de origen judío, ya que la misiva da cuenta de otro grupo cristiano ajeno a ellos y constituido por gentiles:



Pues por el Nombre salieron sin recibir nada de los gentiles. (3Jn 7)



Según parece, un importante miembro de esa comunidad gentil se ha negado a recibir a unos “hermanos” —seguramente misioneros itinerantes—, que se han presentado entre ellos, acaso enviados por el mismo autor de la carta. Y no solo eso, los ha dejado en una situación sumamente precaria siendo que eran forasteros en la ciudad. Afortunadamente, han recibido la ayuda del caritativo Gayo, a quien el presbítero dirige su gratitud. El pequeño incidente le sirve de pretexto para realizar una feroz crítica contra el malvado dirigente de la comunidad de los gentiles:



Pero Diótrefes, ése que ambiciona el primer puesto entre ellos, no nos recibe. Por eso, cuando vaya, le recordaré las cosas que está haciendo, criticándonos con palabras llenas de malicia; y como si no fuera bastante, tampoco recibe a los hermanos, impide a los que desean hacerlo y los expulsa de la Iglesia. (3Jn 9-10)



Este Diótrefes aprovecha su influencia para hacer feas insinuaciones sobre la comunidad a la que pertenece el autor. Y de hecho, su perniciosa influencia solo se podrá contrarrestar, al parecer, apoyando a otro candidato al puesto de dirigente supremo de la comunidad:



Todos, y hasta la misma Verdad, dan testimonio de Demetrio. También nosotros damos testimonio y sabes que nuestro testimonio es verdadero. Tengo mucho que escribirte, pero no quiero hacerlo con tinta y pluma. Espero verte pronto y hablaremos de viva voz. (3Jn 12-14)



La recomendación no pasa de una insinuación. Pero el billete es una pieza maestra del arte de la manipulación. Aprovechando un pretexto secundario —agradecer la ayuda que Gayo ha prestado a unos hermanos en apuros—, su autor trata de sustituir al hostil Diótrefes por Demetrio, un individuo más proclive a sus intereses.



Esta descripción revela un hecho fundamental: en una misma área geográfica conviven dos comunidades cristianas bien distintas: una de origen judío y otra de origen gentil, las cuales, aunque mantienen ciertas relaciones, todavía siguen manteniendo plena conciencia de sus diferencias. Teniendo en cuenta que la carta es, desde luego, posterior al Evangelio de Juan, es de suponer que estos cristianos, por judíos que se sintieran, ya estaban fuera de la sinagoga —son, de hecho, aposynágogoi—, pero eso no hace de ellos, de momento, miembros de una religión distinta al judaísmo. Son herejes expulsados de Israel que todavía no han dado el paso de romper definitivamente con sus orígenes.



Sin embargo, ese paso iba a ser tomado muy pronto. Desamparados y sin referencias, se vieron en la tesitura de acabar en una marginalidad sectaria al estilo de los ebionitas o los elcasaítas o bien sumarse a la generosa oferta que les hacía la corriente gentil mayoritaria en Asia. Y en algún momento del s. II aceptaron el ofrecimiento. De hecho, en algún momento concreto, el Evangelio de Juan da noticia de conocer —y reconocer— a otros grupos cristianos:



También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. (Jn 10, 16)



Semejante declaración solo puede ser indicio de que los últimos autores que intervinieron sobre el Evangelio de Juan reconocían la existencia de otros cristianos —seguramente los propios gentiles de los que habla el presbítero en la carta joánica, seguramente los gentiles que están detrás de Lucas y Hechos— a los que también había de llegar la salvación.



De la misma manera, también resultan muy reveladoras las palabras de Lucas: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino.” (Lc 12, 32-48). Jesús llama al grupo de sus discípulos “pequeño rebaño”. Es evidente que Lucas, con esta inusitada metáfora, da a entender que había otro rebaño mayor, seguramente otros grupos de matriz judaica, entre los cuales, sin duda, estaba el cristianismo joánico. En una nota próxima, trataremos de perfilar algunas noticias adicionales sobre esta cristiandad judaica de Asia Menor.


Un saludo muy cordial a todos


Gonzalo Fontana
Universidad de Zaragoza
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