Identidad judía e identidad cristiana en pugna



Escribe Antonio Piñero

En el último número de la revista BANDUE, órgano de la sociedad española de Ciencias de las Religiones, que edita beneméritamente Trotta, Madrid, vol. VIII 2014-2015, pp. 63-82 hay un artículo interesante del Prof. Dr. Julio Trebolle con el siguiente título “Formación y desrrollo de la identidad judía antes y después del año 70 d.C.: líneas de continuidad y de ruptura dentro del judaísmo y entre judaísmo y cristianismo”, que contiene ideas sugestivas.

Ofrezco en primer lugar el “Resumen/Abstract” y luego paso a comentar brevemente una idea, que me parece interesante, de la última parte de este artículo:

“La identidad judía se mueve, entre otras polaridades, entre lo religioso y lo étnico y entre el universalismo y el particularismo. El presente artículo estudia algunos aspectos del desarrollo de la identidad judía en el periodo del Segundo Templo, en las épocas persa y helenística, y en el periodo romano tras la destrucción de Jerusalén en el año 70. La primera parte se centra en la oposición entre dos corrientes del judaísmo, una más universalista y otra más particularista. Los libros de Crónicas y Esdras-Nehemías forman una obra historiográfica única, caracterizada por un particularismo xenófobo o, conforme a otra corriente de opinión; Crónicas (tipo horizontal de etnicidad) tiene planteamientos más tolerantes y abiertos que Esdras-Nehemías en los procesos de exclusión, transformación e inclusión (tipo vertical). La segunda parte analiza algunos aspectos del desarrollo de las identidades de los diversos grupos judíos en el tránsito de la época del Segundo Templo a la época rabínica. La tercera parte trata de señalar líneas de continuidad y de ruptura entre las identidades judías y la identidad (judeo)cristiana en proceso de formación”.

En la sección final destaca, en la formación de las respectivas identidades, la judía y la judeocristiana, la disputa por la posesión de la Biblia hebrea y su traducción al griego. Los judeocristianos sostenían firmemente que el Israel de Dios eran ellos y que los judíos que no habían creído en el Mesías no eran más que el Israel carnal, condenado a la exclusión eterna del paraíso salvo que aceptaran el Mesías. En medio de esa tensión ambos bandos, que tenían en sus manos versiones de la Biblia en hebreo y en griego disputaban ariamente acusándose de falsear el texto bíblico. Por ejemplo, la famosa cuestión del texto de Isaías 7,14: “He aquí que una mujer joven / una virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. Cada uno defendía su lectura, ya que en el siglo II comenzaba a haber numerosos partidarios entre los cristianos de la virginidad de María a la hora de concebir al Salvador (lo que hubiera hecho María con su matrimonio después de alumbrar al héroe Jesús no les interesaba). Justino Mértir y el rebino Trifón disputaban por ello. Y el primero acusaa al judío de que en su Biblia se “habían suprimido diversos pasajes de los que se podía demostrar que el Mesías, el crucificado, era a la vez Dios y hombre” (Diálogo con Trifón 71,2): compuesto hacia el año 150 d.C.

Hoy día –señala Trebolle– habría sido inconcebible a la luz de lo que sabemos del estado del texto hebreo y griego del Antiguo Testamento en el siglo I de nuestra era, sobre todo a raíz de los descubrimientos de los textos de los manuscritos del Mar Muerto y otros más: no se trataba de un texto fijo, sino de una pluralidad de textos que circulaban por regiones diversas. “La diferencias entre los textos de unos y de otros no se debían a deformaciones mal intencionadas, sino a un simple hecho del que todos habían perdido memoria: la pluralidad de textos y ediciones, más o menos amplias, en las que antes del año 70 circulaban numerosos libros de las Escrituras judías sin que ellos significara merma alguna de la autoridad de las mismas ni motivo de cisma dentro del judaísmo” (p. 76).
Y continúa Trebolle:

“Hasta muy avanzado el proceso de separación entre judíos y cristianos () consumado hacia los siglos IV y V de nuestra era) eran frecuentes los cruces de influencias entre unos y otros en cuestiones que afectaban a la identidad de todos ellos. Un cruce muy significativo se manifiesta e la diferente interpretación de la primera palabra del Génesis, hebreo Bereshît, «Al principio», que es también la primera palabra del Prólogo del Evangelio de Juan (griego en arché). Desde la perspectiva de la filología moderna, la explicación que sigue a continuación resulta sumamente arbitraria; exige además al lector un penoso esfuerzo de comprensión que resulta, sin embargo, imprescindible si se quiere entrar en el meollo de las concepciones judías y cristianas. El arranque del Evangelio de Juan: «Al principio era el Verbo…» constituye una réplica del inicio del Génesis: «Al principio creó Dios...».

»En una típica asociación de términos y de pasajes bíblicos, la tradición judía interpretaba el hebreo bereshît («Al principio») en referencia a la Sabiduría (hokmâ), basándose para ello en Proverbios, donde la Sabiduría es llamada ἀρχή, «Principio» (8,2). También el targum Yerushalmi refiere bereshît a la Sabiduría preexistente y, en ocasiones, al Logos o Memra («Palabra» en arameo). Otros textos de la tradición judía identifican el «Principio» (reshît) con la Torá, la Ley preexistente. De este modo, la tradición judía identificaba la Ley o Torá preexistente con el Principio, la Sabiduría, la Palabra (Logos). Más llamativa es todavía la especulación de la haggadá judía sobre la primera letra del Génesis que no es la primera letra del alfabeto hebreo, Alef, sino la segunda, Bet. La exégesis haggádica interpretaba este hecho en el sentido de que Dios creó en Ben, «en el hijo». De este modo la Torá preexistente es también Hijo o Primer nacido.

»La tradición cristiana recogió todos estos elementos judíos dándoles sentido cristológico. Los mismos términos y categorías —el Principio, la Sabiduría, la Palabra (Logos) y el Hijo o Primer nacido— son aplicados a Cristo, Hijo de Dios y Palabra-Logos. Desde muy pronto, la tradición cristiana aplicó también a Cristo la designación ἀρχή, «Principio» o «Hijo» (Carta a los Colosenses 1,15-18). La equivalencia ἀρχή-«hijo» se explica por ser este el equivalente de «primer nacido» (πρωτοτόκος), que es uno de los significados de bereshît, «principio». El comienzo del Evangelio de Juan apunta a un comienzo absoluto, el de la creación a través del Hijo, «Primer nacido». A mediados del siglo ii, el escritor judeocristiano Aristón de Pella leía el comienzo del Génesis haciendo corresponder el hebreo bereshît a filio, «Hijo», en una traducción que no deja de resultar extraña: «En el Hijo, Dios hizo el cielo y la tierra» (In filio [bereshît] Deus fecit coelum et terram). Del mismo modo, Ireneo interpreta, más que traduce, o traduce interpretando: «El Hijo al Principio; luego Dios creó el cielo y la tierra». A su vez, Hilario comenta así estas palabras: «Bresith es una palabra hebrea de una triple significación: en el principio, en la cabeza y en el hijo» (Bresith verbum hebraïcum est: id tres significantias habet, id est in principio, in capite et in filio).

»De este modo, la diferente concepción del Logos era ya en el siglo ii una verdadera piedra de toque de la identidad de judíos y cristianos. Según Justino, esta concepción era característica de las fuentes cristianas, ausente, por el contrario, en las judías. Sin embargo, el judaísmo, tanto el palestino como el de la diáspora, desarrollaron la doctrina del Logos/Memrá y de la Sabiduría/Sophia con categoría de deuteros theos («dios segundo»), sin que una concepción tan arriesgada cuestionara el monoteísmo judío. Esta creencia tenía antecedentes bíblicos en la figura del Ángel de Yahvé (Ex 33,1-3; 23,20-21; 33,34 y 33,2-3). Los cristianos desarrollaron estas concepciones a través de una primera cristología angélica típica del judeocristianismo (Hurtado 1988). Como reacción a esta doctrina cristiana, los rabinos abandonaron las anteriores judías sobre el Logos y la Sabiduría, declarándolas heréticas para no dar pábulo a la creencia en «dos poderes en el cielo», que ahora consideraban distintiva de la doctrina cristiana. De este modo, el culto del Logos-Principio-Sabiduría preexistente encarnado en Jesús el Cristo-Palabra constituye un novum cristiano, pero no deja de estar basado en anteriores concepciones bíblicas y judías.

»El cristianismo ha oscilado siempre entre una tendencia hebraizante, de retorno a la Biblia hebrea, y otra helenizante, de fidelidad a la versión griega adoptada desde un principio como el Antiguo Testamento de la Biblia cristiana. Jerónimo y la versión de la Vulgata representan la primera corriente; Agustín en Occidente personifica la segunda. La coexistencia entre estas dos tradiciones, hebraizante y helenizante, ha enriquecido de modo considerable el cristianismo, pero la tensión entre ellas no ha dejado de generar ciertas incongruencias. Los padres griegos y latinos acuñaron el lenguaje cristiano utilizando términos y conceptos de la Biblia griega y de las más antiguas versiones latinas basadas en ella. Pero la teología y, en general, la cultura occidental se asientan sobre la Vulgata y las versiones protestantes que siguen la tradición textual hebrea, caracterizada por concepciones muy diferentes de las griegas. Así pues, las identidades judía y cristiana se formaron a lo largo de los primeros tres o cuatro siglos de nuestra era a través de contactos intensos en algunos momentos o en torno a determinados temas, y rotos en mayor o menor medida según tiempos y lugares” (pp. 77-78).

Como puede observarse por quien lea atentamente lo arriba transcrito es una excelente muestra de la interdependencia y trasvase ideas entre judaísmo normativo y el naciente judeocristianismo. Y termino con otra cita de Julio Trebolle que me paree clave para entender la interinfluencia y vasos comunicantes entre judaísmo normativo cristianismo más allá incluso del concilio de Nicea (325) que definió l identidad cristiana al precisar cómo era la naturaleza humana y la naturaleza divina de Jesús el mesís de Israel, pro también del mundo entero:

“Si no es posible estudiar los orígenes cristianos sin referencia al judaísmo del Segundo Templo ni la identidad cristiana sin relación con la judía, tampoco cabe seguir estudiando el desarrollo del judaísmo sin tener en cuenta las fuentes cristianas. Los historiadores del judaísmo han tendido a minimizar el impacto cristiano sobre el mundo judío, como si el cristianismo no hubiera sido más que una secta desprendida del judaísmo o uno de los numerosos cultos grecorromanos. Ha prevalecido incluso la idea de que el judaísmo influyó más en el cristianismo que este en aquel. El hecho es que a lo largo del periodo talmúdico, entre los siglos IV y VI, el avance de la religión cristiana condicionó decisivamente el desarrollo del judaísmo. Así, la Misná codificada en torno al año 200 d.C., no refleja todavía el impacto de la aparición del cristianismo, mientras que el Talmud de Jerusalén (ca. 400 d.C.) y otras obras vinculadas al mismo, como Génesis Rabbah y Levítico Rabbah, revelan los cambios operados en el judaísmo a consecuencia de la propagación del cristianismo en el mundo antiguo, de modo que los orígenes y el desarrollo del judaísmo y del cristianismo no constituyen dos historias independientes” (pp. 74 y 75).

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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El Jesús de la historia


Enlace de la entrevista radiofónica con un equipo de estudiantes de la Universidad de Extremadura


Sobre el Jesús histórico, a propósito de la Semana Santa


http://www.ivoox.com/secreto-caverna-3x22-jesus-audios-mp3_rf_10820857_1.html


Temas principales tratados:

¿En qué aspectos se diferencian el Jesús histórico del Cristo de la fe?

¿Puede decirse que existió históricamente “Jesucristo”?

¿Qué aportan los evangelios apócrifos a su conocimiento?

¿Hay documentos ocultos en el Vaticano sobre la figura de Jesús?


Saludos de nuevo,


Antonio Piñero
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