La parte inaplicable de la ética de Jesús de Nazaret en una sociedad organizada. Jesús de Nazaret y “El mal y la conciencia moral” (II).




Escribe Antonio Piñero

Comentamos hoy, como anunciamos, lo afecta de este libro a Jesús de Nazaret

Sostiene R. Armengol, en el libro cuya ficha presenté ayer:

La doctrina moral de Buda y la de Jesús son buenas. Anteriormente me he referido a la Inquisición. En lo relativo a la ideología moral es pertinente preguntarse, ¿cómo es posible que la Iglesia que dice hacer suyo el mensaje de Jesús pudiera organizar aquella bárbara institución? Algunos dirán que la predicación de Jesús fue buena, pero sus ideas no se pueden aplicar. De cualquier modo que sea debe poder observarse que la doctrina que justificaba la Inquisición no era la de Jesús que se hubiera horrorizado de lo que hicieron los que hablaban en su nombre.


Mi comentario: La ética de Jesús tiene dos partes generales: una la tomada del Antiguo Testamento y del judaísmo helenístico, que puede aplicarse totalmente. Otra, la ética “interina” destinada para los momentos inmediatamente anteriores a la venida del reino de Dios según Jesús que no puede aplicarse. Y dentro de la primera tiene sin duda unos desarrollos peculiares, como el “amor a los enemigos”, que deben estudiarse de modo particular.

Para mi breve comentario tomo notas de mi exposición al respecto en el libro conjunto “Fuentes del cristianismo. Tradiciones primitivas sobre Jesús”, que edité hace ya tiempo. Ediciones El Almendro 1993, con múltiples reediciones, páginas 294-296

Los rasgos de la ética, que desde A. Schweitzer se llamó “interina”, es decir, para los momentos inmediatamente anteriores a la venida del reino de Dios son los siguientes:

1. En primer lugar el desprecio de Jesús casi absoluto por la riqueza y los bienes de este mundo:

Esta postura se expresa con claridad en los ataques de Jesús contra los ricos (Lc 16,19-31: parábola del pobre Lázaro y el rico epulón; Lc 18,22-25 y el paralelo de Mt 19,21; las bienaventuranzas: Lc 6,20-21; los ayes contra los ricos de Lc 6,24-26) y el desprecio por las riquezas denotan algo más que un aviso contra los bienes de este mundo como impedimento espiritual (ausencia de disponibilidad) para la recepción del Reino.

Cierto que Jesús debió de considerarlos así, también, pero a la vez su alegato contra los ricos y su defensa de los pobres implican una cierta hostilidad contra la dominación social de las clases elevadas sobre las inferiores, desequilibrio que debía ser corregido por Dios cuando implantara su Reino. Recordemos de nuevo el iluminador programa que Lucas pone en labios del futuro Salvador: "Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió sin nada", como canta María en su Magnificat (Lc 1,51-53). La riqueza es opresión para los demás, y Dios vendrá a "juzgar", es decir a liberar a los desvalidos y condenar a los opresores. Es éste, en realidad, un programa revolucionario para las condiciones sociales que debía reinar en la Palestina en la que vivió Jesús, dominada por la bota de Roma. Por si esta consideración fuera poco, el desprecio absoluto de los bienes de este mundo (¡venta!) sólo se entiende en un momento final en el que éstos no son necesarios. Jesús así lo proclama, convencido del inminente final.


2. En segundo lugar, el mensaje de Jesús no exalta en absoluto el valor del trabajo como creatividad necesaria en este mundo. La sentencia recogida en Lc 12,22, aparte de un abandono en manos de la Providencia, como es usualmente interpretada, indica también una orientación de la mente hacia los momentos finales: en ellos hay que ocuparse del Reino, no de los menesteres terrenales. "Dijo a sus discípulos: Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis [...] fijaos en los cuervos que ni siembran ni cosechan; que no tienen ni bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!". El comunismo de consumo de bienes que practicó la comunidad primitiva jerusalemita, tal como nos lo transmiten los Hechos (2,42-47; 4,32-35), tuvo su fundamento en los dichos de Jesús que basaban la perfección del discípulo en la venta de sus bienes y la entrega de éstos a los pobres (Lc 18,22; Lc 12,33; 14,33; Mc 10,17-26), esperando -sin trabajar, sólo preocupados de la oración- la venida del Juez. Es impensable para una mente corriente, como puede sin violencia deducirse de los textos aportados, que esta doctrina deba ser aplicada como norma ética duradera en la vida ordinaria. Más bien apunta a unos momentos en los que se esperaba un fin del mundo inmediato, y en los que bastaba para la subsistencia en los pocos días que faltaban el producto de bienes anteriores vendidos a los no creyentes.


3. Un tercer rasgo interesante que apuntala esta concepción de la moral jesuánica como interina, es el poco aprecio por los vínculos familiares que muestran ciertos dichos auténticos de Jesús. En Mc 3,31-35, en un marco redaccional que implica una declaración de carácter general, Jesús indica cuál es el verdadero parentesco en los momentos anteriores de la llegada del Reino: "Éstos son mi madre y mis hermanos: quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". Hemos considerado ya la dura sentencia de que "los muertos deben enterrar a sus muertos" (Lc 9,60), lo que suponía algo insólito en el ambiente palestino del s.I. Dejar a un fallecido sin enterrar representaba un atentado contra la pureza ritual y un verdadero quebrantamiento de los nexos familiares, aunque sin importancia en esos momentos finales: "Tú vete y anuncia el Reino de Dios" (ibid.). El desligamiento de los vínculos familiares en el seguimiento de Jesús está expresado con mayor claridad aún en Lc 14,15: "Caminaba con él mucha gente y volviéndose les dijo: Si alguno viene donde mí y no odia (es decir, "se desprende", "estima en menos") a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío". Y, por último, en Lc 20,34-35 se deja en claro que en el Reino de Dios el matrimonio es inútil: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en el otro mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden morir, porque son como ángeles y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección".


Es evidente que esta sentencia jesuánica se refiere a los momentos posteriores al final. Pero la contraposición con los "hijos de este mundo", no dispuestos a aceptar la venida del Reino, no es menos evidente, así como que el ideal sería anticipar lo que será luego. Pablo lo ha entendido así en el cap. 7 de su 1ª carta a los Corintios ("No obstante, digo a los no casados y a las viudas: Bien les está quedarse como yo" (v. 8); "Entiendo que, a causa de la inminente necesidad, lo que conviene es quedarse como cada uno está" (v. 26); "Os digo, pues, hermanos: el tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen" (v. 29).


Como el lector puede observar fácilmente, estos preceptos, o consejos -que prescinden de los bienes de la tierra, que no exhortan precisamente al trabajo, que no fomentan los lazos familiares- distan mucho de poder ser cumplidos en un mundo que dura y continúa: están evidentemente pensados para el interim, para esos momentos anteriores a la irrupción del Reino, con su cambio total de valores.


No pocos comentaristas son de la opinión que esta ética de Jesús no es interina, sino "escatológica", en el sentido de que la "situación del hombre dentro del Reino de Dios no tiene un sello de provisionalidad" . Esto nos parece una distinción de razón y negar la evidencia de los textos mismos, ya que, aunque en el Sermón de la Montaña tales imperativos no aparecen nunca motivados expresamente por el fin del mundo inmediato, sí es claro por todo el contexto de la predicación de Jesús - orientada al inmediato advenimiento del Reino- que estos mandamientos se hallan condicionados justamente por esa situación especial de Jesús y sus oyentes. Fuera de ella son en la práctica, como hemos afirmado, imposibles de cumplir. Y, de hecho, quienes han pretendido llevarlos a cabo al pie de la letra han debido huir del mundo y negar unas realidades que fueron creadas por Dios --según las tesis del Génesis-- como buenas para el común de la humanidad.


Seguiremos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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