Roma no crucificaba a blasfemos. Jesús de Nazaret y “El mal y la conciencia moral”. Jesús de Nazaret y la violencia (VI) (630)



Escribe Antonio Piñero

Seguimos con el comentario al libro de R. Armengol, libro muy bueno en conjunto, y que ha impresionado, pero del que discrepo un tanto en su imagen de la figura y de la ética de Jesús. Est discrepancia no aminora el valor del resto del libro, porque se trata de una búsqueda de una ética universal que no se basa propiamente en la ética religiosa de Jesús, sino en razonamientos autónomos humanos.

1. Otro aspecto de los hechos entorno a Jesús que nos presentan una figura del Nazoreo distinta a la divulgada, pro que creo que se aproxima más a su imagen real se deduce, por ejemplo, de la escena del prendimiento en el huerto de Getsemaní (Mc 14,43-50). La acción, bien leída, demuestra a las claras que los discípulos de Jesús iban armados, con armas pesadas, es decir espadas de combate, no sólo dagas. Es claro que en tal escena no hay que tener en cuenta los comentarios de los evangelistas, y ciertas palabras puestas en boca de Jesús fácilmente atribuibles al sesgo de esos autores evangélicos y a su deseo de mostrar a aquél como un ser eminentemente pacífico y desligado en absoluto de la parte política que implicaba su propia predicación del Reino.

Parece bastante claro, y para algunos evidente, que en Getsemaní que se produjo un incidente armado con derramamiento de sangre, pues está testimoniado por los cuatro evangelistas. Los Sinópticos (Marcos y Mateo/Lucas) tratan de disminuir la gravedad del episodio: sólo un discípulo saca la espada (Mt 26,51 / Mc 14,47 / Lc 22,50) indican que fue sólo un innominado discípulo el que atacó), y tratan de mostrar a un Jesús pacífico que se distancia expresamente de la violencia, pues pide que dejen en libertad a sus discípulos (¡aun habiendo respondido con armas al prendimiento!) mientras insta a éstos a deponer toda resistencia: “Le dice entonces Jesús (al discípulo que había blandido el arma): «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán” (Mt 26,52).

Es sabido que el evangelista Juan, por el contrario, destaca la importancia del enfrentamiento, pues señala que por parte de los romanos participaron en el prendimiento de Jesús como mínimo un centenar de soldados (una cohorte de 500 o 600 hombres, griego speíra, quizá no completa), además de los “sirvientes de los sumos sacerdotes y de los fariseos, con armas y linternas” (Jn 18,3). Si iban tantos a prenderlo, era porque consideraban que habría una fuerte resistencia armada.

2. Otra escena importante, sobre la que ha reflexionado de modo especial el Dr. Fernando Bermejo fue la de la crucifixión misma: Jesús fue ejecutado junto con dos salteadores: “Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,27). Ahora bien, es sabido que la palabra “bandido” es la utilizada por Flavio Josefo, tanto en sus Antigüedades como en la Guerra de los judíos (Antigüedades de los judíos XVII 269-285, en particular 278-284; XX 160-172; Guerra de los judíos II 55-65, en especial 60-65; 433-440 y IV 503-513), para designar despectivamente a los celotas, causantes de la Gran Revuelta contra los romanos y la consiguiente derrota. El que el evangelista Lucas intente rabajar el aspecto político denominándolos “malhechores” vulgares, no es más que otro rasgo de el intento por despolitizar a Jesús. Es de suponer que Jesús fue crucificado con gentes que participaron con él en el mismo incidente contra el Templo, o en otra revuelta de la que da noticia el evangelista Marcos, en 15,7, o bien que fueron capturados en ese incidente en el huerto de Getsemaní.

F. Bermejo señala convenientemente que el hecho de ocupar Jesús una posición central entre dos bandidos apunta hacia la idea de que él era algo así como el jefe de los otros dos y que estaban relacionados entre sí. El número tres indica que los romanos quería ofrecer un ajusticiamiento especial, que fuera un aviso también especial para algunos que tuvieran “veleidades” armadas o al menos sediciosas contra el orden establecido.

3. El título de la cruz es de una autenticidad indiscutida, pues se corresponde con la práctica usual romana, que acabamos de mencionar, de informar y ejemplarizar al pueblo por medio de las ejecuciones públicas. Los comentaristas señalan unánimemente los siguientes pasajes confirmatorios, Suetonio, Vida de Calígula 32; Vida de Domiciano 10,1; Dión Casio, Historia romana 54,8. Además está atestiguado por los cuatro evangelistas, a pesar de que el contenido de la inscripción grabada en la tabla no era de hecho muy halagüeño para sus perspectivas religiosas. No eran muy corrientes las ejecuciones públicas en esos momentos, y Roma no acostumbraba a crucificar sin ton ni son, sin razones graves, incluso en provincias problemáticas y revoltosas como Judea.

Las condenas a muerte eran registradas en los documentos de las cancillerías de los gobernadores provinciales, y luego transmitidas a Roma por medio de un mensajero especial, o bien por el correo oficial que a intervalos regulares llegaba a la oficina del Emperador. Pero ese posible documneto se ha perdido irremisiblemente. Algunos sostienen que Tácito, en su famoso testimonio sobre un Jesús ejecutado durante el gobierno de Tiberio y por el prefecto Pilato (Anales XV 44), tuvo acceso a ese documento de la cancillería imperial. Pero no es absolutamente seguro de que así fuera ya que el acceso al archivo, directamente, estaba prohibido incluso para los senadores. Pero es igual, porque la muerte de Jesús por sedicioso y el título de la cruz, tan molesto para las itneciones de los evangelistas, no pudo ser un invento de los cristianos.

La inscripción, “Jesús [Nazareno; sólo en Jn 19,19], rey de los judíos” (Mt 27,37 y paralelos), señala exactamente desde el punto de vista romano la causa de la muerte: delito de lesa majestad contra el Imperio por graves desórdenes públicos o sedición. Como ya conocemos la historia anterior, la entrada triunfal en Jerusalén, el asalto al Templo, la resistencia armada durante el prendimiento en Getsemaní, la equiparación de Jesús con un sedicioso como Barrabás…, parece bastante claro desde el punto de vista histórico que para los romanos Jesús era no sólo un mero simpatizante de la causa nacionalista, sino un activo colaborador con ella. En la historia de Roma no hay crucificados por haberse proclamado Hijo de Dios, ni por blasfemias en general contra la divinidad.

Ahora bien, como el Procurador decidió no prender también a sus discípulos, ya fuera por temor al pueblo que consideraría espontáneamente a Jesús y sus seguidores unos héroes de la resistencia, ya porque estimara que el movimiento subversivo estaba en sus principios y era de poca monta, el que cargó con la culpa del grupo entero fue Jesús…, más los dos crucificados con él.

Pero es suficiente. Todo lo dicho hace tambalear la imagen de un Jesús absolutamente bueno y pacífico, manso y humilde de corazón… de modo exclusivo. No afirmo que no lo fuera en ocasiones (escenas en los evangelios hay que pueden sostener esa idea), pero no era esa toda su personalidad ni mucho menos. No podemos olvidar que su figura constaba de muchos rasgos y –como ocurre con todos los mortales, a veces en apariencia contradictorios– no solo podemos seleccionar los que nos interesen.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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