¿El amor a los enemigos? La ética de Jesús según R. Armengol (631)

Escribe Antonio Piñero

Seguimos comentando brevemente algunos aspectos del libro de R. Armengol, El mal y la conciencia moral. La fuerza de las ideologías, el respeto, el amor, el odio. Editorial Comte d’Aure, Barcelona 2014, cuya ficha completa ofrecí en el nº 625 del Blog.

Tenemos que complementar lo dicho hasta ahora sobre la figura de Jesús, en el aspecto comentado, a saber que según Armengol “Se hace evidente que una doctrina violenta no es la de Jesús”. Al respecto me quedan por comentar algunos puntos que son la actitud de Jesús respecto al reino y el amor a los enemigos.
Y para finalizar mi comentario/serie comentaré –cuando terminemos con los temas de ética y en entregas futuras– un párrafo de la p. 17 del libro de Armengol que dice así:

“El Maestro del Evangelio, como le llamaba Kant, fue un profeta que quiso reformar la teología y la ética judía y las hizo más humanas al acercarse siempre, en nombre de un Dios amoroso, a los pobres, desvalidos y dolidos. Luego Pablo, quizá sin proponérselo, fundó una nueva religión”.

1. La actitud exigida por la espera inminente de la llegada del reino de Dios

Comenzamos con la actitud que determina toda la ética o mejor quizás todo el comportamiento que Jesús exige de sus seguidores, comportamiento que está dominado por su actitud hacia la espera del reino de Dios. En líneas generales puede afirmarse que la proclama del Reino de Dios pide obediencia absoluta: la exigencia del seguimiento a lo que predica Jesús es radical y total: "El que echa mano al arado y sigue con la vista atrás no vale para el Reino de Dios" (Lc 9,62; cf. 12,46). El reconocimiento de la validez de la predicación de Jesús y la respuesta adecuada a ella constituyen la moral del Reino: la base es la Ley; lo específico, la moral del seguimiento a lo proclamado para prepararse a la venida de aquel.

Esta actitud no debe ser angustiosa y triste: la imagen de los niños que juegan en el mercado (Mt 11,16-19) lo ejemplifica. De Mc 10,23, "Qué difícil será que los que tienen riquezas entren en el reino de los cielos... más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja..." se deduce la necesidad del desprendimiento de las riquezas de este mundo; Lc 9,60 ("Deja que los muertos entierren a sus muertos...") exige una respuesta total al llamado del Reino. Y pocos son capaces de ofrecerla: Lc 13,24 ("Esforzaos por entrar por la puerta estrecha..."). Prepararse para cumplir las normas del Reino significa también controlar las fuerzas con las que cuenta cada uno (Lc 14,28-32: la construcción de la torre); la conversión sincera, incluso de última hora (el Reino de Dios es un regalo: los trabajadores en la viña, Mt 20,1-16), faculta a los pecadores (Mt 21,28-32) para entrar en el Reino antes que los que se proclaman justos, como los escribas y fariseos (Lc 18,9-14: el fariseo y el publicano); de nada vale el orgullo: el que se ensalza a sí mismo, será humillado (Lc 14,11); la recepción del Reino supone la inocencia de un niño, quien tiene en Dios una confianza y obediencia ingenuas y totales (Mc 10,15). Hay que orar: si se escucha a un amigo inoportuno, ¡cuánto más prestará Dios atención a los suyos! (Lc 11,5-8; Lc 18,1-8: el juez inicuo).

2. El precepto del amor

El precepto fundamental característico del "evangelio" de Jesús es el mandamiento del amor. Los textos claves se hallan en el Sermón de la Montaña Mt 5,38-48 ("Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo que no resistáis al mal; antes bien al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra... el que te obligue a andar una milla vete con él dos... Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo, pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen... si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?), con su paralelo en el Sermón del Llano de Lucas (6,27-35). En uno de sus libros arguye G. Puente Ojea (Fe cristiana, Iglesia, poder, Madrid 1991, pp. 89-94) que


"La ética de Jesús, en cuanto ética de crisis, es bifronte, pero perfectamente articulada en el contexto de la dinámica mesiánica del primer siglo de nuestra era. Jesús predicó una ética de amor incondicionado hacia dentro, para la conducta en el seno de la comunidad mesiánica, y una ética de lucha sólo hacia fuera, para la conducta con los adversarios políticos del Dios de Israel, los paganos de las naciones. Es decir, perdón y amor al inimicus, el enemigo privado; lucha y hostilidad frente la enemigo público, el hostis, categoría en la que también entraban los cómplices judíos del poder romano, especialmente muchos miembros del estamento sacerdotal" (en concreto, pp. 89-90).


Esta tesis es original entre los lectores de lengua castellana, aunque la distinción es ya antigua, como veremos enseguida, me parece totalmente verosímil si se atiende a todo el contexto en el que se desarrolla el "evangelio", es decir, el mensaje de Jesús. Sin embargo, encuentra algunas dificultades en los textos sinópticos tal como nos los han transmitido la tradición, que conviene aclarar. En efecto, siguiendo a Carl Schmitt Escritos políticos. Trad. esp. Madrid 1941, 117, postula G. Puente que el texto evangélico, redactado en una lengua, el griego, que distingue claramente, como el latín, entre enemigo privado (griego echthrós, latí inimicus) y enemigo público (griego polémios; latín hostis) jamás menciona el vocablo polémios, sino ekhthrós, con lo cual en los pasajes sinópticos mencionados habría que traducirlos al latín como diligite inimicos vestros, y nunca como diligite hostes vestros.


Con otras palabras, Jesús mandó amar a los enemigos privados, personales, con los únicos con los que tiene sentido un acto de amor por diferencias de tipo relacional, y no a los enemigos políticos, adversarios también de Dios. Respecto a éstos Jesús habría mantenido y postulado una ética de hostilidad y oposición. Ciertamente, en los Sinópticos "no aparece una instrucción literal de odiar, pero no por ello la posición de inconciliable hostilidad de Jesús frente a estos enemigos públicos es menos patente" (Fe cristiana, p. 111); "Es irrelevante la discusión sobre si Jesús ordenó odiar a los enemigos públicos, porque [...] Jesús deslindaba claramente las líneas del combate y los sentimientos contra los enemigos de esta empresa no necesitaban definición psicológica ni concreción especial" (Fe cristiana, p. 108). En realidad, la actitud de Jesús es la misma que la albergada por los autores de la Regla de la Comunidad de Qumrán, Manuscritos del Mar Muerto ("odiar a los hijos de las tinieblas": 1QS I 4). En este sentido, Jesús nunca pudo mandar el amor hacia los romanos, enemigos del Reino de Dios, o los judíos de las clases elevadas que colaboraban con los dominadores, como colectivo.


Seguiremos reflexionando sobre esta tesis, que debemos matizar.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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