Nacimiento e infancia de Jesús (I). Una visión crítica. (649)

Escribe Antonio Piñero

Hay estudiosos, incluso católicos, como Joachim Gnilka, que comienzan sus “Vida de Jesús” (un clásico desde nada menos que desde 1972) con el bautismo de Jesús desde su bautismo por Juan. Consideran que todo lo que dicen Mateo 1-2 y Lucas 1-2 es tan absolutamente legendario que no cabe en una “biografía” científica de la vida del rabino galileo, Jesús. Yo opino más o menos igual que Gnilka y muchos otros, pero pienso que sí es necesario detenerse en estos capítulos evangélicos porque de ellos pueden extraerse datos interesantes sobre el carácter de los evangelios mismos y sobre sus autores, más que sobre Jesús.

1. Mi idea general, que debo fundamentar a lo largo de una miniserie, es que Mateo y Lucas reflejan ya el impulso y el principio motriz de lo que luego serán los Evangelios apócrifos: sienten que Marcos y la Fuente Q, en los que abrevan, son incompletos; hay que rellenar con datos legendarios y agradables para los creyentes lo que no se sabe por otros medios, es decir, por datos fiables. Basta echar una ojeada a los dos capítulos que inician Mateo y Lucas para caer en la cuenta de que los primeros pasos –vida oculta– de la vida del héroe de la fe, Jesús, no interesó en absoluto ni a Marcos ni a Juan, primero y cuarto evangelistas.

Marcos probablemente no se sintió interesado sencillamente porque no sabía nada o casi nada de esa “vida oculta”, y en segundo lugar por estar convencido de que la vida de Jesús antes de su bautismo era ininteresante. Jesús era un ser humano relativamente normal, que fue elegido por Dios entre varios posibles candidatos en la plenitud de los tiempos y que fue adoptado como hijo de la divinidad en el bautismo (Mc 1,9-11).

Y Juan, el cuarto y tardío evangelista, porque se centra de tal modo en sus especulaciones sobre la sabiduría divina y su palabra hacia los humanos, que en el fondo le daba igual en qué persona habría de encarnarse en la tierra tal Sabiduría/Logos para realizar el designio de la restauración de la obra de la creación, fallida desde que apareció sobre la tierra Adán (Jn 1,1-14). Por eso no era preciso contar a los lectores de su evangelio absolutamente nada de la vida de esa persona hasta que Dios decide que su presencia en la tierra sea significativa. “No hay” vida oculta, sino que Jesús comienza en verdad para la historia de la redención en verdad cuando un personaje relevante, el Bautista, que arrastraba multitudes (Flavio Josefo Antigüedades XVIII 116-117) y era un peligro público para el orden galileo-romano, proclama que Jesús es nada menos que el elegido como “Cordero” especial, cuya exaltación/muerte liberaría al mundo de los lazos de Satanás y comenzaría el proceso del retorno a los orígenes de la creación (Jn 1,26-29). Jesús es el revelador ante todo de ese proceso.

2. Mateo y Lucas recogen en el entorno de sus respectivas comunidades (¿Siria? y ¿Éfeso?) tradiciones sobre la infancia de Jesús que son en esencia incompatibles entre sí, ya que hablan de dos Jesuses distintos con episodios distintos y no encajables unos con otros.

Mateo, después de la genealogía de Jesús, presenta a un José desconcertado por el embarazo de su prometida, y a una muchachita embarazada, María, de la que no se cuenta absolutamente nada de una posible visita angélica que le explique su “estado de buena esperanza”. Solo José recibe el anuncio angélico que explica algo de lo que está ocurriendo. Y luego dice expresamente Mateo que tras nacer el héroe de la narración, Jesús, tuvieron José y María una vida matrimonial ordinaria y normal, de cuyos frutos no habla hasta el capítulo 13,55-56 (= Mc 6,1-6), donde da hasta sus nombres (Jacobo/ Santiago, Joseto, Judas y Simón más dos hijas innominadas).

El capítulo 2 de Mateo establece que el nacimiento de Jesús fue durante el reinado de Herodes el Grande (que muere en el 4 a.C.) y en Belén, donde residían José y María, no en Nazaret, como a veces se dice. Luego se suceden acciones maravillosas: la estrella que aparece de repente en los cielos, le venida de magos de oriente, para postrarse (prokyneîn de 2,2 no significa necesariamente “adorar”, como suele traducirse puesto que en la narración, por el momento trata solo del mesías rey de los judíos, un ser excepcional pero hombre al fin y al cabo). El engaño de Herodes y su enorme rabia: matanza de los niños inocentes, huida y estancia en Egipto, vuelta a Judea y retirada prudente hacia Galilea. De todo esto nada sabe en absoluto Lucas, aunque Mateo dice expresamente que “toda Jerusalén” (como en español “todo el mundo lo sabe”: Mt 2,3) se conmocionó con la llegada de los magos de Oriente y que se originó un enorme revuelo que por ello.

Lucas presenta un panorama totalmente distinto: en un largo primer capítulo habla de gentes que Mateo no conoce en absoluto, como Zacarías e Isabel, pariente de María, (no “prima” = hallazgo tardío, creo que aparece ya en la traducción de la Vulgata latina al inglés de John Wickliffe y sus colegas hacia 1380 y tantos, interpretación que dura hasta hoy día), con largos cánticos teológico-escriturarios como el Magnificat (todavía hoy los viejos del lugar lo reconocen por su nombre latino: Lc 1,46), y el de Zacarías (1,68, el Benedictus), canticos plenos de una teología sobre el mesías profundamente judía, sin asomo ninguno de arreglos mesiánicos cristianos tal como aparecen luego en el evangelio: aquí hay manos diversas a la del resto del evangelio o absorción de fuentes, sin más). Y el capítulo 2 de Lucas en nada se parece tampoco al 2 de Mateo. El de Lucas comienza con un censo universal ordenado por el emperador (del que nada sabemos por la historia de Augusto), y con una atmósfera de alegría y de aparición de ángeles (los pastores de Belén) totalmente desconocidos por Mateo.

En síntesis: dos narraciones divergentes que presentan al lector dos Jesuses distintos y dos historias diferentes imposibles de casar entre sí. Y ante este panorama la investigación actual, tanto protestante como católica o independiente, mantienen posturas de interpretación encontradas, también incompatibles, de las que hablaremos el próximo día. Estas posturas interpretativas puede reducirse a tres: a) total escepticismo acerca de su historicidad: nula; b) exégesis hermenéutica de estos relatos como “historias” teológicas”, y c) interpretación como simples símbolos y parábolas de cuya historicidad ni los mismos antiguos estaban seguros. Las dos últimas me parecen altamente improbables.

Seguiremos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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