La infancia de Jesús (III). Situación actual de la investigación: ¿pura leyenda?, ¿algún atisbo de historia?

Escribe Antonio Piñero


La situación actual de la investigación respecto a los problemas críticos suscitados por el análisis de los “Evangelios de la infancia” de Mateo y Lucas es la siguiente:

• Críticos radicales: todo es puramente legendario. No podemos obtener casi nada histórico de estos capítulos, salvo los nombres de los padres de Jesús. Ni siquiera es seguro cómo se denominaba a Jesús ni tampoco su lugar ni fecha exacta de nacimiento.


• Críticos moderados, normalmente “confesionales”. El texto de los dos capítulos es legendario, pero los autores están voluntariamente haciendo “historia teológica”. Bajo este sintagma se entiende que los autores de estos cuatro capítulos toman consciente o inconscientemente temas del Antiguo Testamento (por ejemplo el oráculo de Balaán de Números 22-24) para vehicular un mensaje teológico “cristiano”, cuya síntesis podría ser la siguiente: Jesús de Nazaret, nacido en Belén, es el mesías; su nacimiento fue prodigioso, más que el de otros héroes de los paganos; es el mesías pero no solo de Israel, sino del universo entero.

• Esos cuatro capítulos son en realidad parábolas sin historicidad alguna pero con grn carga de teología: (Marcus J. Borg y Jean Dominique Crossan) en una obra editada por Verbo divino, que lleva el título “La primera Navidad”. Recordarán los lectores que allí comentaba cómo se entiende este La parábola es una forma de discurso, lo mismo que la poesía. Es una forma de utilizar el lenguaje” (p. 37).


El modelo es el corpus de parábolas de Jesús. Nadie se preocupa si los acontecimientos relatados en las parábolas son objetivos o no. Lo que importa es el significado, el mensaje que se transmite, no la objetividad. Ello –según los autores- no significa renunciar a la ciencia de la historia, sino darle un nuevo significado. Al situar las narraciones parabólicas en el contexto del siglo I, en el Israel y en el Imperio de la época de los evangelistas –opinan-, se cae en la cuenta que también para los lectores de esa época lo que importaba no era el significado literal, sino “lo supraliteral, lo suparaobjetivo, el plus de significado”. “¿Tuvieron realmente lugar esos acontecimientos, y en especial los más espectaculares como la anunciación o la concepción virginal? Este debate no sólo es estéril, sino una distracción, pues aparta la atención de lo verdaderamente importante: ¿qué significan esos relatos? Dejando de lado que sucedieran o no, ¿cuál fue, y cuál es hoy su significado?


Esta interpretación es una variante de la segunda, más precisa si se quiere y camina por el sendero de interpretar todo lo que de mito y leyenda puede tener la religión cristiana como un mero símbolo. Este sistema obvia la dura realidad dogmática = hay que creer en los dogmas como verdades objetivas, y los interpreta todos como símbolos. He escrito también que esta es la línea si no iniciada, sí oficializada y con espaldarazo teológico, del escrito programático de Roger Haight, “Jesús, símbolo de Dios” editado en España por Trotta, y traducido por mí. Y he señalado además que es este un camino que se irá imponiendo poco a poco y que es la única solución para que las nuevas generaciones, alérgica a los mitos tradicionales (no los nuevos) puedan aceptar la religión cristiana.

Mi posición al respecto. Por un lado me acerco a la crítica radical: las “historias” de Mateo y Lucas son leyendas, pero ellos –los autores y sus comunidades– se lo creían plenamente. Y son dos leyendas diferentes, de origen radicalmente diferente. Por tanto, el historiador debe adoptar un escepticismo más o menos radical. No sabemos nada seguro. Pero, por otro lado, intento obtener algún dato histórico de estas leyendas: aceptar algo de aquello en lo que coinciden Mateo y Lucas, a saber, los padres de Jesús se llamaban Jesús y María. Pero no sabemos más. Todo lo de los hijos de José, aportado al matrimonio etc. es una tradición apócrifa. Acepto que Jesús nació en la época de Herodes el Grande y que al menos vivió en Nazaret. El que ese pueblecillo no haya dejado rastro en el Antiguo Testamento y en la historia en general no lo creo motivo suficiente para negar su existencia en el siglo I. Hay miles de pueblos nombrados en la historia antigua que no han dejado ni siquiera ni un solo rastro documental, más que una única mención.

Seguiremos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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