El mesías como rey ante todo. La infancia de Jesús. Revisión crítica (X): Jesús como “Hijo de David”. Prenotandos (II) (658)

Escribe Antonio Piñero

Como vimos por la lectura de un fragmento del salmo 17 de los Salmos de Salomón, la idea de un mesianismo, liberador sobre todo de las penurias sociales, económicas y religiosas (no poder cumplir la Ley por la presencia a veces ominosa de extranjeros) se había extendido por Israel firmemente en el siglo I.

Una prueba de que el mesianismo era entendido por la mayoría de las gentes en aquella época está en los “targumes”, traducciones parafrásticas al arameo (lengua popular) de los pasajes de la Biblia hebrea que se leían en esa lengua (culta) los sábados en la sinagoga. Creo que he citado alguna vez en tiempos pasados los textos que ahora voy a transcribir. Pero vendrá bien refrescar la memoria y aplicarlo claramente a la idea de cómo se entendía en el siglo I lo que iba a ser el Hijo de David.

El targum llamado “Neófiti”, quizás del s. I de nuestra era, o un poco posterior (hay discusión entre los estudiosos) pinta así al mesías como rey y la era mesiánica:


Cuán hermosos son
los ojos del Rey Mesías.
Son como el vino puro.
Sus dientes, más blancos
que la leche.
Se tornarán rojos los montes
por las cepas
y sus lagares por el vino,
y blanquearán los collados
por la abundancia de trigo
y por los rebaños de ovejas.


Pero antes este mesías rey habrá destruido sin piedad al enemigo:


Cuán hermoso es
el Rey Mesías
que ha de surgir
de entre los de la casa de Judá.
Ciñe los lomos
y sale a la guerra contra los enemigos
y mata a reyes con príncipes.
Enrojece los montes
con la sangre de sus muertos
y blanquea los collados
con la grasa de sus guerreros.
Sus vestidos están envueltos en sangre:
se parece al que pisa racimos de uva.


Otro de los temas mesiánicos a los que he aludido ayer antes, la espera de un mesías “sacerdotal” (sobre todo con la idea de que tiene que saber muchísimo de la ley de Moisés, se la explica al pueblo y pone los medios socio-políticos para que se cumpla en Israel), aparece en una obra muy importante compuesta en su forma básica en torno a la época que consideramos, el siglo I d.C.: la obra llamada Testamentos de los XII Patriarcas. El Testamento de Leví anuncia claramente la venida de un mesías “sacerdotal”. Dice así:


Después de que el Señor haya tomado venganza, se interrumpirá el sacerdocio. Entonces suscitará el Señor un sacerdote nuevo, a quien serán reveladas todas las palabras del Señor. Él juzgará rectamente en la tierra muchos días. Su estrella se levantará en el cielo como un rey, brillando como luz del conocimiento, al igual que el sol durante el día, y será ensalzado en el mundo hasta su recepción… Brillará como el sol y eliminará todas las tinieblas bajo el cielo y habrá paz en todo el mundo (18,1-4).


Este mesías será, pues, un nuevo sacerdote que abrirá las puertas del paraíso a los justos, a los santos dará de comer del árbol de la vida, impartirá el conocimiento de la ley de Moisés, encadenará al Diablo e inaugurará una era de felicidad poniendo fin al pecado y derramando como agua sobre la tierra el conocimiento de Dios. Este conocimiento perfecto será la base del buen funcionamiento del mundo futuro. Para las gentes que contemplan la posibilidad de dos mesías y no uno; y este sacerdotal será superior al mesías guerrero, que le obedecerá. Así ocurre con algunos de los esenios. Lo más interesante de la aportación de los Manuscritos del Mar Muerto para dibujar la imagen del mesías son los textos que hablan claramente de esta figura con tintes de personaje celestial, y otros pasajes que anuncian no uno, sino dos mesías; pero esto quede para otro día.


Los gérmenes de la concepción de un mesías como profeta (como vimos en la postal anterior) no se desarrollan plenamente nunca. Los judíos esperaban en el Año 1 la venida de un profeta definitivo, “el profeta” por antonomasia, pero no se le consideraba un mesías estricto, sino su precursor. Este profeta será una encarnación de Elías, y actuará sobre todo como predicador de la penitencia previa que ha de preparar el camino al mesías propiamente tal y a la venida del reino de Dios.

Es bien conocido que la idea del mesías ante todo como rey se había extendido entre el pueblo israelita desde hacía siglos por la influencia de dos profecías:

1ª: 2 Samuel 7, 12-17:

“12 Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. 13 (El constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre.) 14 Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres, 15 pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl a quien quité de delante de mí. 16 Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente.» 17 Natán habló a David según todas estas palabras y esta visión”.

2ª: Miqueas 5,1 en donde se habla de Belén como lugar de donde procede David y su descendiente: el mesías:

“Mas tú, Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño”.

Con este transfondo, pasamos ahora a considerar los textos del Nuevo Testamento, directos o indirectos, en los que la idea del mesías como descendiente directo de David es clara, lo que excluye sin duda alguna la concepción virginal de Jesús, al menos que se hagan piruetas intelectuales.

Comenzamos por Pablo de Tarso que es el autor de las obras (cartas) más antiguas recogidas en el Antiguo Testamento, cuyo pensamiento se interpone entre Jesús de Nazaret o el Nazoreo y los evangelistas –a los que influencia en mayor o menor medida– en unos momentos en los que las consecuencias de la Primera Guerra (dos o tres según se considere) de los judíos contra Roma con la consecuencia devastadora que los judeocristianos –a quienes los romanos distinguían muy mal de los judíos, digamos, “normales”– fueron aniquilados en gran parte. Naturalmente no desaparecieron del mapa ni mucho menos (de lo contrario no se explicarían los restos que tenemos de evangelios apócrifos judeocristianos y sobre todo la literatura Pseudo Clementina que es muy judeocristiana, compuesta en su base entre el 230 y 250 d.C. con la asunción de escritos anteriores como el “Kerigma de Pedro”), pero la influencia de sus comunidades se vio tremendamente mermada a partir del año 70 d.C. Desde luego desapareció por completo la comunidad madre de Jerusalén y con ella su influencia, muy perceptible aún en Pablo.

Como veremos en la próxima postal, Pablo de Tarso acepta que el mesías Jesús era un mero hombre, pero sometido por Dios mismo a un “proceso” de “divinización”. Por ello Pablo, aunque considere que Jesús era un mero ser humano (Gal 4,4 y Rom 1,4), en realidad es considerado por él solo desde el punto de vista del final de ese “proceso”, como el Resucitado y el Exaltado. Y esto tiene sus consecuencias, porque –de una manera consciente o semiconsciente– proyectará sobra la vida humana del mesías terreno rasgos que solo pertenecen al mesías cuando ya ha resucitado.

Seguiremos el próximo día.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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