Una nota mía a la Introducción del capítulo sobre la “Reencarnación y el cristianismo primitivo” (672)

Escribe Antonio Piñero

Una breve reflexión hoy sobre la postal de ayer, 13-9-2016, a la “Introducción” de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero de Jáuregui, capítulo del libro sobre la “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente, Abada Editores, Madrid, 2011.

Estoy de acuerdo con toda la “Introducción” y el artículo en su conjunto que me parece estupendo y clarificador. Pero estoy menos de acuerdo con un par de párrafos de la introducción al capítulo que paso a transcribir ahora y a comentar brevemente:



”Los primeros pensadores cristianos, cuando asumieron la concepción del hombre como compuesto de cuerpo y alma, se preguntaron, al igual que los paganos, sobre la vida del alma después de la muerte del cuerpo: si moriría con el cuerpo o le sobreviviría. En caso de sobrevivir se preguntaron por la posibilidad de una retribución post mortem para el alma de los justos o si habría alguna oportunidad para los impíos de redimir sus culpas”.


”Estas reflexiones están muy unidas a las concepciones que se tengan sobre el origen y el destino del alma: si se considera que no ha sido generada, como defendía Platón, parece lógico que se piense que es inmortal, pero si se piensa que ha sido creada, como defiende la tradición veterotestamentaria, sería lógico pensar que es perecedera. Pero el cristianismo antiguo siempre cuestionó esta opción”.



El primer párrafo es correcto en sí pero podría parecer como si el cristianismo, como religión autónoma y separada del judaísmo, hubiera asumido por su cuenta, a partir de su contacto congénito con la tradición pagana la idea de la distinción alma y cuerpo. Si alguien llegara a esta idea habría que decirle que el cristianismo, que nació como una secta apocalíptica en el seno de un judaísmo muy variado, era pues una secta judía al principio, no hubo de asumir “personalmente” nada ya que desde el siglo III a.C. el judaísmo helenizado había aceptado, asumido de la cultura griega y divulgado en sus escritos esta concepción dicotómica de la naturaleza humana. El cristianismo se encontró con una herencia griega aunque ya “vestida” de judía. Creo que en el siglo I los judíos normales aceptaban casi todos esta doctrina de la división del hombre en lama y cuerpo, pero sin tener ya ninguna idea clara que tal división venía del helenismo.


El segundo párrafo da a entender como que la tradición veterotestamentaria asume esa misma distinción antropológica y que afirmaba que el alma ha sido creada. Ciertamente ha sido creado el “hálito vital” como indica la “insuflación” divina en el Génesis (2,7; nada de esto dice el primer relato de 1,26, de muy distinta tradición), pero los judíos, hasta el advenimiento del helenismo incluso en su propio país no tuvieron nada claro qué era eso del “alma”. Y desde luego el autor del Eclesiastés, anónimo, compuesto hacia el 260 a.C. protesta contra las ideas griegas de la inmortalidad del alma, entendida al modo helénico.


Es necesario de nuevo insistir en este cambio antropológico de la mentalidad hebrea que llevó a un profundo cambio de la antropología. Para una mayor aclaración de este aspecto puede verse el capítulo del libro “Biblia y Helenismo. El pensamiento griego y la formación del cristianismo” (Córdoba, El Almendro, 2006, 129-164), capítulo “El cambio general de la religión judía al contacto con el helenismo” de Luis Vegas-Antonio Piñero.

Seguiremos en sucesivas postales con el capítulo del libro mencionado.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com
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