Reencarnación y cristianismo primitivo. El pensamiento de Orígenes (VIII) (678)

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero

Recordemos que la postal anterior (VIII) concluía con la siguiente frase
“A la metensomatósis opondrá Orígenes (Contra Celso, VII 32) el concepto de la resurrección cristiana”. Y añadimos ahora que el Padre de la Iglesia manifiesta su desacuerdo con la idea defendida por Celso de que los cristianos, cuando hablan de la resurrección, repiten lo que han oído a los paganos en torno a la metensomatósis.


Le explica su concepto de resurrección, que podría resumirse así: el alma, que es por naturaleza incorpórea e invisible, cuando se encuentra en un lugar material necesita un cuerpo que se adecue al lugar, pero este cuerpo, que es como su vestimenta, llega un momento en el que se hace superfluo y entonces el alma para ascender a las regiones etéreas más puras y celestes se reviste de lo que llevaba al principio, esto es, de inmortalidad e incorruptibilidad. El alma en ese estado en el que ya no necesita el cuerpo está en las mejores condiciones, dice, de conocer a Dios, pues para conocerlo no se necesitan los ojos del cuerpo sino los del espíritu. Afirma que el alma, cuando está separada del cuerpo, no existe en ningún lugar material pero cree en los cambios de estado del alma, especialmente cuando entra o sale de un cuerpo perecedero (V 49). Con sus palabras nuestro autor está defendiendo, a fuer de buen platónico, su creencia en la preexistencia del alma así como en su existencia más allá de la muerte, elementos constitutivos de la doctrina de la transmigración. También cree Orígenes (Comentario a Romanos VII 5,10) en la salvación final de todos los eres humanos, lo que puede equipararse al objetivo final de la transmigración, que es la total purificación de las almas.


Orígenes se pregunta (en Contra Celso I 32) si no sería razonable que las almas fueran introducidas en los cuerpos de acuerdo con sus méritos y hábitos previos y, por tanto, que un alma buena “tenga necesidad de un cuerpo, que no solamente sobresalga entre los cuerpos humanos sino también que sea mejor que todos”. Parece, pues, creer que las almas cuentan con ciertos méritos por acciones previas en el momento en que se unen a un cuerpo, si bien el objetivo del fragmento mencionado es justificar por qué Jesús nació de la Virgen y demostrar que por este nacimiento Dios iba a estar con los hombres. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿cuándo ganó esos méritos el alma y qué hábitos anteriores la hicieron merecedora de un cuerpo sobresaliente? ¿Acaso su vida en otro cuerpo? No es fácil hoy dar respuesta a esas preguntas.


Se plantea también nuestro autor el tema de las causas antecedentes previas a nuestro nacimiento corporal, por las que las almas, afectadas por la acción de diversos espíritus, unos buenos y otros malos, eran movidas unas hacia el bien y otras hacia el mal, según afirma en el De principiis (III 3,4-5), que debió de escribir en Alejandría en torno al año 229 o 230 y que conocemos gracias a la traducción latina de Rufino de Aquilea. Esos espíritus que actúan desde fuera y que pueden llevar al hombre hacia la locura, el crimen o a la santidad siempre le dejan un margen de libertad para consentir o no a su acción. De acuerdo con la dirección de movimiento que emprendía el alma, la Divina Providencia la juzgaba y la situaba en el cuerpo que merecía (De principiis III 3,5-6).


El alma, según Orígenes, está en posesión de su libre albedrío tanto cuando está en el cuerpo como cuando está fuera de él, y ese libre albedrío genera un movimiento que se dirige al bien o al mal. Ese movimiento es el que le concede al alma ciertos méritos o deméritos incluso antes de su nacimiento en el cuerpo y facilita la permanencia en ella tanto del bien como del mal. Afirma, asimismo, Orígenes (De principiis IV 3,1) que a algunas almas que descendieron a la tierra, se les puede ordenar, de acuerdo con sus méritos, que nazcan en un país diferente o en otra nación o con otro modo de vida o con enfermedades de distinta naturaleza o que desciendan de padres religiosos o de otros que no lo sean. Por eso dice que a veces sucede que nace un israelita entre los escitas o que un egipcio pobre es humillado en Judea. El hecho de que un israelita o su alma se convierta en escita, ¿no podría apuntar a que subyace en ello la idea de transmigración?. También considera que hubiera sido mejor que las profecías en lugar de ir dirigidas a los pueblos, se hubieran dirigido a los pueblos de almas que habitan ese cielo que se dice “pasajero”. Si nos habla de un cielo “pasajero”, ¿quiere decir que las almas que están allí lo pueden abandonar? Y ¿cuál es entonces su destino? Pero se muestra cauto cuando dice que sobre asuntos de esta importancia no se pueden confiar nuestras decisiones ni a conceptos comunes ni a la evidencia de aquello que se ve (De principiis IV 3,14).


Hemos de tener en cuenta que no conservamos el original griego del De principiis y que Rufino (Praefatio 2) atestigua que ciertos traductores de Orígenes al latín, como Macario, limaban y corregían los textos para que el lector latino no encontrara nada que no fuera acorde con su fe. Rufino afirma que él también procedió de este modo para proteger a su público de aquello que se encontraba en los escritos de Orígenes que pudiera estar en desacuerdo o en contradicción con sus pensamientos y que, si encontraba algo un poco dudoso, o lo pasaba por alto o lo reformulaba de acuerdo con las reglas de la fe (Praefatio 3). Tal vez por esto no encontramos declaraciones claras de Orígenes sobre sus creencias en torno al viaje del alma después de la muerte.


El tema del alma y de su relación con el cuerpo, es una cuestión que a Orígenes le interesó; meditó sobre ella e hizo un esfuerzo importante para conjugar las teorías platónicas con ciertos supuestos cristianos como el de la resurrección. Prueba de este interés es su Comentario a Juan (VI 85-86), en el que invita a la profundización en el estudio de la esencia del alma, cuál es el origen de su existencia, cómo es su acceso a un cuerpo terreno, cuáles son los elementos de la vida de cada una, cómo marcha de aquí, y si es posible que entre por segunda vez en un cuerpo o no, y en caso de que esto sea así, si entra en el mismo ciclo o en otro, en su mismo cuerpo o en otro, o si el alma servirá siempre al mismo cuerpo o si cambiará. Invita, asimismo, a estudiar qué es la reencarnación (metensomatósis) y en qué se diferencia de la encarnación (ensomatósis).

En resumen, Orígenes, aunque criticó en su conjunto la doctrina de la transmigración, especialmente la idea de que el alma humana se pudiera reencarnar en un animal, defendió, sin embargo, algunos de los elementos que la constituían. Creyó, en efecto, en la preexistencia del alma, en su vida después de la muerte y en la salvación universal de todas las almas y defendió también los cambios de estados del alma cuando entra en el cuerpo o sale de él. Exhortó al estudio del origen y destino del alma, y a sus posibles procesos desde que se separa del cuerpo. Se plantea, asimismo, si los méritos de las almas antes de su incorporación son factor determinante en relación al cuerpo en el que se encarnan. Contempla la posibilidad de que las almas nazcan de nuevo en un país diferente, de otros padres o con otra naturaleza o constitución corporal. Orígenes maneja, pues, todos los elementos que caracterizan la doctrina de la transmigración y considera que los temas más delicados desde un punto de vista cristiano son merecedores de un estudio en profundidad.

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero

NOTA: Como hemos indicado ya varias veces, esta postal es parte del capítulo del libro editado por Alberto Bernabé, Madayo Kahle y Marco Antonio Santamaría (eds.), con el título “Reencarnación. La transmigración de las almas entre Oriente y Occidente”, Abada Editores, Madrid, 2011.
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