Gregorio de Nisa. Reencarnación y cristianismo primitivo (XV) (685)

Hoy escriben Mercedes López Salvá y Miguel Herrero

Gregorio de Nisa en su tratado Sobre la creación del hombre se plantea si fue primero el alma o el cuerpo o si su creación es simultánea. No le parece adecuada la idea de la preexistencia del alma, y, aunque no lo nombra, señala a Orígenes, pues él mantuvo la teoría de que el alma que cae al cuerpo es la que se ha apartado del bien.

Tampoco está de acuerdo con la teoría de “Moisés” expuesta en el Génesis de que Dios hizo primero el cuerpo del hombre para después dotarle de alma. Gregorio piensa que la creación de cuerpo y alma debió de ser simultánea y gradual en su desarrollo. Argumenta el de Nisa respecto a los que creen en la preexistencia de las almas que lo que les ocurre es que no se han purificado aún de la doctrina de la metensomatosis imaginada por los griegos, lo que le da pie para hacerle la crítica.

Respecto a los que creen que primero se creó el cuerpo y después el alma, les argumenta que nada hay inanimado que tenga la facultad de moverse y crecer, y además que esta postura vendría a decir que el alma se creó en función del cuerpo y que eso es tanto como decir que el cuerpo es más importante que el alma, pues ésta estaría al servicio de aquél, cuando, en su opinión, no es lo espiritual lo que está al servicio de lo material.

En el tratado Sobre el alma y la resurrección, que es un diálogo entre Gregorio y su hermana Macrina, examinan los hermanos la naturaleza espiritual del alma, su sustancia, sus movimientos y su permanencia tras la muerte; tratan de armonizar “la visión platónica del alma inmortal y la cristiana de la resurrección del cuerpo” y defienden que el alma progresivamente va asimilándose en una tensión infinita a la naturaleza divina (105, 4.4) y que tras la resurrección se unirá de nuevo al cuerpo que tuvo, al que ama, ya más sutil y etéreo, más bello y amable en su restitución. Con ello cierra aparentemente el paso a cualquier idea sobre la transmigración.

Sin embargo, no es así, pues poco después Macrina introduce el tema de la metensomatósis, como doctrina pagana, y señala que las diferencias con la doctrina cristiana de la resurrección no son insalvables (108, 5.1). Dice así:

“Pues que éstos digan que el alma, después de la separación de este cuerpo, entra de nuevo en otros, no dista mucho de la resurrección que nosotros esperamos”.

Argumenta que unos y otros están de acuerdo en que los elementos del cuerpo son materiales y que el alma accede de nuevo al cuerpo; y que la diferencia sólo estriba en que los cristianos piensan que al final de los tiempos el alma va a ingresar en el mismo cuerpo, mientras que los paganos creen que el alma puede ingresar en otro cuerpo o pasar de uno a otro e incluso a cuerpos de animales.

Esta diferencia, argumenta, procede del hecho de que los cristianos piensan que los elementos constitutivos del cuerpo serán los mismos al final de los tiempos que al inicio, mientras que los paganos piensan que el cuerpo, tras la muerte, ya no adquirirá los mismos elementos que cuando el alma estaba encarnada en él, por lo que su doctrina guarda coherencia con su pensamiento, pues ya no es posible que el alma vuelva al cuerpo al que estuvo unida. A esta explicación de los puntos comunes entre las dos doctrinas le sigue una explicación de las diferencias, en la que se explican los fundamentos de la resurrección y se refutan los principios que sustentan la transmigración.

En su refutación de la metensomatósis cita Gregorio, en palabras de Macrina, algunos de los rasgos, que le hacen pensar que la resurrección está más cerca de la verdad. A quienes defienden la metensomatósis les objeta, en efecto, que, si el alma entrara en una persona y después en otra y así sucesivamente, la vida humana estaría regida por las mismas almas, unas veces en unos y otras en otros. Y que si el alma, dotada de razón e inteligencia, entrara en reptiles, aves o animales de carga (108-112, 5.1-3) se confundirían las propiedades naturales y todo se mezclaría arbitrariamente, lo racional con lo irracional, lo que tiene sensibilidad con lo que no la tiene y toda la realidad sería confusa e indiscernible, pues ninguna propiedad distinguiría una cosa de la otra. Esta vida, dice, nos llevaría a comportarnos con devoción ante todos los seres por motivo de consanguinidad o con aspereza ante los hombres, al no haber diferencia entre ellos y otros seres.

No está tampoco de acuerdo el Niseno en considerar que existe un pueblo de almas, desde donde un alma, en caso de inclinarse hacia el mal, cae en un cuerpo primero humano, y de ahí puede rebajarse hasta un cuerpo animal e incluso hasta una planta, para luego igualmente ascender hasta la región celeste. Si desde el cielo el alma cae y desde un árbol puede ascender ¿qué es más excelente –pregunta Gregorio– la vida vegetal o la celestial? Y además se pregunta Gregorio que si la naturaleza celeste es inmutable ¿cómo allí un alma puede inclinarse hacia las pasiones o hacia el mal? Otro absurdo, argumenta Gregorio, es pensar que cualquier persona sólo puede nacer cuando le cae un alma movida por el vicio, pues esto significaría que el mundo está guiado por el mal y no podría ni pensarse que del mal pueda nacer la belleza moral (118-120, 5.4).

Saludos cordiales de Mercedes López Salvá y Miguel Herrero,
y subsidiariamente de Antonio Piñero
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