Los manuscritos del Mar Muerto. Algunas preguntas y respuestas. El contenido de estos escritos (II) (907)




Escribe Antonio Piñero


El contenido de estos escritos –más o menos ochocientos/novecientos manuscritos originales– se dividen en los siguientes apartados:

1. Textos de la Biblia hebrea: se han encontrado manuscritos de todos los libros canónicos, menos del de Ester.

2. Escritos apócrifos –es decir no aceptados en las listas de libros sagrados-- del Antiguo Testamento: entre otros los llamados libros del profeta Henoc, Testamentos de los XII Patriarcas, Libro de los Jubileos y otras reescrituras del Génesis, etc. Algunos de esos apócrifos eran conocidos ya, pero otros no.

3. Textos propios de las gentes que habitaban el asentamiento o “comunidad” de Qumrán, tanto de los momentos de su fundación --como la llamada Regla de la comunidad-- como posteriores: Documento de Damasco, Salmos e Himnos de acción de gracias; Comentarios a los profetas; Prescripciones sobre los mandamientos de Moisés; Libro de la Guerra, o descripción de la batalla final entre los hijos de la luz y de las tinieblas, etc.

¿Por qué son tan importantes estos manuscritos?

En primer lugar porque han llegado a nuestras manos directamente, sin intermediación de diversos copistas y múltiples manos, que hubieran podido alterarlos con el correr de los siglos, como ocurre prácticamente con todos los testigos textuales del mundo antiguo.

En segundo, porque las copias de casi todos los libros del Antiguo Testamento son varios siglos anteriores a los manuscritos conocidos en los que se han basado hasta el momento las modernas ediciones de la primera parte del libro sagrado cristiano, la Biblia Hebrea. Así, por ejemplo, la Biblia hebrea actual se edita tomando como base el manuscrito B 19 de Leningrado… La nueva edición de la Biblia hebrea que se está preparando cambiará mucho el texto. Pero eso tardará, calculo, unos 50 años.

Tercero, porque los manuscritos del Mar Muerto son un testimonio, también de primera mano, de las ideas religiosas del mundo del judaísmo anterior a nuestra era, justamente en un período crucial para la historia de los siglos inmediatamente anteriores al nacimiento de Jesús, o ese mismo siglo

En cuarto lugar, los manuscritos del Mar Muerto nos enseñan mucho, aunque indirectamente, sobre el mundo del Nuevo Testamento y su entorno natal: sus preocupaciones, sus ideas religiosas, su manera de expresarlas. Estos pergaminos nos plantean múltiples interro¬gantes: ¿es parecido el movimiento cristiano al de Qumrán? ¿Ha influido éste último sobre el cristianismo? ¿Fue Jesús un esenio? ¿Son las ideas cristianas mera copia de las de Qumrán?

Origen de los manuscritos de Qumrán

En realidad no conocemos exactamente la procedencia de estos textos. Algunos investigadores han sostenido que la colección no es más que una biblioteca de la ciudad de Jerusalén escondida en las cuevas cercanas al Mar Muerto para evitar que los romanos se apoderaran de ella, cuando hacia el 68 d.C. avanzaban con sus tropas para sofocar la primera gran revuelta judía contra el Imperio.

En general, sin embargo, se cree que son los rollos, los libros, de una biblioteca privada que un grupo de judíos pertenecientes a la secta de los esenios había ido congregando durante cerca de doscientos años en el asentamiento llamado hoy Qumrán. Como he dicho, cuando los romanos se acercaban al lugar, los judíos guardaron los libros en tinajas, las sellaron con pez y las distribuyeron por cuevas de los alrededores, cuyas entradas fueron luego disimuladas como se pudo. Tal "biblioteca" refleja, pues, las ideas e intereses religiosos de un grupo judío sectario, una secesión del cuerpo general de los esenios.

¿Quiénes eran los esenios?

Según el historiador judío Flavio Josefo, que vivió entre el 37 d. C. hasta el año 100 más o menos, la sociedad judía de la época estaba dividida –aparte de la gran masa normal de individuos anónimos, más o menos observantes de la Ley— en cuatro grupos que vivían la religión judía con más intensidad. A estos los llama Josefo, para que lo entendieran sus lectores romanos, "filosofías" o "escuelas filosóficas". Son las siguientes: saduceos, fariseos, esenios y celotas.

Los esenios en general, no solo los de Qumrán, formaban en el s. I d.C. un grupo de unos cuatro mil repartidos por toda Judea y vivían en comunas, normalmente en el extrarradio de las ciudades. Como los fariseos, los esenios eran un movimiento a favor de la renovación y restauración de Israel, y luchaban contra la asimilación de los judíos al espíritu del Helenismo. Procuraban la más extrema pureza ritual y un respeto ultra exigente por la Ley; no tenían propiedad privada, sino que los salarios obtenidos por los miembros del grupo eran entregados a admi¬nis¬tradores comunes que proveían a las necesidades de cada uno. Se consagra¬ban fundamentalmente a la agricultura, no se ocupaban de la fabricación de armas y se alejaban de cualquier tipo de comercio salvo con otros afiliados a la secta. Sus comunidades estaban abiertas a la recepción de nuevos miembros que estuvieran dispuestos a vivir la vida rigurosa y los ideales religiosos del grupo. Se permitía el matrimonio, pero algunos de ellos eran célibes, pues mantenían serias objeciones respecto a la corrupción de la mujer y la concupiscencia en general.

El grupo esenios de Qumrán: un conjunto de fanáticos e intransigentes

De este bloque esenio en general se desgajó hacia 140-130 a.C. un grupo pequeño bajo la dirección de un sacerdote de Jerusalén, profeta y experto en la Ley. Probablemente el motivo de su separación fue un conjunto de serias divergencias mantenidas con otros sacerdotes y con la generalidad de los judíos sobre temas legales, el culto, la interpretación de la función del Templo y sobre todo el calendario de las fiestas sagradas, que debían ser fijas, regidas por un calendario solar, no lunar, y por la significación de tales fiestas. Se retiraron a Qumrán y allí formaron un grupo que se creía el verdadero “resto” de Israel y que se preparaba con una vida de extrema y peculiar fidelidad a la Ley para la llegada inminente del reino de Dios, lo que significaba el fin del mundo que estaban viviendo y el alumbramiento de uno nuevo. Los pergaminos de Qumrán nos dicen que los miembros del grupo se creían los "elegidos", los "hombres de la nueva alianza", "los hijos de la luz", los únicos predestinados para ser salvados en la catástrofe que se avecinaba.

Los esenios no se diferenciaban de los demás judíos en el sentimiento general de pertenecer al pueblo elegido, en su veneración por las Escrituras reveladas --Ley / Profetas / Escritos (salmos; proverbios)--, en su concepción de Dios y de la historia sagrada y en las líneas generales de la teología judía. Pero sí tenían algunas ideas religiosas peculiares. Entre ellas destacaba un rígido determinismo: todo está determinado férreamente por Dios, que casi predetermina, al crear a cada ser humano con determinadas disposiciones de alma y cuerpo, quiénes se van a salvar y quiénes no.

Contradictoriamente, sin embargo, sostenían que el ser humano es libre y que debe escoger la senda del bien, bajo el influjo de los ángeles buenos, y huir de la senda del mal, controlada por el poder de Satanás (llamado Belial). Poseían libros religiosos secretos sobre el origen de su secta (algunos de ellos recogidos en estos manuscritos) y sus creencias particulares, y se dedicaban intensamente a estudiarlos junto con las Escrituras comúnmente aceptadas por el judaísmo en general. Estaban convencidos de un fin del mundo inminente y de la llegada del reino de Dios sobre la tierra de Israel. Éste vendría por una lucha contra los poderes del Mal (sobre todo el Imperio Romano) y contra cualquier extranjero que no respetara la ley de Moisés. Los esenios, al menos los de Qumrán, creían en diversas clases de mesías. La doctrina general era la próxima venida de un mesías doble, uno sacerdotal, encargado del cumplimiento de la Ley y otro guerrero, a quien competía librar la batalla definitiva contra los extranjeros que dominaban Israel.

La vida cotidiana en Qumrán

Sobre la vida cotidiana en Qumrán, aparte de lo que se puede deducir de la arqueología, hay un par de textos célebres del historiador judío Flavio Josefo que nos ilustran al respecto. Traducidos del griego y con la paráfrasis de algunos detalles dicen así:

“Los esenios nunca pronuncian una sola palabra profana antes de salir el sol. Luego dirigen a este astro sus oraciones tradicionales como si le suplicaran que apareciera [no adoran al sol en sí mismo, sino como símbolo de la protección de Dios]. Luego sus inspectores envían a cada uno a trabajar en su oficio, lo que hacen con gran empeño hasta la hora quinta [hacia los once de la mañana: se dedicaban a oficios agrícolas; cuidar del ganado; preparar cuero para los pergaminos y escritura de códices; tareas diversas de escritura y labores de cerámica y cestería. Otros, liberados de tareas manuales, se dedicaban al estudio de las Escrituras sagradas]. Luego se reúnen de nuevo [en el asentamiento], cubren sus lomos con una faja de lino y se lavan todo el cuerpo con agua fría [en Qumrán había unas dieciséis cisternas, de las cuales diez eran para las purificaciones rituales].

“Después se congregan en una sala [el refectorio] donde no puede entrar ningún profano, ni tampoco ellos mismos sin estar puros. Se sientan sin hacer ruido y el panadero sirve a cada uno de ellos un pan, y el cocinero un solo plato [a veces bebían no sólo agua, sino una especie de mosto]. El sacerdote pronuncia una oración antes de comer y nadie puede probar bocado antes de que concluya. Después de la comida el sacerdote repite el rezo. Posteriormente se quitan las ropas de la comida como si fueran sagradas y vuelven a sus trabajos hasta el anochecer. Regresan luego al lugar común y cenan de la misma manera. Ni gritos ni tumultos perturban su morada, sino que cada cual habla por turno. A los que pasan delante de ella les parece como si allí se estuviera celebrando algún temible misterio” (Guerra judía II 8,5).

Sabemos también que un tercio de la noche era empleado para el estudio comunitario de la Biblia, en interpretarla y bendecir juntos a Dios.

Los sábados consagraban el tiempo a los actos litúrgicos y a la alabanza divina: “Son más estrictos que el resto de los judíos en abstenerse de trabajo el día séptimo. No sólo preparan su comida el día anterior, para evitar hacer fuego, sino que ni siquiera se atreven a mover una vasija o ir a defecar” (Flavio Josefo, Guerra judía II 8,9).

Algunos días especiales se reunían todos los miembros de la secta para la reprensión fraterna de los posibles errores, para el dictamen de ciertos castigos a los que hubieran contravenido las normas de la comunidad y para tratar los asuntos comunes. La comunidad era presidida por un “Inspector general” y un consejo de quince hombres: doce laicos y tres sacerdotes.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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