Sigue la "Historia breve de la política religiosa del dios-hombre" (III) (936)




Foto: Teseo, un hombre, un héroe divinizado. Aquí Teseo y el minotauro.


Escribe Antonio Piñero


¿Cómo se llega a este estado de cosas, a saber divinizar a meros seres humanos? ¿Cómo se puede decir que los dioses no existen, pero que Demetrio Poliorcetes era un dios? La antigua investigación, incluso Martin P. Nilsson (en su famosa obra “Historia de la Religión griega”, Geschichte der griechischen Religion II 152), estima que se trataba –en Grecia– de unos momentos, locales, de grave depravación de la religión, o decadencia y desplome de la antigua religión de los dioses olímpicos. Los griegos estaban apurados y abrumados por las guerras y la inseguridad de la vida. Pero esto es un juicio demasiado ligero. Veamos brevemente qué factores ideológicos han llevado a esta creación religiosa sorprendente.



En primer lugar, el aura religiosa de la monarquía, no hay que insistir, porque parece evidente: los reyes para el pueblo más ignorante tienen un poder casi divino. En segundo, la convergencia de diversas líneas de religiosidad en Grecia: creencia en hombres divinos. La máxima délfica ‘Conócete a ti mismo’ supone la tendencia de filósofos, poetas, adivinos, médicos famosos y taumaturgos a ver en sí mismos algo de divino. Aunque hay que reconocer que el sentido de esta máxima es, en el fondo al revés: cae en la cuenta de que eres un mero hombre y no te engrías intentando parecerte a los dioses. No te creas nunca un dios.


Es conocido el caso del filósofo Empédocles que escribió lo que sigue:


“Voy por todas partes como un dios inmortal, no ya como un mortal, y recibo honores como corresponde a mi caso. Soy honrado por todos, por hombres y mujeres en las ciudades que visito, y me siguen millares…, me exigen profecías, me preguntan sobre remedios de enfermedades de todo tipo… para recibir una palabra sanador…” (Fragmento de los antiguos estoicos = FSV 31 B112).


No hay mención de altares, u ofrendas en este pasaje, cierto, pero ese mismo sentimiento de tener algo divino se percibe en otros personajes, llamados por la investigación (después del libro fundamental de L. Bieler, Theios anér. “El hombre divino”’) hombres divinos. El caso más típico, literariamente hablando, es tardío: siglo I d.C. Apolonio de Tiana (ojo: no de “Triana”. Tiana es una ciudad de la Capadocia antólica, hoy Turquía; entonces Asia Menor) casi contemporáneo de Jesús de Nazaret. Filóstrato, su biógrafo, lo designa expresamente como theios anér en su obra Vida de Apolonio II 17 y VIII 15, a la vez que en 5,24 afirma que los egipcios lo contemplaban como un dios. Theios y daimonios (“divino” y “poseído por démon o espíritu”, son adjetivos que Apolonio recibe con frecuencia en la Vita.


Según Filóstrato, otros hombres divinos, con los que relaciona a Apolonio, son Pitágoras, Empédocles, Demócrito, Platón, Sócrates, Anaxágoras. Igualmente los magos babilonios, los bramanes, “gimnosofistas” (es decir, los sofistas desnudos, de cintura para arriba) y ciertos personajes egipcios. La razón es el don de profecía de Apolonio, sus milagros, su vida, y su doctrina que se ‘acercaba a la sabiduría divina aún más que la de Pitágoras’.


Aunque la investigación moderna de la Historia de las Religiones duda de la existencia de un tipo específico o de una categoría mental estricta de ‘hombres divinos’… (en relación con Jesús ha escrito Barry Blackburn (Theios Aner and the Markan Miracle Tradition. A Critique of the Theios Aner Concept… WUNT = “Wissenschaftliche Untersuchungen zum Neuen Testament = “Investigaciones científicas que afectan al estudio del Nuevo Testamento 240 = 1991) una crítica feroz afirmando que ese tipo de hombres no existía porque no hay textos que lo prueben



A pesar de las críticas, hay que confesar que convencen bastante los argumentos de Bieler: debió de existir en la Antigüedad entre las gentes sencilla la imagen de un ser humano superior, genial, sobresaliente al que le atribuían un aura especial. Debió de circular por todas las épocas tal imagen y la gente sencilla consideraba que tales personajes tenían una participación especial en la divinidad como demostraban sus realizaciones. Es casi como una idea platónica (que solo existe en la mente) en el pueblo, cuya realización completa o semicompleta solo se da en un caso concreto, excepcional. Como idea es muy probable que existiera.


Es claro a pesar de la reacción apologética en contra de la equiparación Apolonio – Jesús o en contra igualmente de la explicación de la cristología primitiva de Jesús como la de un hombre divino (es decir, que a Jesús le aplicaron este concepto los evangelistas y las ideas generales sobre el “hombre divino” contribuyo a divinizar a Jesús), que este concepto difuso constituye un horizonte de recepción y de esperanza para la predicación de un Jesús al que se le otorgan tintes sobrenaturales. Estructuralmente puede decirse que estos paradigmas son parecidos a los que emplean los evangelistas mismos cuando pintan a Jesús utilizando el paradigma y la tipología Moisés / Elías que se proyecta a Jesús.



En tercer lugar, contribuyó a la divinización de Jesús la posible difusión de teorías como las de Evémero de Mesenia, a saber que los dioses son creaciones de los hombres. Son hombres heroicos, luego héroes sin más y luego dioses. El punto de partida es la representación antropomórfica de los dioses, lo que condujo a mucha crítica y reflexión. Evémero de Mesenia (340-260 a.C.) escribió una novela utópica “Sacra inscripción”, en donde cuenta que en una isla lejana, Panquea, había hallado una inscripción en donde se presentaba a Urano, Crono y Zeus, no como dioses sino como reyes del pasado, listos y poderosos. Y es claro –se decía en la novela– que a esos a que eran meros seres humanos, otros hombres, por la grandeza de sus acciones, los habían hecho dioses.


Esta idea tuvo éxito y más tarde se pensó que con ella criticaba Evémero el origen de los dioses. Pero, a la vez y por el contrario, es posible pensar que las ideas de Evémero pudieron contribuir al origen del culto al soberano, que en su época era bien conocido.


Cuarta razón: el culto a los héroes en sí (sea o no cierta la teoría de Evémero): este culto es otro sistema por el cual las fronteras dioses/hombres se borran. He dicho ya que en un plano inferior, a medio camino entre dioses y hombres, pero en constante comunicación con las divinidades se encuentran los héroes, categoría de seres de origen a veces semidivina, otras, plenamente humana, que tenían su propio estatuto en el politeísmo griego.


El culto a los héroes está ya representado claramente en Hesíodo. Un héroe ya ha muerto, pero tiene poder suficiente como para influir sobre los que están en la tierra; por ello son dignos de homenaje y de adoración. Un héroes es aquel personaje que supera el transfondo de la máxima de Delfos ‘Conócete a ti mismo’; es decir, eres humano y no se te ocurra ni compararte con los dioses. Al griego de a pie le consolaba, por el contrario, que algunos mortales habían alcanzado un status superior al de mero humano. Eran la encarnación de la ambición de casi todo hombre de llegar a ser más que humano.


Muchas veces estas figuras se corresponden con el tipo de ‘héroes culturales’, figuras míticas a los que la mitología de diversos pueblos asignan la misión de haber fundado instituciones de la vida material, cultural o religiosa. Sin embargo, no es posible reducir a esta categoría religioso - histórica toda la compleja morfología de los héroes griegos, cuya reconstrucción es a veces muy ardua, pues su mitología y sus historias es enorme, muy superior a la de los dioses.

Probablemente concluiré mañana. Todas estas noticias, aunque de modo más sintético, están reunidas en el libro que cité en otra ocasión, y que repito para rendirle el honor debido: Hans Josef Klauck, Die religiöse Umwelt des Urchristentums. Bd. I y II (“El entorno religioso del cristianismo primitivo): Stadt- und Hausreligion, Mysterienkulte, Volksglaube (Studienbücher Theologie IX/1), Stuttgart: Kohlhammer, 1995 /1996.


Saludos cordiales de Antonio Piñero
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