“Descolonizar a Jesucristo” (21-12-2018. 1033)



Escribe Antonio Piñero


El autor entiende por “descolonizar a Jesucristo” el estudio de Jesucristo yendo en lo posible al original de sus palabras, proferidas en arameo occidental, galilaico en concreto, obviando el sesgo “occidental”, que supone que todas sus palabras hayan sido traducidas al griego y de ahí al latín. Tal versión distorsiona –según el autor– el pensamiento auténtico de Jesús. Ello supone que existe la necesidad perentoria de intentar un retorno al arameo (en este caso en su variante más occidental, el siríaco), y a partir del tenor de esta lengua y de sus significados especiales en muchas expresiones y vocablos llegar en lo posible al sentido originario de la doctrina y –en algunos casos a las actitudes y hechos– del Galileo.


Ahora bien, este interés por la búsqueda del sentido original sobre todo de las sentencias de “Jesús-Cristo” tiene además otra gran ventaja para el autor: la posibilidad de un diálogo fecundo con el Islam actual. El interés de Vicente Haya en este diálogo se sustenta en su conversión desde un cristianismo desencantado al islam… Y me imagino que a un islam esencial, el que desmitifica toda la teología mítica cristiana (por ejemplo, Trinidad, Encarnación, pecado original, divinidad de Jesús, iglesia institucionalizada, etc.), y se vuelve a una concepción muy simple de la religión: solo hay un Dios, Yahvé-Alá; el ser humano es su criatura y le debe obediencia completa; los intermediarios principales entre ese Dios y el ser humano son Jesús y Mahoma. Y la práctica de la religión se reduce –aparte naturalmente del cumplimiento de las leyes esenciales, que son bíblicas, como el Decálogo– al rezo diario y a la guarda del Ramadán. No sé si he entendido bien su pensamiento (que me corrija por favor, si yerro) y supongo que Vicente Haya no tiene el menor interés en creer, ni siquiera suponer, por ejemplo, que el arcángel Gabriel dictó a Mahoma el Corán palabra por palabra.


El puente entre el pensamiento del Islam y Jesús radica para Haya en que los autores del Corán y Jesús pertenecen a una misma cultura, la semita, cuya antropología (más unitaria; no dualista platónica) es mucho más parecida, y en general todo su ambiente cultural, muy similar. Así considerado, el pensamiento de Jesús tiene evidentes concomitancias con el Corán, lo que ayuda muchísimo al diálogo entre las dos religiones.


La intención es sumamente loable, si no fuera porque el medio de acercarse a los dichos y al verdadero pensamiento de ese Jesús totalmente semítico –en casi nada grecorromano– es por medio de la Peschitta. Es esta la versión siríaca de los evangelios, comenzada muy pronto, en el siglo II (y solidificaba en torno al siglo V), a partir del texto griego, ya que la presunta versión original arameo-galilaica de Jesús se ha perdido irremisiblemente. Y como este método lo ha empleado en su libro anterior, muchos le hemos criticado sosteniendo que no se puede llegar al original jesuánico a través de una traducción del griego por muy semítica y vecina que sea la versión. Metodológicamente no es aceptable.


Vicente Haya ha respondido en este libro a este argumento, razonando que “el que la Peschitta fuera terminada de componer en el siglo V, no quiere decir que no se base en textos arameos anteriores; y el que sea una traducción de manuscritos griegos no impide que en esta versión helénica y sus manuscritos fueran corregidos en determinadas palabras y frases de Jesús según las recordaba la tradición oral de los arameoparlantes”.


“Efectivamente, en una cultura eminentemente oral –añade–, donde un buen número de frases textuales de Jesús tenían que ser de conocimiento general entre los judeocristianos, una retrotraducción del griego evangélico al arameo nos da bastantes garantías de fidelidad de lo que pudo ser el mensaje original de Jesús. Y por otra parte es un hecho demostrado que en la redacción de la Peschitta se tienen en cuenta manuscritos siríacos anteriores como el Diatessaron (una amalgama concordista de los evangelios que consigue una sola redacción a partir de los cuatro) de Taciano, los evangelios curetonianos, y un palimpsesto sinaítico, algunos de estos del siglo II” (p. 22).


Admitamos en parte el argumento. Pero no puedo comprender, si el autor conoce bien el arameo, por qué en vez de emplear la Peschitta, no hace un estudio de las numerosas versiones al arameo galilaico del siglo I que han intentado numerosos investigadores, como por ejemplo, G. Schwartz en la revista “Biblische Notizen”, durante años y años, o las de Maurice Casey o G. Dalman o M. Black, etc. Es cierto que las retrotraducciones de esos estudiosos (que –insisto– suelen llevar años ocupados en el tema), y otros, varían bastante entre sí. Pero ello mismo le haría al autor del libro que comentamos ser mucho más prudente en su seguridad de haber recuperado (casi o bastante) el sentido original de los dichos de Jesús.


En segundo lugar, Vicente Haya no distingue en absoluto entre Jesús de Nazaret y el Cristo celestial… y habla de Jesucristo tan tranquilo como si fuese un personaje histórico… Pero no es así: he argumentado mil veces que “Jesucristo” es una mezcla de un individuo real y de un concepto teológico, “el Cristo celestial” originado en la especulación teológica judía de Pablo de Tarso, con mezclas indudables de una religiosidad griega propia de los cultos de misterio grecorromanos. Por ello, no es extraño que Haya admita como históricas palabras del Jesús del IV Evangelio… que creo –y conmigo la mayoría de filólogo, historiadores y teólogos– no son históricas, sino producto de la teología de los autores del Cuarto Evangelio.


Así, por poner un ejemplo, Vicente Haya sostiene que se acerca mucho más a la verdad histórica que Jesús dijese “Yo soy el consuelo y las vidas (sic)”, que no “Yo soy la resurrección y la vida”. En mi opinión, y en la de muchos otros, no dijo ni una cosa ni la otra. Otro ejemplo: la intelección correcta de las siguientes palabras del Padrenuestro –…“Y líbranos de las deudas nuestras, así como también nosotros hemos liberado a nuestros deudores…”– debe entenderse así: “Se pide a Dios que nos libre de las deudas, de la usura, de las hipotecas, así como nosotros tenemos piedad de los que están a merced nuestra (por deudas económicas)” (p. 27).


Pienso que otros, igualmente estudiosos del arameo, han hecho caer en la cuenta al lector moderno que “deuda” respecto a Dios significa ante todo “pecado”. Así que “perdónanos nuestras deudas” significaba en el pensamiento del Jesús histórico, “perdónanos nuestros pecados así como nosotros perdonamos a los que comenten faltas contra nosotros”.


Y así en otros casos. En síntesis: el intento de Vicente Haya es loable; pero el método es inseguro y no es el más lógico científicamente; sus conclusiones son al menos dudosas; no se puede atribuir al Jesús histórico un buen monto de palabras del Cuarto Evangelio que en su libro aparecen como procedentes del Jesús galileo. Sobre todo esto último me parce imposible. Tal sistema no nos acerca al verdadero pensamiento del Jesús de la historia, sino al de sus sucesores…, y en especial al del autor/es del Cuarto Evangelio que fue –al igual que los otros evangelistas– en gran parte de su teología deudor del pensamiento de Pablo de Tarso.

Y en cuanto a “descolonizar a Jesús”… me parece bien. Pero alguien podría replicar: “Estupendo; he llegado hasta el Jesús semita, galileo. Pero ¿me interesa mucho, a mí occidental del siglo XXI, el pensamiento de un artesano y rabino galileo del siglo I en su pureza semítica? Al fin y al cabo es una cultura muy ajena a la mía”.


Sin duda, podría al menos pensarlo.


Saludos cordiales de Antonio Piñero

http://adaliz-ediciones.com/home/36-el-jesus-que-yo-conozco.html
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