Segunda entrega: ¿Existió Jesús realmente?

Escribía yo el otro día que la pregunta que da origen a la comunicación de hoy, “¿Existió Jesús realmente?” (la Primera entrega la tiene el lector archivada en “Temas” –a la izquierda de su pantalla-: “Jesús histórico”) es la que me ha sido formulada con mayor frecuencia a lo largo de mi vida.

Y decía también que a veces los mejores argumentos para defender algo los tenemos delante de nuestros ojos, pero no los vemos. Mi idea es: no hace falta recurrir a un argumento externo, al testimonio de historiadores del siglo I o II para robar la existencia histórica de Jesús. Deseo ahora completar lo que dije en mi correo anterior: el segundo argumento más fuerte para probar –en cuanto en temas de historia se puede “probar”- la existencia de Jesús está ante nuestros ojos y, a veces, no lo consideramos.


Este argumento es sencillo: la existencia histórica de Jesús se prueba convincentemente por la existencia misma del cristianismo y los restos que de éste quedan en el siglo I.

Tratar de explicar históricamente un cristianismo -tal como se muestra por ejemplo en las restos literarias que quedan de él en el siglo I: el Nuevo Testamento- sin que Jesús haya existido produce infinitos más dolores de cabeza al historiador, que lo contrario. En historia, es infinitamente más fácil explicar por qué surgió el cristianismo si Jesús existió en verdad, que si se afirma que este personaje es una ficción, un puro invento.

Y el argumento sigue así: en el Nuevo Testamento, redactado entre el 51 y el 120 d.C., aparecen diversos cristianismos, con teologías bastante distintas entre sí. Las 27 obras han sido compuestas al menos por trece o catorce manos diferentes. Todos estos autores son independientes entre sí e incluso adversarios teológicos en algunas de sus ideas. Componen sus escritos independientemente, girando en torno a la interpretación del mensaje de un mismo personaje. Si éste no hubiese existido, es prácticamente imposible explicar esta variedad dentro de una cierta unidad: por qué están de acuerdo en los sustancial a la vez que se diferencias en ciertos aspectos: toda la teología del principio del cristianismo se habría manifestado más bien como un todo uniforme en torno al “invento” de un personaje que nunca existió.

Preciso: no parece nada razonable pensar que en un lapso de tiempo de unos setenta años, escritores distintos, de distintas localidades geográficas, algunas bastante alejadas entre sí, se ponen de acuerdo para inventar un personaje, un auténtico mito religioso por hipótesis, con una cierta unidad y unas notables variaciones a la vez. Este proceso histórico parece inverosímil e improbable.

Es mucho más fácil postular la existencia absolutamente histórica de un personaje concreto, Jesús de Nazaret, un personaje rico en ideas y hechos reales, pero que por su misma riqueza admite distintas interpretaciones a medida que pasan los años tras su muerte.

Expliquemos hoy tan sólo, y por encima, la variedad de estos cristianismos del siglo I que apelan todos, sin embargo, a Jesús de Nazaret como figura histórica.

El cristianismo aparece cronológicamente a mediados del siglo I –en concreto entre el año 51 y el 64- con siete cartas que llevan el sello y la marca inconfundible de una misma mano. El que las escribió se denomina a sí mismo “Pablo” y da a entender que sus destinatarios lo conocen muy bien. Pero lo curioso es que su modo de ver el cristianismo –en ese momento es mejor llamarlo judeocristianismo- es muy diferente, en algunos puntos radicalmente distinto de otros escritos que también profesan el mismo judeocristianismo.

Por ejemplo: el Evangelio de Mateo, compuesto después de la aniquilación de Jerusalén por las tropas romanas en el 70 d.C. –el evangelio alude a ese hecho-, tiene una posición respecto a al vigencia de la ley de Moisés como instrumento de salvación, totalmente distinto: para Mateo sigue siendo válido y para Pablo no. El Evangelio de Mateo se escribió en parte para corregir y matizar algunos puntos de vista teológicos de Pablo.

El judeocristianismo que está detrás del Evangelio de Lucas y de los Hechos de los Apóstoles, con su concepción de la historia de la salvación del ser humano, es muy distinto del de Mateo y del de Marcos.

La teología del Evangelio de Juan –una teología del Logos- es muy diferente de la de los otros evangelistas, en la que ni siquiera aparece.

La estructura de la Iglesia que se transparenta en las Epístolas Pastorales es tan distinta a la organización de las primeras comunidades paulinas como la noche lo es del día.

Y el cristianismo de la Epístola de Santiago junto con el del Apocalipsis es mucho más judío y tradicional que el cristianismo “rompedor de moldes” de Pablo y sus seguidores.

No es necesario seguir más: este judeocristianismo del siglo I tan supervariado sólo tiene una explicación histórica plausible: la existencia asimismo histórica de una personalidad religiosa muy influyente que se prestó a diversas interpretaciones dentro de una fuerte unidad. Postular hipotéticamente que el personaje básico de ese fenómeno religioso fue un puro invento de alguien, o de un pequeño grupo, no tiene ni pies ni cabeza desde el punto de vista de la razonabilidad histórica.
……………

Otro día trataremos de otros argumentos de los que niegan la existencia histórica de Jesús: ¿valen o no los testimonios de Flavio Josefo y de Tácito, historiadores que no son cristianos? ¿Quedan restos arqueológicos de Nazaret, la patria de Jesús, o la existencia de esta ciudad es también un puro invento?

Saludos y hasta la siguiente.
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