La Poética en los relatos de la Resurrección

Hoy escribe Gonzalo DEL CERRO

Un hecho incontestable desde el punto de vista filológico es que los evangelios son una obra literaria. Sus autores son sensibles a la vertiente artística o artesana de su composición. Un testimonio “común” sobre Jesús adopta formas diferentes que son el eco de actitudes preconcebidas. Cada uno de los evangelistas desarrolla su relato con el enfoque puesto en una idea básica que condiciona el tratamiento de los sucesos. Pero todos pretenden hacer una relación histórica de la vida del protagonista, aunque desde distintos puntos de vista. Esto es posible verlo con los relatos sobre la resurrección de Jesús.



El acontecimiento fundamental del testimonio sobre Jesús es su resurrección. Es lógico, pues, que sus testigos pongan el énfasis en la demostración de su realidad. La crucifixión había sido un acto público y clamoroso; la sepultura fue objeto de atención especial por parte de los discípulos de Jesús; y lo fue obviamente el sepulcro vacío, hecho del que levantan acta los cuatro evangelistas. Pero la Resurrección como suceso teológico tiene su exégesis en la primera carta de Pablo a los corintios (1 Cor 15). El motivo que mueve a Pablo a tratar del tema es la actitud de algunos que negaban la resurrección de los muertos. Negarla es para Pablo negar la resurrección de Cristo. “Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe” (1 Cor 15,14).

Estos son los hechos, tan importantes que la personalidad de los apóstoles puede reducirse a ser testigos de la Resurrección. Pedro y Pablo lo destacan en sus discursos programáticos (Hechos 2, 24; 3, 15; 13, 30). Y la condición exigible al que sustituirá a Judas es que sea “testigo de la Resurrección” (Hch 1, 22).

Los evangelistas exponen los hechos. Entran, pues, en la categoría de los que Aristóteles designa como historikoí (historiadores). Pero también la historia es para el Estagirita una forma de la obra literaria (Poética, 9, 1451 b). Su exposición debe reducirse a lo sucedido (tà genómena). El mismo Aristóteles recuerda que los hechos pueden transmitirse como relato teórico (es el caso de Pablo) o como representación dramática (los evangelios). Los evangelistas no cuentan del sepulcro vacío, sino presentan en acción a los personajes que lo certifican. Era la forma preferida por Homero, la narración de los hechos más que su descripción en las esferas de la teoría. Un caso bien conocido: Homero jamás describe la belleza de Helena... tantga que por esa mujer se originó la guerra de Troya. Para "describirla" usa una dramatización: dos ancianos la ven desde un lugar elevado y uno de ellos exclama más o menos así: "En verdad por esta mujer merece la pena entablar una guerra".

El caso es que, al margen de la historicidad de la resurrección de Jesús, afirmada y buscada, su revestimiento literario tiene visos de la doctrina clásica sobre la obra literaria. El páthos o acontecimiento patético está bien representado por la pasión, la muerte y la sepultura de Jesús, con una última cena descrita como un intencionado pródromo o preámbulo del desenlace final. La anagnórisis, cambio de la ignorancia al conocimiento, tiene un sorprendente preludio en la insistencia con que los evangelistas destacan el desconocimiento de la realidad que los discípulos tienen ante los ojos.

Según la narración de Mateo (28, 17), Jesús se aparece a los Once, pero algunos de ellos
parecen no enterarse. Las tres Marías reaccionan ante la visión del ángel con temor y espanto (Mc 16, 8). Y cuando la Magdalena cuenta su experiencia, los discípulos no la creen (Mc 16, 11), como tampoco creen a los del camino (Mc 16, 13).

En el texto de Lucas, las noticias aportadas por las mujeres son interpretadas por los apóstoles como desatinos inaceptables (Lc 24, 11). Los discípulos de Emaús van de camino conversando con el resucitado, pero no lo reconocen (Lc 24, 16). Cuando los apóstoles reciben la visita de Jesús, “creen ver un espíritu” (Lc 24, 37).

En el Evangelio de Juan María Magdalena se encontró con Jesús al lado del sepulcro, estuvo hablando con él, “pero no sabía que era Jesús” (Jn 20, 14). Los discípulos que ven a Jesús en la playa de Tiberíades tampoco lo reconocen (Jn 21, 4). Y cuando ya han salido a la orilla, “ninguno osaba preguntarle: ¿Tú quién eres?, sabiendo que era el Señor (Jn 21, 12). Todos estos detalles son el terminus a quo de la anagnórisis, que es la ágnoia, la ignorancia, un tanto artificiosamente destacada.

El tercer elemento o peripéteia es aquí el cambio del luto total y del fracaso al gozo y a la victoria. Frente a la suposición de que, sin la Resurrección de Jesús, los cristianos seríamos “los más miserables de todos los hombres”, Pablo concluye con un grito: “Pero cristo ha resucitado” (1 Cor 15, 20).

Para los evangelistas, como para Pablo, la Resurrección es un acontecimiento histórico (en el sentido de sucedido: en alemán “geschichtlich”, término técnico que ha sido aceptado en la jerga de los teólogos); si es, además, “historisch”, histórico (en el sentido de demostrable por criterios científicos) es un detalle que no entraba en el marco de sus intereses. Pero ellos, los autores de los relatos evangélicos, pretenden exponer lo que Aristóteles denomina tà genómena, lo sucedido.
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