¿Por qué el cambio de nombre, de Saulo a Pablo?



A lo largo de los siglos se ha formulado muchas veces esta pregunta. En los Hechos de los Apóstoles, en los primeros capítulos –del 7 al 13-, aparece siempre Saulos en total unas quince veces. Pablo no se encuentra nunca en estos capítulos.

De repente en Hechos 13,9 encontramos la siguiente frase: “Entonces Saulo, que también es Pablo”…, y desde ese momento, de la narración de la segunda parte de la obra de Lucas desaparece el primer nombre para encontrar sólo “Pablo”. Y en las cartas auténticas del Apóstol encontramos también sólo “Pablo”. ¿Por qué?



Saulos es Sha´ul en hebreo y Saoulos en la traducción de los LXX. Como es bien sabido, es el nombre del primer rey de Israel, de la tribu de Benjamín, y Paulos es la helenización del nombre latino Paulus, que significa literalmente “pequeño”.

A lo largo de la historia de la investigación se han formulado muchas hipótesis para responder a esta cuestión del cambio de nombre y de la falta de explicación. Algunos han llegado a creer probado que el nombre latino del Apóstol era Gaius Julius Paulus, porque la familia de Pablo -al recibir la ciudadanía romana después de que hubo nacido el niño Saulo- había adoptado el nombre de la famosa familia que había dado al mundo al general Emilio Paulo. Los otros dos vocablos, Gaio Julio, se los habrían puesto al niño Saulo/Pablo en honor de Julio César, personaje conocidísimo que tantos beneficios había procurado a los judíos.

Pero esta hipótesis carece de todo fundamento en los textos que conservamos.

Es conveniente que antes de ofrecer una posible respuesta a la cuestión nos detengamos en un tema previo: ¿Cómo se formaba un nombre romano?

El nombre romano tenía tres partes. Para explicar su uso tomemos como ejemplo la designación de un romano famoso: Marco Tulio Cicerón:

- El primer miembro era el “praenomen” (“lo que está delante del nombre”): por ejemplo, Gaius, Lucius, Marcus… Corresponde a lo que hoy nosotros llamamos el nombre propio de cada persona.

- El segundo miembro era el “nomen”, nombre o “gentilicio”: es la designación según la “gens” o tribu a la que pertenecía cada uno. Al principio, en la antigua Roma, había grandes clanes o tribus de latinos dispersos en aldeas del Lacio, que se fueron congregando poco a poco tras la fundación de Roma, hasta formar el gran pueblo que fue más tarde. Cada ciudadano recibía como segunda parte de su nombre el “gentilicio”. En nuestro ejemplo Marco Tulio. Este personaje era por tanto de la tribu, o gens, Tulia.

- El tercero y último miembro era el “cognomen” o designación específica -a veces un apodo- con el que llamaba concretamente a una “familia” dentro de cada gens o tribu. En nuestro caso Cicerón (literalmente: “el garbanzón”). Esa familia era, pues, designada como “Los Garbanzones”. A veces este cognomen era un apodo, bien para la familia entera o para un miembro ilustre de ella.

Por tanto un nombre romano estaba compuesto de:

Un nombre propio + El nombre de la tribu + el nombre la familia (a veces un apodo).

Nada que ver, en principio, con nuestro sistema:

Nombre propio + nombre de la familia del padre + nombre de la familia de la madre.

En las cartas auténticas de Pablo sólo aparece como nombre un vocablo: el Apóstol se designa a sí mismo con una sola palabra, que suena a latina, aunque esté helenizada en su terminación, Paulos. Nunca se presenta con un nombre completo compuesto de tres partes. En principio, pues, no sabemos por boca de Pablo cuál era su nombre completo. Normalmente, además,cuando en el mundo romano se designa continuamente por un solo nombre, esa persona solía ser un esclavo.

Por otro lado, en este cambio de nombre hay como un juego de palabras: de “Saulus” a “Paulus” sólo se muda un fonema, una letra. Es éste en principio un cambio muy curioso y llamativo: de tener nombre de un gran rey de Israel, al que la tradición pinta como grande y apuesto, pasa el Apóstol a utilizar un nombre que significa “El pequeño”.

Nos preguntamos de nuevo: ¿Por qué?

Entre todas las explicaciones que he leído a este respecto la que más me convence es la que ofrece Giorgio Agamben en las pp. 20 y siguientes de su obra
“El tiempo que resta. Un Comentario a la Carta a los romanos”, Madrid, Editorial Trotta, 2006.
Es la siguiente:

Pablo es el sobrenombre que Dios, o Pablo mismo, se da como un signo del cambio de su persona cuando acepta su llamada o vocación mesiánica por parte divina: la mal denominada “conversión” en el camino de Damasco.

Este cambio de nombre indica que él, un judío normal, un antiguo perseguidor de los cristianos, ha pasado a ser un siervo, un esclavo especial de Dios para el servicio de la salvación de los gentiles.

Este cambio de nombre se explica por lo siguiente: cuando un señor romano, dueño naturalmente de esclavos, compraba un nuevo siervo, le cambiaba el nombre como signo de que su estado ya no era el mismo que antes: había cambiado como su nombre. Por ejemplo, un varón libre, griego, de nombre “Hipódamo”, que por una acción de guerra había sido convertido en esclavo pasaba a llamarse “Heleno”, o “Lidio” o “Licio”, según la región de procedencia. Su nombre era mudado por el dueño para que el esclavo mismo y los demás tuvieran siempre presente que la situación personal y social de aquella persona había cambiado.

Recuerda Agamben que

Platón alude a esta costumbre (Cratilo 384d) cuando escribe: “Mudamos el nombre a nuestros esclavos, sin que la nueva denominación sea menos justa que la precedente”, y Filóstrato cuenta que Herodes Ático había dado a sus esclavos el nombre de las veinticuatro letras del alfabeto, de modo que su hijo pudiera ejercitarse al llamarlos.

Conservamos listas de esos cambios de nombres, de los que Agamben pone algunos ejemplos, que reproduzco (p. 21):

Januarius qui et Asellus (Asnillo)
Lucius qui et Porcellus (Cochinillo)
Ildebrandus qui et Pecora (Ganado)
Manlius qui et Longus (Largo)
Aemilia Maura qui et Minima… (La menor).

Obsérvese que en esta lista el nombre de la persona aparece en primer lugar, y que luego -en último lugar- el nuevo nombre va unido al primero por la fórmula “qui et” = “el cual también (se llama)…”.

Pues bien, en el pasaje arriba nombrado de los Hechos de los apóstoles 13,9, en el que aparece el cambio de nombre de Saulos a Paulos se emplea esta misma fórmula “qui et”: en griego “Saulos de ho kai Paulos…” = “Entonces Saulo que es también Pablo…”. El griego “ho kai” es, pues, la traducción exacta del latín “qui et”.

Por tanto, da la impresión –por la utilización de esa fórmula “qui et”- que, según Lucas, Saulo se cambia su nombre en Pablo cuando cambia de estado: de libre a siervo/esclavo. ¿Siervo o esclavo de quién? Respuesta: esclavo de Dios o de su mesías.

Todo empieza a encajar: tras su llamada por Dios a una nueva misión, descrita también en los Hechos, Pablo siente que se ha transformado radicalmente: ha pasado de ser un hombre libre a esclavo del mesías para predicar que también es posible la salvación de los gentiles. Entonces cambia de nombre. ¿Por qué escoge Paulus? Sencillamente porque significa “pequeño” y porque ofrece un buen juego de palabras con Saulus (S/P). ¿Por qué pequeño? Porque él, el Apóstol, siempre se consideró “el apóstol más pequeño, de menor importancia, el último en ser llamado al apostolado de todos los apóstoles (1 Corintios 15,8-10). Jesús resucitado se apareció a muchos y después

“A mí, el último de todos, como a un abortivo, se me apareció…, a mí que soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios, pero por la gracia de Dios soy lo que soy…”

Y luego en otro lugar de la misma carta (en 1 Corintios 1,27) aclara Pablo que

“Dios ha escogido lo débil del mundo… para confundir a los fuertes… las cosas que no son para hacer inactivas las que son”.

Y por eso, por sentirse un esclavo de Dios para una misión y por reconocer humildemente que el como hombre era bien poca cosa, al principio de la Carta a los romanos –y en otras- comienza Pablo a presentarse a sí mismo a sus lectores del modos siguiente: “Pablo, esclavo (griego doúlos) de Jesucristo, llamado a ser apóstol…”.

Así pues, la llamada o vocación mesiánica ha mudado de tal modo el ser de Saulo, lo ha hecho pasar de hombre libre a esclavo del mesías para cumplir una misión, que es preciso significar este hecho por un cambio de nombre: Saulos qui et Paulos.

Comenta Agamben (p. 22):

En el momento en el que la “llamada” lo ha constituido de hombre libre en “esclavo del mesías”, el Apóstol debe, como siervo que es, perder su nombre –sea cual fuere, romano o judío— y llamarse con un simple apodo. Este hecho no escapó a la sensibilidad de Agustín quien –contra la descaminada sugerencia de Jerónimo, repetida por los modernos, según la cual el nombre de Pablo se derivaría del nombre del procónsul por él convertido — sabe perfectamente que Pablo significa simplemente “pequeño” (Paulum… minimum est: Comm. in Psalm. 72,4).

En síntesis: el cambio de nombre es un signo de que Pablo ha cambiado de estado: de judío perseguidor (Saulo) a apóstol predicador del mesías, y como apóstol esclavo de Dios y de Cristo, y como apóstol también un instrumento humano pequeño (Paulo) y de poco valor, al que sin embargo Dios escoge para una altísima misión.
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