Cameron, Jacobovici, Jesús y María Magdalena (y II)







Como prometí ayer, aquí va la segunda y última parte del comentario sobre "la tumba de Jesús" inicado ayer.



2. Las relaciones de Jesús con María Magdalena



Utilizo aquí, para este apartado, parte del material de un trabajo que ha aparecido ya en la revista MÁS ALLÁ (número 210, agosto 2006, pp. 20-25), que con gran acierto dirigen Carmen Sánchez Fraile y Javier Sierra, donde pueden leerlo completo.



María Magdalena es la mujer que más veces se nombra en los Evangelios canónicos: diecisiete, contando repeticiones y variantes de los textos. En los Hechos de los apóstoles la Magdalena no aparece en absoluto.



De todos estos pasajes evangélicos sólo uno, en Lucas 8,1-2, se refiere a la Magdalena durante la vida pública de Jesús: “Acompañaban a Jesús los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana…, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”. ¿A esto se reduce todo?



A esto, en verdad. Las mujeres seguían a Jesús porque habían sido curadas de enfermedades psíquicas (“espíritus malignos”) o de otras dolencias. Seguramente además porque les atraía la predicación de Jesús. A pesar de lo escueto de la noticia, se puede deducir del texto lucano que la Magdalena ocupaba entre esas mujeres una cierta posición relevante: se la nombra en primer lugar y se la señala con su nombre gentilicio. El que ayudara a Jesús “con sus bienes” indica que la Magdalena gozaba una cierta libertad –bien porque fuera soltera, o viuda, o mujer de un marido magnánimo- y que poseía suficientes bienes materiales como para ayudar a Jesús. Pero el texto no señala ninguna relación especial, sobre las demás mujeres, de la Magdalena con Jesús.





La Magdalena durante la pasión y resurrección de Jesús



El papel de la Magdalena queda resaltado ciertamente por los evangelistas en los momentos finales de la vida de Jesús. Pero la destacada función a ella atribuida por modernos autores fantasiosos no se corresponde con la tradición cristiana más antigua.



Pablo, que escribe su mencionada 1 Corintios poco más de veinte años después de la muerte de Jesús –por tanto bastante antes que los Evangelios- desconoce en absoluto el papel de la Magdalena como primera testigo de la resurrección: Jesús resucitado se apareció en primer lugar “a Cefas/Pedro, después a más de quinientos hermanos a la vez… luego a Santiago, más tarde a todos los apóstoles (los Once/Doce), y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo” (15,5-8). Como se ve, Pablo nada sabe de cualquier aparición preferencial del Salvador a la Magdalena. La prelacía de Pedro es evidente para la tradición confirmada por Pablo, quien no tenía interés ninguno en destacarla ya que Pedro no era precisamente de “su cuerda” desde el punto de vista teológico. Más bien le tenía poca simpatía (Gál 2,11-14).



El primer Evangelio, el de Marcos, concluye del siguiente modo: tres mujeres, Magdalena, María la de Santiago (¿su madre?) y Salomé van a la tumba de Jesús para ungir su cadáver. La encuentran vacía y se les aparece un ángel que les dice: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret… ha resucitado… Id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea: allí lo veréis, como o dijo. Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”. Como se ve, la primera tradición evangélica no dice que mujer alguna fuera la beneficiaria de la primera aparición de Jesús, y niega expresamente que la féminas asumieran la función de transmisoras de tan importante noticia. Con otras palabras: esta primera tradición no abona en absoluto la imagen posterior de una Magdalena “apóstola de los apóstoles”.



Reacciones de otros autores cristianos



El abrupto final del Evangelio de Marcos, tan negativo, suscitó una fuerte reacción entre los escritores cristianos posteriores. Ésta se muestra de varios modos: en el añadido tardío de un final suplementario al primer evangelio, el texto de Mc 16,9-20, y en las correcciones a la imagen de las mujeres por parte de Mateo, Lucas y Juan. Lo vemos a continuación.



Mateo 28,8 afirma todo lo contrario a Marcos (¡una de las muchas contradicciones de los Evangelios, sobre todo en los relatos de la resurrección!): “Las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro (vacío) con miedo y gran gozo y corrieron a dar la noticia a los discípulos”.



Lo mismo Lucas en 24,9-11: “Regresando del sepulcro anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás…”. Ni Mateo ni Lucas dicen que las mujeres fueron agraciadas con una aparición del Resucitado. Sólo vieron a un ángel.



El añadido al Evangelio de Marcos: unos cincuenta, o más años, después de la conclusión del texto original del Evangelio de Marcos, un escritor anónimo tuvo la osadía de añadir un complemento al Evangelio: los versículos 9-20. Con un estilo muy diferente, el anónimo interpolador se inspira en Mateo, Lucas y Juan y contradice descaradamente el texto anterior del propio Evangelio: sostiene que las mujeres sí anunciaron la nueva de la resurrección a los discípulos. Luego añade otras noticias que toma decididamente de los otros evangelios. Del de Juan recoge la idea de que Magdalena fue la afortunada que recibió la primera aparición del Resucitado (Mc 16,9; en contra de Mateo y Lucas). Del de Lucas toma la noticia de que Jesús había expulsado siete demonios de la Magdalena y que se había aparecido a los discípulos de Emaús (Mc 16,12), y del de Mateo asume lo del encargo de la misión universal de los apóstoles (Mc 16,15-18).



Es claro, por tanto, que en el siglo II, y gracias al Evangelio de Juan, se había impuesto ya la idea –contraria a la tradición defendida por Pablo y el Evangelio de Marcos primitivo- de que la Magdalena era una persona importante en el entorno de Jesús. Gracias a esta rectificación y al acto osado del interpolador que manipuló al primitivo texto de Marcos, Magdalena adquiere una posición dominante entre las mujeres del entorno de Jesús.



El caso especial del Evangelio de Juan



El Evangelio de Juan es reconocidamente un escrito difícil y misterioso…, tan profundamente diferente a sus predecesores. Es un Evangelio que conoce ciertamente la tradición anterior a él, pero que la reinterpreta, la reescribe, la alegoriza y la carga de símbolos buscando siempre el lado más profundo, espiritual y místico de la figura de Jesús. Igual ocurre cuando dibuja a María Magdalena. El autor del IV Evangelio invierte a menudo lo que han dicho sus predecesores.



La primera noticia importante sobre María aparece en 19,25: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Clopás, y María Magdalena”. La escena, tal como la pinta el Evangelista, no puede ser plenamente histórica. Es totalmente inverosímil que los romanos, en una ejecución pública y nada menos que de tres personas peligrosas, permitieran a los familiares de los ajusticiados estar al pie de la cruz. Los amigos y parientes sólo podrían permanecer a lo sumo en la lejanía, tras un fuerte cordón de soldados, a mucha distancia de los ajusticiados. Entonces ¿qué quiere significar el Evangelista poniéndolos al lado mismo de la cruz? Claramente, dar cuerpo a la idea de que mientras los demás discípulos huyen sus parientes y María Magdalena son fieles a Jesús a riesgo de su muerte. Y este dato puede ser histórico, a saber la Magdalena, seguidora de Jesús, fue especialmente fiel a su Maestro mientras los demás discípulos, varones, huían a la desbandada.



El capítulo 20 de este IV Evangelio, que trata del día de la resurrección de Jesús, es sorprendente. la historia es bien conocida: Magdalena corre al sepulcro para ungir el cadáver del Maestro; lo halla vacío; se lo comunica a Pedro; vuelve al sepulcro y allí cuando está dispuesta a todo por recuperar el cadáver, se le aparece Jesús a ella sola. No lo reconoce a la primera, pero cuando escucha su voz, sí. Quiere tocar a Jesús, pero este no se lo permite con misteriosas palabras: “No me toques porque aún no he subido al Padre”. Esta escena es bella, pero ¿es real?



Hoy día la inmensa mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que este relato es probablemente una escena ideal, es decir no histórica, compuesta por el Evangelista más con intención de transmitir teología que historia. No se extrañe el lector, pues Juan compone también otras escenas ideales en su Evangelio, por ejemplo la “Conversación con Nicodemo” (cap. 3,1-11) -cuyo significado es: no basta ser judío para salvarse; hay que prestar atención a las revelaciones del Salvador-, y el “Diálogo con la mujer samaritana”: el Salvador/revelador se revela al mundo no judío representado en esa samaritana. La fémina simboliza también, y especialmente, el paso de la fe imperfecta a la perfecta gracias a las palabras reveladoras de Jesús.



La escena con María Magdalena junto al sepulcro es de un significado simbólico parecido: lo importante para el Evangelista es poner de relieve que la mujer pasa de un estado de fe imperfecta (no piensa que Jesús ha resucitado, sino que han robado su cadáver; confunde a Jesús con un hortelano) a otro de fe perfecta gracias a las palabras del Revelador. Entonces lo proclama “Maestro mío”, es decir, su salvador por medio de la enseñanza reveladora. María pasa también del deseo imperfecto de querer retener al Revelador en el mundo terrenal (simbolizado por su deseo de tocarlo) a aceptar la enseñanza de que él ya no pertenece al mundo de la materia. Mientras está aquí, en el mundo, tras la resurrección, se presentará a los discípulos y les enseñará. Luego subirá al Padre.



Pero, como decimos, es muy probable que la escena no sea histórica ya que contradice al testimonio de Pablo y del Evangelio de Marcos genuino. Queda, sin embargo, en pie que el Evangelista Juan escoge a María Magdalena, y no a otra mujer para transmitir la tremenda noticia de la resurrección. ¿Por qué a ella? No lo sabemos exactamente, pero sí podemos afirmar que es inútil ver en la escena cualquier significado erótico. Ello sería no entender el IV Evangelio. Ahora bien, sí hay que admitir que la escena ideal se justifica si la Magdalena tenía una especial relación de discípula respecto a Jesús. Peros sólo esto. Y hay que admitir además que –aunque no se corresponda con la realidad de la historia- esta rectificación del IV Evangelio presentando a María como la primera mujer que ve al Resucitado y que transmite la noticia a los apóstoles (es decir, es la “apóstola de los apóstoles”), tuvo éxito grande y dio pie para que los autores de los evangelios apócrifos gnósticos, que apreciaban mucho al IV Evangelio, desarrollaran esta idea.





María Magdalena en los evangelios gnósticos y otros apócrifos



Los evangelios gnósticos fueron descubiertos en 1945 en Nag Hammadi, cerca de Luxor, en Egipto. Están publicados en castellano, traducidos directamente del copto, con introducción y notas (Editorial Trotta, Madrid, 22001, citados como “Biblioteca de Nag Hammadi” = BNH) por mí mismo junto con un selecto equipo de estudiosos entre los que destacan José Montserrat, Francisco García Bazán y Fernando Bermejo. Son, pues perfectamente accesibles en castellano.



El Evangelio de Tomás menciona dos veces a María (Magdalena), en las sentencias 21 y 114 (BNH II 83 y 97). Dice así: “Dijo María a Jesús: ¿A quién se parecen tus discípulos? Él dijo: Son semejantes a niños pequeños…” (21); Dice Pedro: “Que salga María de entre nosotros porque la mujeres no son dignas de la vida. Jesús dijo: Mirad: yo la impulsaré para hacerla varón, a fin de que llegue a ser también un espíritu viviente semejante a vosotros los varones; porque cualquier mujer que se haga varón entrará en el reino de los cielos”. El significado de este último texto es: todo espíritu que no tiene la revelación perfecta (la gnosis) es femenino, imperfecto, pues lo femenino es para los gnósticos el símbolo de la materia, el escalón más degradado del ser. Vosotros, mis discípulos varones, habéis llegado a la masculinidad, es decir habéis recibido la revelación/gnosis. A María Magdalena le queda aún un camino por recorrer. Por tanto: aquí aparece María muy lejos de ser la discípula que recibe los misterios más sublimes del Salvador. Otros los han recibido antes.

Por el contrario, otros apócrifos enfatizan la sabiduría de la Magdalena, como el Diálogo del Salvador, donde aparece mencionada doce veces como interlocutora de Jesús, formulándole preguntas diversas. La más interesante es la cuestión 60 (BNH II 183): “Dime, Señor, ¿para qué he venido a este lugar?… Dijo el Señor: Tú manifiestas la abundancia del Revelador”. La respuesta es enigmática, pero se refiere sin duda a la excelencia de la discípula perfecta, María, que todo lo entiende bien. El Primer Apocalipsis de Santiago la presenta también como discípula gnóstica de Jesús junto con otras cuatro mujeres, aunque sin distinción especial alguna (BNH II 94). El Segundo Apocalipsis de Santiago dice al principio que la revelación de Jesús a su hermano fue “puesta por escrito por Mareim”, es decir Mariamme = María Magdalena (BNH III 103, nota 2). En el Evangelio de María Pedro tiene que reconocer que ella “conoce ciertas palabras del Salvador que nosotros no hemos oído” (BNH II 135).



En el tratado gnóstico titulado Pistis Sophia, en los que el autor cuenta cómo Jesús se pasa doce años tras su resurrección adoctrinando a sus discípulos, se le formulan al Revelador 46 preguntas, de las cuales 39 están planteadas por María Magdalena. Esta proporción da idea de que la Magdalena está al mismo nivel de sabiduría gnóstica, o superior, que los otros apóstoles. En otra obra, la Sabiduría de Jesucristo, se afirma que sólo los Doce apóstoles y siete mujeres (sin mencionar los nombres) seguían a Jesucristo tras su muerte. Desde Jerusalén se retiran a Galilea y allí se les aparece el Salvador como el Gran Espíritu Invisible, bajo la forma de una gran luz. Más tarde, en el texto habla María Magdalena, con lo que sabemos que era una de las siete. De nuevo y al mismo nivel que los apóstoles Mateo, Felipe y Bartolomé, María formula dos preguntas técnicas a Jesús (sobre la diferencia esencial entre lo corruptible y lo incorruptible; sobre la suerte de los gnósticos: BNH II 197 y 204) y recibe respuesta del Maestro. Así pues, encontramos una vez más la misma relación Maestro/Revelador gnóstico-discípula perfecta. Pero nada más.



Hay dos evangelios, sin embargo, que además de este aspecto del discipulado destacan un especial afecto de Jesús por María Magdalena.



El primero es el ya aludido Evangelio de María. El autor es desconocido, pero desde luego no es María (Magdalena; aunque siempre se la denomina por su nombre, sin más). Los estudiosos lo datan, por su contenido, entre el 150-200 d.C. En este escrito María consuela a los discípulos que sienten la ausencia de Jesús. Pedro confiesa que el Salvador “la ama más que las demás mujeres” y que ha sido agraciada con conocimientos que los demás ignoran (BNH II 135). Luego le pide que transmita lo que ella sabe. María refiere entonces una visión otorgada a ella por el Salvador y comunica a los apóstoles las enseñanzas secretas (a saber, sobre cómo las almas ascienden al cielo). Al concluir, Pedro se enfada con María y le dice duramente: “¿Ha hablado Jesús con una mujer sin que nosotros lo sepamos?… ¿Es que la ha preferido a nosotros? Entonces María se echó a llorar… Pero Leví habló y dijo a Pedro: ‘Siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna ¿quién eres tú para rechazarla? Es cierto que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros’” (BNH II 137).



Parece claro por el contexto que el verbo “la amó” no tiene connotación erótica alguna. Jesús la ama porque ella “conoce”: acepta su revelación o “gnosis”. María es sólo y de nuevo la discípula perfecta exactamente como lo es Santiago en sus dos Apocalipsis o Tomás, en el Evangelio de Tomás.



El Evangelio de Felipe es el más explícito en el tema del afecto. El primer pasaje importante (59,6-11: BNH II 31) es: “Tres mujeres caminaban siempre con el Señor: María, su madre, la hermana de ésta, y Magdalena, denominada su compañera. Así pues María es su hermana, y su madre, y es su compañera”. El texto es por lo menos ambiguo y de difícil interpretación. Los términos copto/griegos empleados por el autor, koinonós y hotre, “compañera/consorte”, valen en los textos de Nag Hammadi tanto para designar una unión sexual como una unión espiritual de un gnóstico aún en la tierra con su contrapartida o esposo celeste que le aguarda en el cielo. Alude al llamado matrimonio espiritual o “misterio de la cámara nupcial celeste”.



A este propósito ha escrito nuestro compañero Fernando BERMEJO, que escribe con nosotros en este BLOG, que el pasaje del Evangelio de Felipe está influenciado por Juan 11,5 + 19,15 + 20,1ss, pues en este Evangelio María Magdalena asume el papel del discípulo amado de la tradición johánica, y que debe interpretarse a la luz de estos textos y sobre todo de Mc 3,35 + Mt 12,50. “Si Mc 3, 31-35 convierte en parentesco decisivo la relación espiritual y no la carnal, entonces con toda probabilidad el texto del Evangelio de Felipe está haciendo lo mismo: María es “compañera” de Jesús en el mismo sentido en que es “hermana” y “madre”, es decir, en tanto que posee con él un íntimo vínculo espiritual. Además, al igual que en Mc 3, 35 la expresión “mi hermano, hermana y madre” no enfatiza ninguno de estos tipos de parentesco (pues precisamente los hace indistintos: quien tiene un vínculo espiritual con Jesús merece ser llamado simultáneamente su “hermano” y “hermana” y “madre”), así también en Evangelio de Felipe el énfasis no recae en la expresión “compañera” (o, si se prefiere, recae tan poco como en “hermana” o “madre”): lo que se enfatiza es que quien tiene un vínculo espiritual con Jesús es –en el sentido genuino del nombre– su “madre” y “hermana” y “compañera””





= F. BERMEJO: “Los Evangelios gnósticos: ¿fuentes para el Jesús histórico?” ( ¿Podemos fiarnos de los Evangelios?, libro que aparecerá en Ediciones El Almendra de Córdoba quizá en el 2008.




El segundo texto parece más claro: “La compañera del [Salvador es] María Magdalena. El [Salvador] la amaba más que a todos los discípulos y la besaba frecuentemente en […]. Los demás discípulos dijeron: ‘¿Por qué la amas más que a nosotros?’ El Salvador respondió y les dijo: ‘¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?” (63-64; BNH II 35).



El hueco (señalado por […]) que hay en el manuscrito se suele rellenar con la palabra “boca” o bien con “mejillas” o “frente”. Es más verosímil “boca” (Jesús besaba en la boca a María Magdalena), porque tenemos otro texto en Nag Hammadi, en el Segundo Apocalipsis de Santiago, 56,10-20 (BNH II 107), en donde el hermano del Señor afirma que Jesús “Me besó en la boca y me abrazó diciendo: Amado mío, he aquí que voy a revelarte aquellas cosas que los cielos no han conocido, como tampoco los arcontes”. Parece bastante claro que estos dos textos presentan el amor especial y que el beso en la boca es un signo de un ritual de iniciación especial en la sabiduría revelada. El besado es amado especialmente no por una relación sexual (¡impensable con Santiago!), sino por ser el recipiendiario de una revelación especial. Por tanto, tenemos de nuevo en grado excelso la relación Maestro/discípulo perfecto… nada de alusiones sexuales.



Si se tomaran estas expresiones al pie de la letra habría que afirmar que Jesús era bígamo. En efecto, otra autoridad, el Evangelio de Tomás, afirma que Salomé era la consorte de Jesús, no María Magdalena. Salomé dice: “¿Quién eres tú, hombre (Jesús) y de quién procedes? Has subido a mi cama y has comido de mi mesa. Jesús le dijo: Yo soy el que procede del Igual. Me ha sido dado de mi Padre. [Salomé dijo]: Yo soy tu discípula”… (Dicho 61 = BNH II 90). Aquí pocos comentarios son precisos: o bien Jesús es bígamo, o bien el significado es simbólico: se comparte cama y mesa espiritualmente -la unión con el esposo espiritual en la cámara nupcial celeste- por la participación en la doctrina perfecta.



Y si apuramos más, existe otro evangelio apócrifo, el Evangelio secreto de Marcos, en el que se pinta a Jesús adoctrinando a un bello joven, en casa de éste, sobre los misterios del reino de Dios. Al cabo de seis días de revelaciones, cuando cayó la tarde, el joven vino al aposento de Jesús desnudo, cubierto sólo con una fina túnica. Toda la noche permanecieron juntos el Maestro y él, mientras Jesús remataba su tarea con la enseñanza del final de los misterios del reino de Dios.



Si entendiéramos estos textos al pie de la letra, como hacen los que no se han tomado la molestia de estudiar el gnosticismo, tendríamos que afirmar que el Salvador/Revelador Jesús no sólo era el marido de María Magdalena, sino también de Salomé (¡!) y, que además, para no privarse de nada, tendría ciertas veleidades homosexuales… Pero todo ello parece evidentemente absurdo y los textos no permiten tales interpretaciones.



Los celos de los apóstoles por María Magdalena apoyan también esta interpretación. Cuando se manifiestan celosos, Jesús les pregunta en el Evangelio de Felipe: “¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?” (BNH II 35). La pregunta implica la respuesta siguiente: si los Doce se hacen tan buenos discípulos del Salvador como la Magdalena, éste los amará tanto como a ella. Como se ve, el contenido erótico está ausente.



Por último, para dar más fuerza a esta interpretación, examinemos qué opina del matrimonio y del sexo el Evangelio de Felipe. Su estimación es profundamente negativa: el matrimonio es una mancha (65,1 = BNH II 36); el acto de la generación se hace en lo oculto, como con vergüenza; el matrimonio físico mancilla al ser humano y se opone al matrimonio espiritual que es inmaculado. El segundo es puro/el primero, carnal y material (por tanto, degradado y pésimo); el segundo pertenece a la luz; el primero a las tinieblas (81,20-82,15 = BNH II 48). El matrimonio físico es obra de los espíritus impuros y sólo tiene el deseo de que siga subsistiendo el mundo, la materia, lo cual no es deseable (BNH II 36). Otro texto de Nag Hammadi, emparentado con el Evangelio de Felipe, la Paráfrasis de Sem, afirma brutalmente que el acto de la generación es perverso y la define como un “frotamiento impuro” (34,20 = BNH III 157).



Tampoco en los primeros y más importante Hechos apócrifos de los apóstoles -“historias” noveladas donde se cuentan las andanzas misioneras de Pedro, Pablo, Andrés, Juan y Tomás, y sus martirios- la figura de María Magdalena está ausente en absoluto. Estos Hechos apócrifos, continuadores de la obra de Lucas, son los mejores representantes de la teología popular cristiana desde el 140 hasta el 250 d.C. aproximadamente, que es su fecha de composición. A este cristianismo –que en buena parte también es gnóstico- no le interesó en absoluto la persona ni el significado de la Magdalena, que no aparece ni una sola vez. El lector interesado puede consultar el índice analítico de la edición española de estos Hechos (publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos, números 646 y 656, Madrid 2004 y 2005, edición de A. Piñero y G. del Cerro, página 1238) y observará cómo siendo mujeres los personajes principales de estas obras –aparte, claro está, de los apóstoles mismos-, y mujeres autónomas y “liberadas”, que obran independientemente y en contra de sus maridos, no hay mención alguna a la Magdalena. El mito comienza mucho más tarde.



En conclusión, a pesar de lo que afirmen tantos autores tendenciosos, apesar de lo que digan el támdem Cameron-Jacobovici no se puede sostener que “los evangelios gnósticos prueben inequívocamente que hubo una relación carnal entre Jesús y María Magdalena”, y mucho menos la inscripción de un sarcófago, encontrado entre micjhos otros de los inicios de ls era cristiana. Y si no se puede probarse este extremo, tampoco puede ser cierta la aventurada hipótesis de que los dos personajes, Jesús y la Magdalena, tuvieron varios hijos.









3. ¿Son fiables históricamente los relatos de la resurrección?



Tomo aquí parte de este material de la Guía para entender el Nuevo Testamento, Trotta, Madrid, 22007, 161-162; 228-229.



Los análisis de múltiples comentaristas han puesto de relieve entre otras las siguientes divergencias:



• La recogida del cadáver de Jesús es concedida por Pilato (Mt, Lc, Jn); en Mc es el centurión quien otorga el permiso.

• La historia del enterramiento no es nada clara. Según los Sinópticos, el enterramiento de Jesús fue sencillo, y casi oculto (el texto básico, probablemente premarcano queda luego embellecido con la idea de que la tumba está tallada en la roca, es nueva y nadie había sido antes colocado en ela). Por el contrario el Evangelio de Juan hace intervenir a un personaje nuevo, Nicodemo, desconocido para los Sinópticos en eta escena, que trae aromas y especias en cantidades colosales (unos 50 kilos) para embalsamar el cuerpo de Jesús. Juan present, pues, una versión inconciliable del enterramiento con la de sus predecesores, pues hace de éste un enterramiento noble en el que Jesús queda dignificado casi como triunfador.



• Las escenas, los personajes y las acciones de los momentos posteriores a la resurrección son diferentes, según cada evangelista:



- En Mc tres mujeres van a ungir el cuerpo de Jesús; no hay mención de ningún terremoto; la piedra de la entrada está ya removida; aparece un joven dentro del sepulcro; no hay mención de guardias romanos; las mujeres, a pesar de recibir un mensaje del joven (ángel) no avisan a nadie, por miedo.



- En Mateo son dos las mujeres que van al sepulcro; se produce un terremoto; un ángel desciende del cielo, remueve la piedra del monumento funerario y se dirige a las mujeres anunciándoles la resurrección; los guardias romanos quedan como muertos; el sanedrín soborna a los soldados para que mientan.



- En Lc las mujeres son tres, pero la tercera no es Salomé (Mc) sino Juana; no hay mención del terremoto ni de los soldados romanos; en vez de un joven son dos los hombres que anuncian la resurrección; salvo la del camino de Emaús, sólo hay apariciones en Jerusalén; además no hay ninguna en Galilea; Pedro da testimonio de la resurrección.



- En Jn no hay visita de dos o tres mujeres al sepulcro, sino sólo de María Magdalena; ésta no va a ungir el cadáver de Jesús; avisa a dos apóstoles, Pedro y Juan, que corren a la tumba y certifican que está vacía; María Magdalena queda llorando fuera; se inclina hacia el sepulcro y ve a dos ángeles sentados a la cabecera y a los pies del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús; éste se aparece a M. Magdalena; no hay mención de terremoto ni de guardias.



• Las escenas de las pariciones de Jesús son también inconciliables entre sí: Lucas las presenta sólo en Jerusalén. Mateo y Marcos casi todas en Galilea, y la tradición recogida por el apócrifo Evangelio de Pedro en 38-40 presenta una aparición de Jesús ¡a los soldados romanos!



• Las concepciones sobre cómo era el cuerpo resucitado de Jesús son también diferentes:

- Lc 23,42, “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, parece retener indicios –según los comentaristas- de una glorificación de Jesús inmediatamente después de su muerte, sin enterramiento, como un espíritu etéreo

- 1 Corintios 15, 35ss: el cuerpo de Jesús es cuerpo, sí, pero pneumático o espiritual. Pablo no explica bien este concepto en sí contradictorio.

- Lc 24, 39 (“Palpadme, mirad: un fantasma no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo”) parece presentar una tradición de un cuerpo del Resucitado absolutamente craso, aunque con propiedades especiales como la luminosidad, penetrabilidad a través de las paredes, etc.



Sorprende en extremo al lector cuidadoso que un suceso tan importante en la constitución del cristianismo primitivo como la resurrección de Jesús esté atestiguado de una manera tan confusa y contradictoria. ¿No interesó a la comunidad al principio reunir los testimonios más importantes y contrastarlos? ¿Fue la resurrección un evento de orden espiritual e íntimo de modo que cada uno de los testigos contó a su manera, tal como lo percibía?



Por tanto la historia sólo puede constatar la creencia en la resurrección entre los primeros cristianos y que ésta explica el hecho de las apariciones. No es necesario insistir en explicación alguna, psicológica o espiritual, de este fenómeno de las apariciones porque no es tarea de un historiador. La historia trata de fenómenos repetibles y comprobables, y la resurrección y las apariciones no lo son. Lo único que el historiador debe constatar una vez más es que sin la firmísima creencia en que Jesús seguía vivo entre sus discípulos, que había resucitado, no se explica el origen del movimiento de sus seguidores que en pocas decenas de años iban a formar un grupo bien diferenciado entre los judíos piadosos del entorno.



La disparidad e incluso contradicciones de los testimonios que nos hablan de la resurrección de Jesús hace que muchos de los historiadores del cristianismo primitivo piensen que es imposible que la creencia en esta resurrección se generase en Jerusalén: un grupo cohesionado y pequeño no pudo dar lugar a tradiciones tan dispares y contradictorias. Pero este mismo argumento es válido para negar su nacimiento en cualquier otro lugar, Antioquía por ejemplo. A pesar de la disparidad de tradiciones textuales sobre este evento, no es imposible que tras un período de dudas se apoderara pronto del grupo apiñado en Jerusalén la idea de que el Maestro seguía vivo de algún modo: la vivencia era la misma en todos (la creencia en la resurrección), pero la expresión de esa vivencia (las tradiciones que hablan de ella) se realizó por personas diferentes y en lugares diferentes, allí donde se creía haber gozado de una aparición del Resucitado… en Emaús, en Jerusalén, más tarde en Galilea…. Esto explica que la vivencia fuera común pero que se generaran tradiciones muy dispares y en el fondo inconciliables y contradictorias: cada uno contaba su experiencia como le parecía, lo que dio origen a líneas diversas de tradiciones y leyendas complementarias; por ello los relatos de las apariciones son tan diferentes y contradictorios. Unos afirmaban que Jesús se había presentado ante ellos como dotado de un cuerpo etéreo y casi transparente, que podía atravesar las paredes (Lc,24,36-37); otros que lo habían visto como un cuerpo real que podía comer (Jn 21,12) y ser palpado (Jn 20,17.25). Poco a poco a estos relatos de apariciones se unieron otras historias –también provenientes de diversas personas y por tanto diferentes— acerca de la tumba vacía de Jesús.



Conclusión:

Como sólo llegamos a esto por medio del análisis riguroso de los textos de los que disponemos, no se puede afirmar que se pueda probar históricamente que Jesús resucitó. No se puede.



En parte, y por otras vías totalmente distintas, llegamos a una conclusión similar a del documental sobre "La tumba perdida de Jesús".



Por último y como conclusión general de toda esta historia generada por el támdem Cameron-Jacobovici un trío de preguntas que incitan a la tristeza:



• ¿Por qué la gente cree cosas tan tontas?



• ¿Por qué algunos periodistas se empeñan en presentar estas noticias como: “se acaba de demostrar que…”, “Se ha descubierto que…” “Una noticia que va a revolucionar toda la historia del cristianismo primitivo…”



•¿Tienen alguna relación estas dos preguntas entre sí?
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