>"Deus ex machina" y Hechos Apócrifos

La expresión latina Deus ex machina, traducción de la griega apò mekhanês theós (Dios desde la máquina o tramoya) se ha convertido en un axioma que va más allá de su contexto literario para convertirse en norma de comportamiento social. Es también un recurso de perezosos e incapaces. Puede resultar cómodo, pero es poco honrado no mover una pestaña para resolver un problema y dejar soluciones o desenlaces a un Dios que salve los muebles en el último instante. Algunos se lo ponen a Dios realmente difícil, pero el hombre sabe que “para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 37). También en este sentido, es tan censurable esa actitud cuanto lo era como solución artificial de nudos complicados para los autores literarios.

Aristóteles dedica en su Poética (18, 1455 b) dos palabras clave para estos dos conceptos: désis (nudo) y lýsis (desenlace). Lo correcto es que el desenlace “suceda” como consecuencia de la acción del mito, no apò mekhanês (desde la máquina). Aludía Aristóteles a la tramoya o maquinaria que servía para introducir en escena a seres sobrenaturales, práctica censurada ya por Platón. El mejor modo, en opinión de Sócrates, de descubrir la verdad de los nombres primitivos es el estudio de las letras y las sílabas de las palabras, a no ser -dice- que imitemos a los trágicos. Pues éstos “cuando se encuentran en una situación apurada, recurren a las máquinas trayendo a dioses por los aires” (Crat., 425 d). Era una manera forzada de aportar soluciones ajenas a la acción dramática.

Horacio abunda en esta apreciación en su Arte Poética y considera que tal recurso delata falta de ingenio o exceso de comodidad. Dejar la solución en las manos de un dios es la manera de evitar fallos o errores, puesto que los dioses “ni ignoran ni se equivocan”. Así pues, “que no intervenga un dios a no ser que el nudo sea digno de tal desenlace”, concluye Horacio (Art. Poét., 191s). La tradición atribuye a Eurípides (485-406 a. C.) la invención del sistema. Pero ya Esquilo (524-456 a. C.) había recurrido a ese método para resolver el intrincado nudo que atenazaba el final de su Orestíada. En efecto, ¿cómo resolver el empate de los jueces en el juicio sobre Orestes, asesino de su madre, pero vengador de su padre? En el juicio, celebrado sobre la colina del Areópago de Atenas, los fiscales acusadores eran las Erinias o diosas de la venganza; el abogado defensor era Apolo. La diosa Atenea aporta la solución institucionalizando el llamado “voto de Atenea”: el empate equivaldrá para siempre a la absolución del acusado. En Atenas, la patria de la democracia, no cabía el antidemocrático voto de calidad.

Eurípides, inventor del recurso, lo empleó como forma de desenlace en su tragedia Medea, que es el ejemplo que cita Aristóteles. Medea, repudiada por su marido, el argonauta Jasón, que la trajera como esposa desde la tierra del vellocino de oro, se tomó una venganza digna de una exquisita hechicera. Mató a sus propios hijos y regaló a la nueva esposa de Jasón una túnica emponzoñada que le provocó una muerte cruel y espantosa. En las afueras de las ruinas actuales de Corinto, un pozo, la “fuente de Glauca”, recuerda todavía que fue allí donde se arrojó la joven esposa, convertida en viva llama, para huir del fuego que la consumía. La acción dramática no tenía fácil solución. No había huida posible para la parricida, asesina también de su rival. Pero funcionó la tramoya. El dios Helios, abuelo de Medea, la trasportó por los aires en su carro con los cadáveres de sus hijos. Jasón no tuvo ni siquiera el consuelo de dedicarles sus últimas caricias.

Los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, esas novelas piadosas, llenas de milagros fáciles, usan con frecuencia reiterada el recurso a la fuerza sobrenatural a falta de argumentos dialécticos. Abundan más en afirmaciones que en demostraciones doctrinales. Cuando ciertas situaciones llegan a un punto de no retorno, se abren los cielos o los abismos, suenan truenos o voces celestiales, tiembla la tierra. Es en sentido técnico la presencia del deus ex machina, que aporta una solución lejos de toda lógica humana.

Uno de los tres grandes fragmentos conservados de los Hechos de Pablo (HchPl) es el que recoge los Hechos de Pablo y Tecla (HchPlTe). La joven se conviritó a la vida de castidad cuando escuchó la predicación de Pablo. En Tarragona, ciudad de la que es patrona, se conserva una tumba dedicada a ella (foto adjunta). Tecla fue condenada a la hoguera por no querer contraer matrimonio con su pretendiente Támiris. En el teatro de Iconio (Asia Menor) se levantaba la pira sobre la que asciende Tecla. Crepitaban ya las llamas, cuando sonó un trueno subterráneo y una nube descargó agua y granizo que apagó el fuego y salvó a la condenada (HchPlTe 20-22).

Otro lance similar tuvo lugar en Antioquia. Un personaje notable se enamoró de Tecla, que reaccionó de manera esquiva y hasta violenta. La joven fue condenada a las fieras en el circo. Pero los animales no le hicieron ningún daño. La feroz leona lanzada para acabar con Tecla, se puso a lamerle los pies y la defendió de las otras fieras. De nuevo intervino el cielo encendiendo un gran relámpago y lanzando una nube de fuego que provocó la liberación definitiva de la santa (HchPlTe 26-36).

El apóstol Pablo fue también condenado a “luchar” en el teatro con las fieras. Lo arrojaron al estadio y contra él lanzaron a un león de extraordinario tamaño y particular ferocidad. Pero la fiera resultó ser el león que Pablo había bautizado tiempo atrás en las cercanías de Jericó. El gobernador soltó a ”otras muchas fieras para que mataran a Pablo y envió arqueros para que hicieran lo mismo con el león” (HchPl, Pap. Hamb. 5). No había posibilidad de escapatoria ni para Pablo ni para el león, encerrados como estaban en el estadio. Pero los cielos vinieron en su ayuda. Una violenta y terrible granizada cayó de un cielo claro. Muchos espectadores murieron, otros huyeron, las fieras perecieron. Solamente Pablo y el león quedaron indemnes y escaparon sanos y salvos, Pablo al puerto, el león a la selva.

Para no multiplicar inútilmente los casos, vamos a recordar el ejemplo de la liberación de Andrés en el país de los antropófagos. Los Hechos de Andrés y Matías cuentan de las bárbaras costumbres de unos hombres que encarcelaban a los forasteros, les sacaban los ojos, les enajenaban la mente con drogas mágicas y los devoraban. Matías estaba entre sus víctimas. Pero Andrés, enviado por Jesús, liberó a Matías y a los demás presos. Matías pudo huir de la ciudad, pero Andrés cayó en las manos de los antropófagos que quisieron vengar su traición con torturas y menosprecios, previos a su destino de alimento de sus captores. Arrastrado por calles y plazas, iba dejando un reguero de carnes y sangre que florecían como árboles lozanos y frondosos.

Una vez más, lo que no pudo la predicación de Andrés, lo realizó el cielo. Una estatua de piedra, situada en la cárcel, empezó a verter por su boca un diluvio (kataklysmós) de aguas corrosivas que trasformó a aquellos antropófagos en devotos y civilizados cristianos. No hubo discursos apologéticos ni reflexiones doctrinales. La inundación pudo más que las ideas. Y Andrés, para quien estaban cerradas las puertas, vio cómo toda la maquinaria celestial se ponía a su lado y le facilitaba hasta una muralla de fuego para que los antropófagos no tuvieran más remedio que enfrentarse con su nuevo destino. Como diría Aristóteles, el desenlace (lýsis) era fruto no de la acción, sino de la mekhané, y venía no de dentro sino “de fuera” (éxothen). Quizás aquí sería más exacto decir que ”de arriba”.
Saludos de Gonzalo DEL CERRO
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