Juan el Bautista y Jesús de Nazaret pudieron ser célibes

Hoy escribe Fernando Bermejo

En rigor, carecemos de información acerca de la vida sexual y sentimental (y el estado civil) de Juan el Bautista y de Jesús de Nazaret. La posibilidad de que alguno de ellos (o ambos) estuviera casado no puede descartarse sin más, y algunos autores pretenden que eso es lo más probable. Dada la falta de fuentes, sin embargo, no extraña que las razones aducidas por quienes sostienen que Jesús estuvo casado hayan sido consideraciones muy genéricas: puesto que el judaísmo tenía una actitud positiva hacia la sexualidad y el matrimonio, el celibato no sería concebible –se dice–, menos aún para un judío piadoso. Así pues –se añade–, lo probable es que Jesús haya estado casado; el silencio del Nuevo Testamento al respecto debería ser interpretado como prueba indirecta de que Jesús se ajustaba a la norma.

Esta conclusión resulta prima facie perfectamente razonable: no sólo como ser humano cabal –lo que el propio dogma cristiano afirma enfáticamente sobre Jesús– sino también como judío cabal, parecería que la probabilidad histórica apunta a que Jesús de Nazaret, que fue seguido por mujeres, tuvo una vida sexual y estuvo casado. Si a esto se suma la sospecha de que la tradición cristiana ha podido tener un fuerte interés en presentar a Jesús alejado de toda pecaminosa concupiscencia, parecería que, al afirmar tal conclusión contra la visión eclesiástica, uno está haciendo gala de un acendrado sentido crítico. Antes, sin embargo, de extraer conclusiones precipitadas, es menester analizar con mayor detalle los datos disponibles.

En primer lugar, lo que aquí nos interesa es plantear si Jesús tuvo o no vida sexual (o marital) en el período de su ministerio público. De su vida anterior, repitámoslo, no tenemos la menor noticia.

Pues bien, el hecho de que tanto los evangelios como la Iglesia primitiva se refieran a diversos parientes de Jesús y a las mujeres próximas a él y sin embargo no mencionen nunca a su esposa e hijos parecería indicar su ausencia; además, los evangelios afirman en ocasiones que algunos discípulos de Jesús dejaron a sus esposas y/o hijos, pero tal cosa jamás se afirma de Jesús.

Lo que es más relevante, no es cierto que el celibato en la Palestina de la época grecorromana fuera algo impensable. En el heteróclito panorama religioso del judaísmo del s. I había corrientes muy diversas, y en algunas de ellas –como los esenios (también en Qumrán) y los terapeutas– el celibato parece haber sido un comportamiento practicado, al menos en ciertos casos. Algunas tradiciones rabínicas –como la relativa al rabino del s. II Simeón ben Azzai– indican también que el celibato por razones religiosas no estuvo del todo ausente en el judaísmo (como tampoco en el mundo pagano grecorromano). Otro caso significativo es el de Pablo de Tarso, quien en 1Corintios 7 se presenta como célibe aduciendo que las obligaciones de la vida de casado le impedirían dedicarse a su tarea evangelizadora.

Más específicamente, vale la pena considerar el dicho recogido en Mt 19, 11-12: “No todos son capaces de comprender esta palabra, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del seno de su madre, hay eunucos que lo son por obra de los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron tales por causa del Reino de los cielos. Quien pueda entender, entienda”. Este pasaje constituye la respuesta de Jesús a la observación de los discípulos –tras la prohibición del repudio– acerca de si vale o no la pena casarse. Aunque el v. 11 parece redaccional, la autenticidad del v. 12 es postulada por autores que en otros puntos mantienen posiciones muy divergentes. El dicho parece constituir un llamamiento a permanecer célibe y a abstenerse de relaciones sexuales. Quienes “a sí mismos se hicieron eunucos por causa del Reino” parece designar a aquellos que ante la inminencia de la llegada del Reino han elegido un modo infrecuente de vida que, al tiempo que les supone una costosa renuncia, les otorga tiempo y libertad para poder preparar a la gente. Es posible incluso que con esta frase Jesús se esté refiriendo a personas concretas –al Bautista, a sí mismo y quizás a alguno de sus discípulos–.

Además, hay buenas razones para pensar que las bienaventuranzas de las mujeres sin hijos y estériles de Lc 23, 29 y las advertencias a las madres y las mujeres embarazadas (Mc 13, 17-19 y par.) pueden remontarse a Jesús. Ahora bien, estos pasajes constituyen una requisitoria contra la reproducción en un contexto escatológico: dado el carácter terrible de los “días” que se aproximan, es preferible la condición de quien no ha procreado, pues no tendrá tantos motivos de sufrimiento.

A la luz de las anteriores consideraciones, el silencio evangélico sobre el estado civil de Jesús no debería considerarse sospechoso, sino quizás lo más natural. El examen del variado contexto religioso del judaísmo de la época de Jesús –en el que el celibato era, aunque no muy frecuente, una alternativa vital– hace de su renuncia sexual una posibilidad creíble. Pero, sobre todo, el análisis crítico de la información suministrada por los evangelios canónicos parecería hacer de esa posibilidad algo probable. En palabras del estudioso católico John P. Meier: “No podemos tener una absoluta certeza sobre si Jesús estaba o no casado. Pero los varios contextos, tanto próximos como remotos, en el Nuevo Testamento lo mismo que en el judaísmo, señalan como hipótesis más verosímil la de que Jesús permaneció célibe por motivos religiosos”.

Si esto es así, y si –tal y como parece deducirse de las noticias disponibles– Juan el Bautista permaneció también célibe en su ministerio público, éste sería otro rasgo que mancomunaría a estos dos predicadores judíos.

Saludos de Fernando Bermejo
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