Pablo precristiano. Crítica a Martín Hengel (I)


Como es un tanto larga, divido en dos partes la crítica al libro de Hengel. Mañana "colgaré" la segunda y última parte

A pesar de la humildad de la puesta en escena en forma de hipótesis de la reconstrucción histórica, la obra de Hengel que hemos comentado en nuestra primera entrega está llena de ironía y sarcasmo -en mi opinión totalmente innecesarios- contra los colegas que adoptan una postura más crítica respecta a la obra de Lucas: la crítica radical es, a veces, irracional (p. 10) -opina Hengel-; H. Stegemann no conoce bien las fuentes (p. 57); G. Strecker no se ha leído convenientemente a Flavio Josefo y desconoce las últimas investigaciones sobre los posibles habitantes de Jerusalén (p. ej., p. 79); el profesorado moderno de las facultades de Teología ignoran lo que es ir directamente a las fuentes, basándose en bibliografía secundaria (p. 103); apenas valen los argumentos históricos entre ciertos estudiosos de hoy (especialmente, como es natural, los colegas de Hengel, de la escuela protestante liberal alemana) ya que funcionan con el a priori de que Lucas es un mal historiador (p. 176), etc., etc.



En nuestra opinión, y a pesar del denodado esfuerzo de Hengel por demostrar lo contrario, el centro del problema en torno a la primera estancia jerosolimitana de Pablo -testi¬moniada sólo por Lucas- permanece aún sin resolver. La bien trabada argumentación del profesor Hengel (me parece admirable la solidez de su reconstrucción partiendo de ciertos supuestos) no nos llega a convencer en su conjunto. El núcleo de la dificultad radica en la discusión de Gál 1,13ss y en especial de 1,17-23. Hengel debería haber tratado el problema absolutamente a fondo en las pp. 78-79, sin postergarlo al final (169ss), pues de la conclusión que se obtuviera ya de avance dependería si merecía la pena o no seguir argumentando largamente en pro de esa estancia previa de Pablo en Jerusalén y de su formación sinagogal farisaica en lengua griega, en la ciudad santa.

Así pues, pesar del hilo argumentativo del libro que comentamos, las claras palabras del Apóstol en Gál 1,17ss: "Ni subí a Jerusalén...", "Personalmente era desconocido de la iglesias de Judea que vivían en Cristo..." (v. 22) me siguen pareciendo imposibles de casar con el relato de los Hechos canónicos. Es evidente que en una iglesia en sus orí¬genes, tan exigua en su número de adeptos, se conocían prácticamente todos los miembros de ella, sobre todo aquellos sobresalientes por su celo y tempera¬mento y elaboración ideológica, precisamente como Pablo. El v. 22 de Gál 1 ha de referirse sobre todo a la iglesia de Jerusalén, la más notable entre las pocas que había a la sazón en Judea.

Tampoco me resulta absolutamente claro que Rom 15,19b sea una argumento definitivo en pro de esa primera estancia. Hengel (p. 84) refiere estas palabras a Hch 9,28, pero las discusiones con los "helenistas" descritas en ese texto no encuentran hueco entre los acontecimientos descritos en Gál 1,17-22. Rom 15,19b ("De forma que desde Jerusalén y, describiendo un círculo, hasta el Ilírico, he llevado el evangelio de Cristo hasta el final") tiene un sentido global, generalizante, en la acepción de "desde un extremo a otro", pero no es una prueba irrefutable (de modo que haya que forzar y reinterpretar Gálatas) de una primera etapa en Jerusalén.

El texto de Hch 8,3ss que habla de una persecución de Pablo "a la iglesia" permite una exégesis diversa a la propuesta por Hengel: el pasaje es situado por Lucas en el contexto de una persecución anticristiana que comienza contra la iglesia de Jerusalén. Pero tras la dispersión de los creyentes por "Judea y Samaría", la frase adquiere un tono general: no tiene por qué refererirse precisa y exclusivamente a la iglesia en Jerusalén. Ciertamente esta persecución es histórica en el sentido de que Pablo la admite en sus cartas y se denomina a sí mismo "perseguidor"( Gál 1,13s), pero lo que está en juego en la discusión en torno a la fiabilidad histórica de los Hechos de los Apótoles es precisamente esa estancia previa de Pablo en Jerusalén que parece negada por la epístola a los Gálatas.

Aun tras la lectura de este libro de Hengel, el aumento del aprecio por la verosimili¬tud histórica del relato lucano que de ella se desprende no llega a despejar ese ambiente de desconfianza hacia Lucas que la crítica ha incul¬cado a los modernos lectores de teología hasta los tuétanos. Precisa¬mente la "tendencia" de Lucas a presentar una imagen ideal de la Iglesia primitiva y el papel teológico que Jerusalén tiene en su doble obra pueden haberle llevado a reconstruir a su manera (en contradicción con los datos de Gálatas 1) la formación de Pablo, en la que tenía que desempeñar a priori un papel prepon¬derante Jerusalén. La información de Lucas es unilateral de hecho.

Sigue siendo una enorme dificultad la siguiente cuestión: ¿cómo es posible que un historiador que escribe sobre uno de sus héroes principales 20 o 30 años después de su muerte ignore por completo la fundamental correspondencia de éste (Hengel lo admite como un hecho seguro, p. 72) de la que se hacían copias para enviar a las diversas iglesias? ¿Cómo es posible que Lucas dibuje a Pablo ya al final de su vida aún como un fariseo y un celoso defensor de la Ley (Hch 23,6)? Y si es obligatorio admitir que el autor de los Hechos presenta bajo una luz evi¬den¬temente errónea tres hechos cruciales de la vida de Pablo (1. La afirmación de un segundo viaje de Pablo a Jerusalén antes del "Concilio de los Apósto¬les": Hch 11,29; 12,25, que contradice a Gál 1,17-2,1; 2. La información de Hch 15,7-21, según la cual Santiago y Pedro fueron los primeros defensores de la misión a los paganos, que contradice a Gál 2,15ss; 3. El contenido del decreto del famoso "Concilio apostólico de Hch 15,23-29 que contradice palmariamente al repetido en Gál 2,6-9), esta constatación nos sigue poniendo en guardia contra la argumentación de Hengel en pro de que Lucas tenga ineluctablemente razón en 23,3; 26,4 y 23,6.

Hengel no explica en absoluto la flagrante contradicción entre Hch 26,4 -donde Pablo sostiene: "Mi estilo de vida desde la juventud, que transcurrió desde el principio en mi nación y en Jerusalén, lo saben todos los judíos" ("judíos" entendido como "Palestina entera" como argumenta Hengel a propósito de Gál 1,22 en p. 171)- y el texto de Gál 1,22, que afirma sin lugar a dudas: "Personalmente era desconocido de las iglesias de Judea (¡lo que incluye también Jerusalén!) que vivían en Cristo". Hengel trata sin duda este texto (pp. 73ss; 108), pero desde el punto de vista de las concomitancias con lo que afirma Pablo, no de las diferencias. Y éstas son tan flagrantes que bastan para hacer tambalearse toda la seguridad en esa estancia prolongada del Apóstol en la ciudad santa, que se proyectó públicamente -según Lucas- hacia "toda Judea". Tampoco queda clara la explicación de Hengel que trata de conjugar la noticia de Hch 7,58 (Pablo era un jovencito, neanías, cuando lapidaron a Esteban) con su propia reconstrucción cronológica: Pablo tendría entonces de 25 a 30 años. Dudo mucho que Lucas hubiera empleado el vocablo neanías para designar un joven doctor y experto en la Ley de esa edad que pululaba por la capital enseñando a los judíos que procedían de la Diáspora.

Saludos de Antonio Piñero
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