La crucifixión de Jesús (I)

Hemos comentado aquí ya un par de veces que sigue habiendo algunos investigadores que no aceptan como probada la existencia histórica de Jesús. Pero entre los que la aceptan, aunque con ciertas reticencias respecto a la historicidad de diversos detalles y perspectivas de los Evangelios, es difícil encontrar algún investigador serio que no acepte como histórico el núcleo básico de la crucifixión y muerte de Jesús.

Las razones para ello se fundamentan sobre todo en el denominado “criterio de dificultad”.



Recordemos brevemente qué es el “criterio de dificultad” como herramienta de la historia antigua para probar que un evento o tradición tiene visos de ser histórico: Es probable que una tradición proceda del Jesús histórico cuando tal tradición causa muchos problemas a la Iglesia posterior. No es lógico que ésta invente tradiciones sobre su Maestro que luego habrían de plantearle dificultades –a veces enormes- para explicarlas.
Un ejemplo: el bautismo de Jesús. A la Iglesia de finales del siglo I y a la del II causó problemas el hecho de que Jesús, Dios y ser sin pecado, fuera bautizado como un pecador por Juan Bautista para la remisión de los pecados. Parece improbable que una historia tan molesta para los intereses teológicos de la Iglesia primitiva fuera un puro invento de ésta.


La crucifixión y muerte del mesías esperado fue algo terrible para los seguidores de Jesús a los que planteó innúmeras dificultades, tantas que tuvieron que pensar, y fundamentar teológicamente con nuevas exégesis de las Escrituras, que Dios había dado a entender con esa muerte que cualquier concepción del mesianismo que incluyera necesariamente un triunfo sobre la tierra había sido un error por parte del pueblo elegido: a los ojos de los judíos este fracaso invalidaba por completo las pretensiones mesiánicas de Jesús. En contra, la teología judeocristiana postpascual se esforzará y se centrará de hecho en dar un sentido a este hecho en apariencia inexplicable, apoyándose en el esquema típico y conocido del sacrifico expiatorio, y considerando que había una misteriosa voluntad divina previa, un plan divino, que tenía previsto el sacrificio de la cruz. Parece, pues, imposible que la tradición cristiana haya inventado la crucifixión de Jesús.

Sin embargo, son muchos los investigadores que opinan que el acto en sí –más el enterramiento- presenta en los evangelios, sobre todo en el de Juan, una fuerte dramatización literaria. El cuarto evangelista presenta los hechos en seis episodios estructurados quiásticamente, más una introducción.

El quiasmo es una figura retórica según la cual las palabras o los hechos de una narración se disponen de forma ordenada según el esquema básico siguiente: A B C A’ B’: la narración progresa hasta un núcleo (C) y luego presenta dos repeticiones paralelas en contenido u orden similares a las dos primeras. En este caso concreto, R. E, Brown, en su obra The Death of the Messiah, Doubleday, New York, 1994, p. 908, opina que las escenas de la crucifixión de Jesús y su sepultura (EvJuan 19, 16-42) están dramatizadas artificiosamente: A (19, 16b-18) introducción; B (19, 19-22); C (19, 23-24); D (19, 25-27); C’ (19, 28-30); B’ (19, 31-37); A’ (19, 38-42). Al mismo autor recuerda que desde el episodio de Simón de Cirene hasta el de la compra de especias por parte de las mujeres parea embalsamar el cadáver de Jesús el EvJn presente no menos de 20 omisiones respecto a los Sinópticos o a alguno de ellos.

Este hecho eleva a un grado máximo la teatralización de elementos tradicionales que puede observarse ya en Marcos –o en la historia de la Pasión premarcana- y en sus seguidores inmediatos Mateo y Lucas, lo cual invita a ser muy prudentes respecto a la historicidad concreta de los detalles.

Existen algunas dudas sobre hechos concretos de la crucifixión, sobre todo porque en la pintura de ella están omnipresente las alusiones y citas al Salmo 22. El que la crucifixión esté descrita a base de pasajes de este salmo plantea de inmediato la cuestión en qué grado la Escritura tenía fuerza formativa para moldear los hechos desnudos. Con otras palabras: si los hechos históricos, cuyos detalles se habían olvidado, fueron forzados, reinterpretados o incluso inventados para acomodarse a las palabras del Salmo… Así se construía un argumento apologético: todo ocurría “conforme a las Escrituras”.

Entre estos hechos, sin embargo, el titulus crucis, la tablilla fijada a la cruz que indica la causa de la crucifixión, tiene los mayores visos de ser auténtico. Pilato lo mandó poner probablemente para escarmiento de otros personajes presuntamente rebeldes al Imperio, quienes debían ponerse en guardia: podían sufrir la misma suerte de “muerte agravada en cruz”. El inquieto pueblo judío debía saber que los delitos de “lesa majestad” -–es decir, contra la constitución del Imperio o contra el poder y la figura del Emperador regidos por una ley denominada técnicamente Lex Julia lesae maiestatis (literalmente: “Ley Julia acerca de la majestad ofendida”), promulgada en tiempos de Augusto-- no iban a quedar impunes.

Pero aquí puede observarse también cómo el Evangelio de Juan dramatiza y exagera el episodio: el evangelio añade que el texto era trilingüe y que Pilato discutió con los sumos sacerdotes acerca de la exactitud del título “Rey de los judíos”. Es Jesús quien lo dice -arguyen los ancianos- pero no es verdad. El Prefecto escéptico, que no sabe qué es la verdad (Jn 18, 38) impone su voluntad sobre los judíos. Este diálogo es inverosímil, o al menos imposible de probar en su historicidad.

Aquí es importante observar cómo todos los evangelistas coinciden en los sustancial: el cargo contra Jesús es haberse proclamado “rey de los judíos”, lo que alude a las pretensiones mesiánico-davídicas de Jesús, al menos según su entrada en Jerusalén, que parecen históricas por diversas razones.

Dado que la “muerte agravada en cruz” no era cosa de todos los días, incluso en la díscola Judea, y que era costumbre de Pilato informar al Emperador de las incidencias de su gobierno, es de suponer que el Prefecto informó a Roma de este hecho, donde se recibió y archivó la información. Ello explicaría el texto de Tácito en sus Anales XV 44,3: “Este nombre [de cristianos] viene de Cristo, que fue ejecutado bajo Tiberio por el gobernador Poncio Pilato”. Ahora bien, de estas presuntas actas no ha quedado ni rastro, por mucho que en la tradición posterior hayan aparecido algunas, todas ellas falsificadas.

La primera mención de estas actas aparecen en Justino, mártir, I Apología 35. 48. Esas presuntas actas acaban recogidas, desde el siglo XI aproximadamente en el llamado Evangelio de Nicodemo Actas de Pilato o Evangelio de Nicodemo. Esta obra se compone de dos partes, o de dos escritos, muy bien diferenciadas. La primera tiene dieciséis capítulos y es propiamente la que puede llamarse Actas de Pilato. La segunda, algo más breve, no lleva título y se suele denominar Descenso de Cristo a los.

La crucifixión de dos “bandidos” al lado de Jesús tiene también visos de ser histórica, a pesar de sus concomitancias con el texto de Isaías 43, 12: es decir, a pesar de la duda o temor razonable a una posible invención del evento a partir de este texto: “Fue contado entre los malhechores”. Y la razón es de nuevo la inverosimilitud que fuera simplemente inventado por parte de los cristianos para que se cumpliera el texto profético.

La interpretación más plausible del hecho es que esos crucificados fueran discípulos de Jesús, sin nombre concreto, quizá por olvido voluntario de la tradición, que fueron aprehendidos con él y castigados con él, por el mismo motivo político: sedición y alteración del orden. Pero dicho esto a propósito del episodio, no conozco ningún comentarista serio que atribuya historicidad a la palabra de Jesús “al buen ladrón”: “En verdad te digo: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’” (Lc 23, 43). Esta frase parece una añadido teológico de la tradición del tercer evangelista a los hechos de la historia.

La presencia de mujeres al lado de la cruz de Jesús, recogida en Jn 19, 24b-27, es también más que dudosa históricamente. No parece en absoluto plausible que los romanos permitieran a los familiares y amigos de los sediciosos estar “junto a la cruz” (griego: parà tôi staurôi: Jn 19, 25), y menos en una provincia tan peligrosa como Judea y cerca de la Pascua. Por tanto, la tradición recogida sobre todo por Juan no parece histórica. El significado e interpretación de la escena varía entre los comentaristas, aunque alguna de las exégesis (María Magdalena, esposa de Jesús, y el discípulo amado, hijo de ambos), es absolutamente fantasiosa y carente de base. Es de señalar de cualquier modo cómo el Evangelio de Juan destaca la presencia de María Magdalena, que para su comunidad debía representar algo importante. Por ejemplo, un símbolo más de la buena discípula que pasa de la fe imperfecta a la perfecta, tanto que se convierte –como la mujer samaritana del capítulo 4 del EvJn respecto a sus conciudadanos- en “apóstola” de los apóstoles.

Así en Jn 20, 1-18. Creo que María Magdalena tiene más importancia en aquellos grupos y escritos que representan un cristianismo gnóstico, espiritual o místico, es decir, menos “institucional”. Entre ellos hay que contar al Evangelio de Juan, y los “evangelios” gnósticos, Evangelio de María, de Felipe, Sabiduría de Jesucristo, o Pistis Sofía.


Esta escena de las mujeres junto a la cruz con el discípulo amado, personaje que jamás es presentado con su nombre en este evangelio, parece más bien simbólica. Se apoya en una tradición que afirmaba la presencia de amigos de Jesús junto a la cruz -aunque a distancia- sostenida por el Salmo 38, 11.12 (“Mi corazón palpita, me abandonan mis fuerzas… mis amigos y mis compañeros se sitúan lejos de mis llagas, mis allegados se mantienen lejos”). Lo que hace el Evangelio de Juan es acercar sin más a los personajes a la cruz, no teniendo en cuenta la inverosimilitud de esta escena en un crucifixión romana de “malhechores políticos”.

En nuestra opinión la escena debe interpretarse según el pensamiento teológico global del autor del Cuarto Evangelio: la madre de Jesús que pertenece a la familia carnal del Salvador, pero por su fidelidad a éste –estar al pie de la cruz, y prestar atención a sus palabras- pasa a formar parte de la familia espiritual, o discipulado, del Salvador. Esta “familia” es la Iglesia. En realidad, según la teología del Evangelio de Juan, la Iglesia se funda en el evento de la cruz, no antes como asegura Mateo en 16, 16.

Mañana continuaremos con el tema. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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