La crucifixión de Jesús (y II)

Queridos amigos: sigo ahora con mi entrega sobre la crucifixión a destiempo: quedó interrumpida por causas ajenas a mi voluntad.

Las burlas sobre Jesús mientras éste se halla en la cruz entran dentro de lo plausible y verosímil. Por la coincidencia entre Marcos y Juan podemos sospechar que son históricas y que pertenecían a la tradición premarcana de la historia de la Pasión. Pero este hecho no significa automáticamente un marchamo de historicidad. El uso del esquema “tres”, tres grupos de gentes que se burlan -los que pasan por delante, los sumos sacerdotes y uno de los ladrones-, y la inverosimilitud de que estos dirigentes de los sacerdotes se entretuvieran en torno a la cruz, una vez conseguidos sus objetivos, siendo el día de la Pascua (Sinópticos), o su preparación (Juan), nos hace sospechar una dramatización literaria del evento.
Tampoco es posible probar la historicidad de los insultos de los dos bandidos crucificados junto con Jesús, ya que Mc/Mt no les asignan palabra alguna, y Lucas utiliza temas que han salido antes, en las otras escenas de burlas, ya judías o romanas, por lo cual puede tratarse de una proyección de una escena a otra.


La famosa y bella frase de Jesús, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, transmitida sólo por Lucas (23, 34), es poco segura históricamente. Aparte de la falta de atestiguación múltiple, la frase está ausente de los manuscritos más importantes del Nuevo Testamento. ¿Fue eliminada por algunos escribas molestos de que Jesús perdonara a los “malvados y deicidas” judíos”? Es posible puesto que los judíos no se habían arrepentido de lo hecho. Si fue así, la tradición podría ser antigua, pero no podemos alcanzar seguridad alguna.

La muerte de Jesús

No tienen base alguna en los textos que nos ha legado la Antigüedad hipótesis fantasiosas sobre la no muerte de Jesús: que le dieron láudano o cualquier otro producto…, que de hecho no murió…, que fue bajado inconsciente sólo de la cruz…, que escapó de la tumba –¡todos estaban de acuerdo para fingir su muerte!- y huyó a la India…, etc., teorías todas que me parecen innecesarias y absolutamente descabelladas. En mi opinión sólo puede formular estas hipótesis quien desconozca la atmósfera y el ambiente del siglo I en Judea y cómo se las gastaban los romanos con aquellos que les suponían el menor impedimento. Tales teorías son impensables, pues, en aquellas circunstancias.

Pero, como ocurre otras veces, esto no significa que todo lo que los evangelistas afirman sobre la muerte de Jesús pase el filtro de los criterios para probar la historicidad. Así, por ejemplo, es muy inseguro afirmar cuáles fueron las palabras que Jesús dijo al morir, si es que dijo alguna. Parece cierto la mención de un grito del Nazareno antes de expirar, grito que debe entenderse quizá literalmente. El criterio de dificultad nos lleva a pensar que no había motivos para que lo hubieran inventado los cristianos, ya que el grito final podría malentenderse como de desesperación. Las razones en contra de algunos estudiosos no son convincentes.

Pero, ¿pronunció Jesús algunas palabras, además del grito? El que éstas pertenezcan al Sal 22, 2: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”, tiene un matiz sospechoso (= traídas para “probar” la veracidad de un salmo ya considerado profético), pero tiene más fuerza aún el argumento contra su historicidad el que el EvJn no recoja palabra alguna de Jesús al morir y Lucas presente otras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” = Sal 31, 6 que Lucas pone también en boca del mártir Esteban (Hch 7, 59-60).

De todos modos las palabras del Sal 22, 2 (Marcos / Mateo), sean históricas o no, encajan muy bien con una imagen del Jesús de la historia que esperaba la pronta venida del Reino de Dios, pero que se podía sentir traicionado y fracasado al no llegar éste en realidad durante su vida, y que pudo experimentar en algún momento el desgarro del abandono, al menos aparente, de Dios.

Igualmente es dudosa la noticia de Mc 15, 36 + Jn 19, 28-29 de la sed de Jesús (¡como cumplimiento de la Escritura!, expresamente afirmado por EvJn en 19, 28) y la oferta de vinagre. El hecho es plausible en sí, pero imposible de garantizar como histórico por los criterios usuales.
En conjunto, pues, sobre este tema: es muy posible que sólo se pueda defender como estrictamente histórico Mc 15, 37: “Y Jesús, lanzando un gran grito, expiró”. El resto parece relleno o dramatización de Marcos -o su fuente- o de los otros evangelistas, pues la influencia formativa de la Escritura parece estar presente por doquier (Sal 22, 2.16 + Sal 69, 22 + el motivo de Elías: Mc 15, 2.35).

La confesión del centurión (Mc 15, 39) que proclama a Jesús “hijo de Dios” corresponde a la teología cristiana postpascual, por lo que tampoco parece histórico.

El lanzazo dado a Jesús es verosímil en sí (Jn 19, 31-37), pero el evangelista lo relaciona con el cumplimiento de la Escritura (Dt 21, 22-232 + Sal 34, 21, y sobre todo Zac 12, 10: “Verán al que traspasaron”). De nuevo planea la duda de la posible creatividad de eventos a partir de la reflexión sobre textos sagrados/proféticos.

A pesar de la indudable historicidad del hecho desnudo de la crucifixión y muerte de Jesús, en los relatos de cada uno de los evangelistas se nota claramente una intención teológica, que intenta dar sentido a un hecho tan terrible como la muerte en cruz del Salvador.

Según Marcos, las críticas calumniosas vertidas contra Jesús en el proceso judío –se jactaba de que iba a aniquilar el Templo, él era el mesías e Hijo de Dios, etc.- son refutadas en la cruz y después: el velo del Templo se rasga, simbolizando su futura destrucción, y nada menos que un centurión pagano ha de confesar: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39).

El Evangelio de Lucas insiste menos en las burlas y el odio contra Jesús que en la actitud de éste como justo sufriente y modelo a imitar por los cristianos, así como en la misericordia de Dios hacia los pecadores plasmada en la sentencia de Jesús: “Padre, perdónalos…”. Lucas propende menos que Mateo a favorecer un juicio negativo sobre los judíos (futuro antisemitismo), ya que recalca la diferencia entre los malvados dirigentes de los judíos y el pueblo en sí (simbolizado en las “hijas de Jerusalén” de 23, 28), mucho más favorable a Jesús.

El Evangelio de Juan presenta a un Jesús victorioso en la cruz: es el momento en el que –en la tierra- el Revelador es en verdad “exaltado” (véase, simbólicamente, Jn 3, 14ss) y, aunque los ojos carnales no lo perciban, es el vencedor de sus enemigos -los dirigentes de los judíos, los soldados romanos, el malhechor crucificado con él que lo insulta-, el que funda la Iglesia por un acto de amor en la cruz. Éste es el momento en el que al ser “elevado” puede retornar de este mundo de tinieblas al Padre, mientras que sus discípulos, que quedan en la tierra, vencen al mundo y son declarados uno con Jesús y el Padre (“oración sacerdotal” del capítulo 17) y por tanto salvados.

Sucesos tras la muerte de Jesús (Mt 27, 51-53)

Mateo cuenta al respecto: “Entonces el velo del Templo se rasgo en dos, de arriba a abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que ha­bían muerto resucitaron; después que él resucitó, salie­ron de las tumbas, entraron en la ciudad santa y se apare­cieron a muchos. El centurión y los soldados que con él custodiaban a Jesús, viendo el terremoto y todo lo que pasaba, dijeron aterrados: ‘Verdaderamente éste era Hijo de Dios’”.

Hemos dicho anteriormente que es muy poco probable que tales eventos sean históricos. Falta la atestiguación múltiple (salvo para lo del velo del Templo = Mc 15, 38 + Lc 23, 45: en este último evangelio el velo del Templo se rasga antes de la muerte de Jesús, lo que tiene una elevada significación simbólica y teológica, considerada después de la destrucción del Santuario en el 70 d.C.). Si en algún sitio, es aquí –en estos eventos- donde parece más palpable la creatividad a partir de la Escritura: detrás de Mt 27, 51b-52b puede estar Ezequiel 37, 12-23: “Por eso profetiza y diles: Yo abriré vuestros sepulcros y os sacaré de vuestras sepulturas, pueblo mío”, y tras Mt 27, 53 se hace presente Isaías 26, 19 LXX: “Resucitarán los muertos y se levantarán de sus tumbas y se alegrarán los que están en la tierra…”.

Era típico de la época, el siglo I d.C., la creencia de que la divinidad hacía patente la muerte de los hombres ilustres por medio de signos telúricos3, portentosos. Por comparación, puede surgir la duda de si lo relatado por Mateo no es más que un fenómeno parecido: resaltar teológicamente el valor de la muerte de Jesús por medio de sucesos escatológicos predichos por los profetas. Un ejemplo: el evento de Pentecostés es interpretado por Pedro en su primer discurso por medio de un texto del profeta Joel: Hch 2, 16-204.

Saludos de Antonio Piñero
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