Juan y Jesús, predicadores del fin inminente

Hoy escribe Fernando Bermejo

El anuncio de un fin inminente del mundo (sea mediante un cataclismo cósmico o mediante una intervención de poderes espirituales que llevará a la terminación del estado actual de las cosas y al comienzo de una época radicalmente distinta para la humanidad) es uno de los contenidos frecuentes del mensaje de numerosos visionarios religiosos. En la Palestina del s. I de la era común, este mensaje fue también repetido en diversas ocasiones. Juan el Bautista y Jesús de Nazaret lo proclamaron con absoluta convicción, equivocándose con ello al igual que tantos otros.

Que la idea de una intervención final de Dios en un futuro muy próximo formó parte del kerigma de Juan el Bautista no puede entreverse con facilidad en la noticia que le dedica Josefo (proclive siempre, como es sabido, a minimizar ante sus lectores romanos la importancia de los arrebatos apocalípticos en el judaísmo de su tiempo), pero se deduce claramente de las palabras que en su boca ponen los evangelios canónicos, y de cuya fiabilidad en este caso no hay razón para dudar. En Q (Mt 3, 7 y Lc 3, 7) se pone en boca de Juan la frase: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?”; “ira inminente” es una expresión veterotestamentaria con la que se describe el juicio de Dios que borrará definitivamente el mal de la faz de la tierra (cf. Is 13, 9; Sof 1, 14-16; Ez 7, 19, donde se asocia a la expresión “el día del Señor”). En Mt 3, 10 y Lc 3, 9 se utiliza la pregnante imagen del hacha puesta en la raíz del árbol, que describe el gesto del leñador que, justo antes de talar el árbol, pone su hacha en la base para disponerse a asestar su primer golpe. La inminencia es obvia en ambos casos.

Pues bien, la misma idea fue proclamada por Jesús de Nazaret. No es necesario autentificar textos como Mc 14, 25 ó Mt 10, 23 para mostrar que Jesús esperaba que la irrupción del acontecimiento escatológico decisivo estaba cerca. Pusiera o no Jesús un plazo determinado (lo cual se seguiría de la autenticidad de textos como Mc 14, 25 ó Mt 10, 23), la proximidad de esa irrupción final se deriva de una gran cantidad de textos: Mt 4, 17 (dependiente de Mc 1, 15) y Mt 10, 7 (cf. Lc 10, 9.11) muestran que tanto Marcos como Q concuerdan en esta síntesis del mensaje de Jesús. La parábola del brote de las hojas de la higuera en Mt 24, 32-33 (dependiente, apenas sin variaciones, de Mc 13, 28-29) emplea dos veces el término “cerca” (eggús).

La expectación escatológica es perceptible también en Mt 6, 10 (“Que venga tu Reino”, con paralelo en Lc 11, 2), que se encuentra contenido como segunda petición en la oración del “Padre nuestro”, cuyo núcleo es generalmente reconocido como proveniente de Jesús. A pesar de la falta de atestación múltiple, su semejanza con el Kaddish judío, su simplicidad, su focalización en el futuro sin rastros de escatología “de presente”, su basileocentrismo y su teocentrismo (sin rastro alguno de intereses cristológicos), su uso de “deuda” y “deudor” para “pecado” (indicio de un contexto arameo palestino) o su uso de “Abba” como designación de Dios son rasgos que apuntan a un origen jesuánico.

Igualmente, las bienaventuranzas de Mt 5 y Lc 6 contemplan una inversión escatológica, en la que los pobres, los débiles o los hambrientos verán transformada en el futuro su situación en el Reino; en este contexto, el presente de la primera bienaventuranza ha de ser leído como un presente proléptico: los pobres son bienaventurados no porque su situación haya cambiado, sino porque pueden dar por seguro que la situación presente pronto va a cambiar.

Del mismo modo, las diversas parábolas en Mt 24, 42 – 25, 13 (en el que hay material de Q y de triple tradición) tienen todas en común varios elementos relevantes: la advertencia respecto a la venida cierta de alguien cuya llegada será determinante para el futuro de los personajes de la parábola; la incertidumbre del momento de esa llegada; y, por tanto, la necesidad de ser prudente y de velar (grēgoréō), con el objeto de no ser pillado desprevenido y sufrir las ominosas consecuencias.

Obsérvese que el material en el que se recoge la idea de una espera de un fin futuro y cercano no es sólo ni principalmente relevante en sentido cuantitativo, sino también cualitativo; en efecto, tal espera está contenida en síntesis de la predicación de Jesús, en material litúrgico especialmente valorado, en parábolas y en discursos de Jesús, así como en temas centrales del juicio.

Ya desde la obra de H. S. Reimarus en el s. XVIII (Vom Zweck Jesu und seiner Jünger: Sobre el objetivo de Jesús y el de sus discípulos), y en especial desde la demostración sistemática efectuada por Johannes Weiss en 1892 (Die Predigt Jesu vom Reiche Gottes: La predicación de Jesús sobre el Reino de Dios), la investigación más rigurosa ha confirmado este extremo. A pesar de los inacabables intentos de buena parte de la exégesis neotestamentaria por desescatologizar a Jesús (sea para evitar así el reconocimiento del evidente corolario de que Jesús se equivocó en sus expectativas, sea para hacer relevante para el presente la figura de un Jesús contemplado primariamente como un maestro de sabiduría), que el galileo esperó un desenlace escatológico en un futuro próximo puede considerarse uno de los resultados más seguros de la investigación. Quien intenta negar esto se limita a darse golpes contra un muro, al igual que lo hacen quienes insisten en repetir –sin suficientes pruebas textuales, y retorciendo la significación más plausible de dos o tres pasajes– que Jesús de Nazaret predicó que el Reino ya había comenzado (lo cual, dicho sea de paso, hace paradójica y sin duda involuntariamente de Jesús un autista o un orate, pues en los tiempos del césar Tiberio el mundo en general y Palestina en particular siguieron siendo, para la especie humana, una realidad tan buena o tan mala como en cualquier otro momento de la historia).

Al igual que en otros muchos aspectos, también en lo relativo a la predicación de una irrupción inminente de Dios, que produciría el fin del estado actual de las cosas, el galileo Jesús de Nazaret se muestra en perfecta continuidad con su mentor Juan el Bautista. Esto no es de extrañar, pero –una vez más– no es el último paralelismo que, como veremos, cabe ver entre ambos predicadores palestinos.

Saludos de Fernando Bermejo
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