Los Hechos Apócrifos de Juan en la tradición (I)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro:

Hay muchos motivos que están en la base de la especial trascendencia del apóstol Juan en la historia cristiana. Juan formaba con Pedro y con Santiago el trío que gozó de la predilección de Jesús. Los tres fueron elegidos cono testigos en momentos particularmente importantes de la convivencia con el Maestro: La resurrección de la hija de Jairo, la Transfiguración en el monte Tabor, la oración en Getsemaní. Juan era considerado como el autor del evangelio que lleva su nombre, del Apocalipsis canónico y de tres cartas. Mereció de la tradición el apelativo de “Teólogo” concentrando en su recuerdo anécdotas referidas posiblemente a otros personajes homónimos.

Su fama de “discípulo amado”, su “nominación” como hijo de María por el mismo Cristo agonizante (Jn 19, 26-27) eran motivos más que suficientes para provocar una fijación especial de la comunidad cristiana en la sorprendente personalidad del apóstol Juan. Corría, además, la fama entre los hermanos sobre una presunta inmortalidad de Juan, fama originada en las misteriosas palabras de Jesús a Pedro: “Si quiero que éste permanezca hasta que yo venga, ¿a ti qué te importa?” (Jn 21, 22). Estas palabras y las circunstancias de la metástasis (literalmente "traslación"; al cielo) de Juan relatadas por sus Hechos Apócrifos dieron amplio margen para las especulaciones de los hermanos sobre la suerte del discípulo “a quien amaba Jesús”.

Todos estos detalles fomentaron el interés de los cristianos por Juan, materializado en tradiciones y leyendas, que rescataban su figura del silencio y los interrogantes abiertos en los escritos canónicos. Los Hechos Apócrifos de Juan, publicados en el primer volumen de nuestra edición de la BAC (A. Piñero & G. del Cerro, Hechos Apócrifos de los Apóstoles, Madrid, 2004), insisten en los datos conocidos por los evangelios canónicos de la personalidad del evangelista. Cuentan de la vocación de Juan y su hermano Santiago al apostolado (HchJn 88, 2; Mc 1, 19 paral.). También, y con sensible estremecimiento, recuerda Juan el pasaje de la Transfiguración (Mt 17, 1ss paral.), que describe usando la primera persona como testigo ocular del acontecimiento. Otro detalle que marcó el recuerdo de Juan entre los cristianos es su gesto de reclinarse sobre el pecho de Jesús durante la Cena (HchJn 89, 2 7 Jn 13, 23), actitud que se describe en el texto de estos Hechos como si se tratara de algo habitual. Podía ser la consecuencia de que Juan fuera realmente “el discípulo que amaba Jesús” y que podía permitirse ciertas confianzas en sus relaciones con el Maestro.

Cuando Ireneo de Lión presenta a Juan como autor de uno de los evangelios, dice expresamente: “Juan, discípulo del Señor, el que se recostó sobre su pecho, entregó su evangelio cuando vivía en Éfeso (Adv. Haereses, III 1, 9-11). En la gran metrópoli de la provincia de Asia pasó Juan largas temporadas (Eusebio, HE, III 1, 1). Porque, según el testimonio del mismo Eusebio (HE, III 23, 1), el apóstol Juan, “a quien Jesús amaba”, vivía todavía en Éfeso en tiempos de Trajano, noticia confirmada por San Ireneo. Y junto a Éfeso, Patmos. La isla de las Espóradas, donde Juan sufrió destierro y en la que escribió el Apocalipsis. La escasa noticia sobre su composición contenida en la introducción del libro canónico, el último del Nuevo Testamento, queda ampliada con abundantes datos en la literatura apócrifa.

Todos estos detalles tienen como fuente original los Hechos Apócrifos de Juan o las tradiciones sobre las que se basan, y que acabaron cristalizadas en sus textos. Los HchJn son anteriores a los escritos de San Ireneo, de Tertuliano y de otros escritores eclesiásticos que son testigos de esas tradiciones. En consecuencia, los HchJn no podrían nunca ser deudores de las obras de otros autores. Lo más lógico es que los autores que transmiten noticias sobre Juan las hayan recibido de sus Hechos Apócrifos o las hayan tomado de fuentes y tradiciones comunes. Pero la realidad palpable es que el testimonio más decisivo para la preservación de las tradiciones y leyendas sobre los Apóstoles tiene su base más firme en el texto de los Hechos de los que son protagonistas.

Vamos a repasar los lugares geográficos señalados por la presencia en ellos del apóstol Juan. Y delante de todos, Éfeso, capital de la provincia de Asia, que detenta la principal tradición relativa a su labor evangelizadora. Los Hechos de Juan, escritos presuntamente por su discípulo Prócoro (s. V-VI), cuentan que a Juan le correspondió en el sorteo la provincia de Asia. Y lo mismo recuerdan los Hechos Apócrifos de Felipe. El dato es conocido y certificado tanto por San Ireneo (l. c.) como por Eusebio en su Historia Eclesiástica (III 1, 1). Los HchJn cuentan, en efecto, de sucesos y actividades de Juan en la ciudad de Éfeso. Las historias de Nicomedes y Cleopatra, la anécdota del retrato de Juan discutida por los Padres del Concilio II de Nicea (a. 787), las curaciones en el teatro, el ciclo de Drusiana, los mismos fragmentos gnósticos de la Danza y de la “revelación del verdadero evangelio”, la metástasis, son todos acontecimientos situados por el texto en Éfeso.

Y allí, en Éfeso, se conservan petrificados recuerdos registrados por los Hechos Apócrifos de Juan. Uno de los monumentos mejor conservados en las ruinas de la ciudad es su teatro, imponente construcción con capacidad para 25.000 espectadores. Es el que sustituyó en época romana (s. I-II) a un antiguo teatro griego. Lo mencionamos porque en él, según el relato de los HchJn, congregó Juan a las ancianas de la ciudad, pronunció un denso discurso y “curó todas las enfermedades” (HchJn 32-37). Cuando los turistas visitamos sus ruinas, podemos llenarlas con nuestra imaginación de las escenas descritas en el Apócrifo.

Otro lugar, el más famoso de la ciudad y su cultura, es el Artemision, el templo de Artemisa (Diana), una de las siete maravillas del mundo según la famosa clasificación de Antípatro de Sidón. Destruido el templo en tiempos lejanos, es perceptible perfectamente el rectángulo donde se levantaba el edificio, cuyas medidas (425 por 225 pies) ofrece Plinio el Viejo en su Historia Natural (XXXVI 95-97). Eróstrato, que lo incendió en el año 356 a. C. por estricto afán de notoriedad, sigue vivo en las páginas de la Historia y hasta en el complejo que lleva su nombre. Artemisa no pudo evitar el desastre porque en la noche del incendio, según el parecer de Plutarco, estaba ocupada con el nacimiento de Alejandro Magno. Ambos acontecimientos tuvieron lugar en la noche del 21 de julio. En el relato de sus Hechos, Juan se acercó al templo de la diosa con ocasión de su fiesta, predicó su propia doctrina, hizo caer estatuas y exvotos; hasta la mitad del templo se derrumbó. Juan consiguió con milagros que la multitud cambiara su grito ritual “¡Grande es la Artemisa de los efesios!” (Hch 19, 28) por otro ocasional: “¡Único es el Dios de Juan!” (HchJn 42, 2).

El teatro y el templo de la diosa son dos lugares de Éfeso mencionados en los Hechos Apócrifos de Juan. Pero la prolongada estancia de Juan en la ciudad dejó otros recuerdos ligados a episodios de su vida. Las citadas palabras de Cristo en la Cruz (“He ahí a tu hijo/madre”) están en la base de la tradición de una vida de Juan con la Virgen María. Si, pues, Juan vivió y ejerció su ministerio en Éfeso, era natural que la piedad cristiana situara de alguna manera la presencia de María en la ciudad. Y en efecto, en las cercanías de Éfeso, se levanta una sencilla edificación que lleva la etiqueta de Panaya Kapulu (Puerta de la Todo Santa). Es una minúscula casa que habría sido la residencia de María. A la pregunta: ¿Dónde vivió la Virgen María?, la devoción cristiana responde con un “aquí” que apunta a una vieja capilla de oscuras piedras y venerable antigüedad, posiblemente del siglo IV o incluso anterior. Es decir, cuando los Padres del Concilio de Éfeso (a. 431) proclamaron a María la Theotókos (Madre de Dios), ya estaba allí aquella casa. Los papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han visitado esta casa para venerar la memoria de la tradición cristiana.

La larga permanencia de Juan en Éfeso dio base también a la tradición sobre el origen de su evangelio, el cuarto de los evangelios canónicos. Fue en esta ciudad donde Juan lo escribió, como lo reconoce la tradición. Más aún, la piedad cristiana concreta la tradición señalando como lugar preciso el mismo de su tumba. Restos de un gran templo, obra de Justiniano en el siglo VI, conmemoran estos sucesos. Según el relato del Pseudo Abdías, en aquel lugar se producían numerosos milagros: los enfermos sanaban, los peligros se evaporaban, todos los suplicantes eran escuchados (Ps. Abdías, V 23).

La noticia de Eusebio, que habla del apóstol Juan y de otro Juan presbítero originó la tradición de dos tumbas en Éfeso con la misma etiqueta de “Tumba de Juan”. Pero las palabras de Jesús en Jn 21, 22, unidas a las extrañas circunstancias de su metástasis, dieron origen a la leyenda de una eventual asunción de Juan. El detalle no hace sino subrayar hiperbólicamente la devoción de los cristianos hacia el discípulo más amado de Jesús.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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