Buenas noticias, malas noticias: Juan y Jesús

Hoy escribe Fernando Bermejo

Una de las ideas más extendidas en la exégesis neotestamentaria es la de que un luminoso y cordial Jesús predicó únicamente buenas noticias, a diferencia de un Juan el Bautista sombrío y vociferante, dedicado supuestamente a hablar sólo de la ira divina y la condenación. Aunque es inútil intentar oponerse de manera racional a ideas que han sido excogitadas y creídas porque hay mucha gente que necesita creerlas, en realidad es fácil mostrar que ese cliché es únicamente una piadosa ficción carente de fundamento, como muestra no sólo el análisis pausado de los textos sino también el más elemental sentido común.

Comencemos por el Bautista. Ciertamente, la imagen del fuego inextinguible que quemará la paja es elocuente, pero basta con un rápido vistazo al resto de las escasas noticias que se tienen sobre Juan para que rápidamente afloren otros aspectos mucho más positivos. El bautismo presupone ya la llamada al arrepentimiento y a un cambio de vida dictado por las ideas de justicia y el compartir con el más desgraciado. La imagen del trigo que se junta en el granero (Mt 3, 12; Lc 3, 17) es una metáfora de la congregación escatológica de los justos, y por tanto un elemento obvio de esperanza y salvación. Es, por tanto, meridianamente claro que el mensaje del Bautista comprendía también “buenas noticias” (cf. Lc 3, 18: “Y así, con estas y con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la buena nueva”). De hecho, si el Bautista atrajo a tanta gente (incluido al galileo Jesús de Nazaret) no fue porque se limitara a amenazar con voz tonante a quien pasara por su lado: bastaría el sentido común para concluir que si el Bautista hubiera predicado sólo –o incluso principalmente– un mensaje funesto, la atracción popular que concitó debería achacarse a un fenómeno de masoquismo colectivo; sin duda, quienes fueron atraídos por él lo fueron por buenas y esperanzadoras noticias.

Si en el caso del Bautista los prejuicios al uso se decantan hacia el aspecto condenatorio de su kerigma, en el caso de Jesús los prejuicios actúan exactamente en el sentido contrario. En efecto, lo que exegetas y teólogos cristianos de toda laya (católicos y protestantes, conservadores y progresistas: en lo esencial del mito todos están de acuerdo) se dedican a hacer es minimizar cuanto pueden el aspecto salvífico del mensaje del Bautista, a la par que insisten machaconamente en que el aspecto condenatorio queda en Jesús anulado o postergado.

Una excepción a la regla la constituye el exegeta alemán Marius Reiser, que en 1990 escribió un libro titulado Die Gerichtspredigt Jesu. Eine Untersuchung zur eschatologischen Verkündigung Jesu und ihrem frühjüdischen Hintergrund (La predicación de Jesús sobre el juicio). Este libro comienza reconociendo que “el juicio (escatológico) es un tema que tanto la investigación teológica como la predicación eclesial ha omitido y reprimido desde hace mucho tiempo” y tras un análisis de 300 páginas acaba concluyendo que “el hecho de que Jesús habló con toda seriedad del juicio no puede, tras la investigación realizada, ser puesto en duda”. (Dicho sea entre paréntesis: existe una traducción inglesa del libro de Reiser, pero no una española; la febril actividad editorial de la maquinaria confesional publica todos los años cientos de libros, muchos de ellos del todo irrelevantes cuando no simplemente infames, pero la traducción del libro mencionado de Marius Reiser –al igual que la de los de Reimarus, Johannes Weiss, S. G. F. Brandon, y tantos otros realmente epocales y clarificadores– no parece interesar lo más mínimo).

Ciertamente, la acción escatológica de Dios es concebida siempre en el judaísmo como algo que tiene una vertiente de condena y otra de salvación. El judío Jesús no es una excepción: también su predicación contiene tanto el doble anuncio de la salvación y del juicio condenatorio. Una consideración mínimamente detenida del material cuya autenticidad difícilmente puede ser negada –y en el que están representados todos los estratos de tradición de los Sinópticos (Q, Mc, material especial mateano y lucano)– ofrece una imagen extremadamente clara y consistente de la predicación del juicio de Jesús, y demuestra que este anuncio tuvo en su kerigma un peso decisivo: Jesús no fue simplemente el predicador genérico del amor y la bondad, que no constituyen en modo alguno la “esencia” de su mensaje. El concepto de Reino de Dios, en tanto que realidad escatológica, contiene la idea del juicio, el cual inevitablemente posee tanto una dimensión gozosa –para quienes se salvan– como una terrible –para los condenados–: al igual que en la era hay paja para quemar y trigo para colectar (una imagen utilizada por el Bautista), en el banquete escatológico (una imagen utilizada por Jesús) hay invitados, pero hay también excluidos. La aniquilación del mal es el reverso inexorable del anuncio de salvación.

Esto es ya de antemano lo esperable si se piensa en la tradición religiosa que alimentó a Jesús. Esta tradición no contiene en absoluto un rechazo explícito de la gehenna, el infierno o de ideas relacionadas. Por ejemplo, el final de Isaías (66, 24) y el último capítulo de Daniel (cf. 12, 2) hablan del castigo escatológico, como también Enoc 1 y otra literatura apocalíptica. Es difícil que Jesús hubiera suprimido de su cosmovisión una idea tan inmersa en la tradición religiosa que le alimentó y que consideró divinamente inspirada. Hay una multitud de textos en la Tanak que yuxtaponen sin el menor problema el amor divino y el castigo inmisericorde (cf. v. gr. Ex 34, 6ss; Dt 32, 39ss; Sab 11, 23 – 12, 1...).

Pero vamos a los textos que hablan de Jesús. Si uno considera v. gr. el evangelio de Mateo, resulta que de las 148 perícopas en que cabe dividir este evangelio, no menos de 60 (¡es decir, un 40 por ciento de la obra!) tratan del juicio escatológico o se refieren a él; el tema está presente por doquier (de hecho, todos los discursos de Jesús acaban con anuncios del juicio). Aun admitiendo que la utilización intensiva de este tema responde a un énfasis propio de Mateo, que lo ha reelaborado y ampliado en función de intereses teológicos, es innegable que su carácter central no se debe a una invención mateana (el anuncio del juicio ocupa en la fuente Q un lugar prominente): el alcance del énfasis mateano sería incomprensible si la doctrina original de Jesús no hubiera contenido este aspecto.

Una de las pruebas más claras de la importancia de la idea del juicio escatológico en la predicación de Jesús es la multitud y viveza de las imágenes utilizadas: juicio forense (v. gr. Mt 12, 41s; Mt 5, 25s; prisión por deudas: Mt 18, 23ss); cosecha (Mt 9, 37ss; 13, 30.41ss); rendición de cuentas (símil extraído del mundo de los negocios: Mt 25, 19-28); tortura (Mt 18, 34-35); “ser arrojado en el Sheol” (Mt 11, 23); exclusión del banquete (Mt 8, 11-12; 25, 1-13); catástrofes inesperadas (diluvio: Mt 24, 37-39; riada: Mt 7, 24-27), caída en una fosa (Mt 15, 14), etc. Además, el anuncio del juicio aparece en diversos géneros: parábolas (Mt 25, 41.46; Lc 16, 43), anuncios proféticos (Q 10, 12-15), advertencias a seguidores (Q 13, 24), polémicas contra adversarios (Q 13, 28; Lc 6, 25), etc. En este sentido, la escatología de Jesús se inserta totalmente en las concepciones judías habituales, y en particular en el anuncio del Bautista. Entre los muchos pasajes probablemente jesuánicos, baste citar Mt 8, 11-12 (con paralelo en Lc 13, 28ss), Mt 11, 20-24 (el lamento por las poblaciones de Galilea, con paralelo en Lc 10, 13-15) ó Mt 13, 47-50 (con variante en el logion 57 del Evangelio de Tomás). Hay también en Mc 9, 3-48 material probablemente jesuánico.

Por qué tanta gente se resiste a aceptar lo que dicen los textos es fácil de entender. Quien cree a priori –porque se lo han enseñado desde niño– en que Jesús de Nazaret es el revelador universal y el summum de la virtud y el amor tiene muchas dificultades para aceptar que él haya podido creer en la gehenna y predicar su inminencia para muchos. Que a mucha gente de buen corazón le disguste el infierno pero les guste Jesús (el Jesús que se imaginan, por supuesto, que tiene muy poco que ver con el Jesús históricamente verosímil) explica que numerosas reconstrucciones modernas ya no dibujen al galileo como un creyente en el castigo escatológico o post mortem. Como ocurre con otros aspectos de la personalidad y el mensaje del galileo, las cosas que no gustan a la sensibilidad moderna o no son política o moralmente correctas se dejan en la penumbra o simplemente se cancelan.

Sin embargo, lo que refuta las pretensiones de estas bienintencionadas personas no son sólo los textos, sino también la experiencia cotidiana. En efecto, no hay contradicción psicológica alguna en que alguien sensible en algunos aspectos al amor y al prójimo y al perdón acepte la idea de una agonía inacabable divinamente impuesta. Sin ir más lejos, la tradición cristiana está llena de gente que ha hablado elocuentemente acerca del amor de Dios, y al cabo de un minuto han amenazado seriamente a sus congéneres con la venganza divina: Pablo compuso el sublime canto a la caridad de 1Cor 13, pero también habló de la ira inminente en 1Tes 1, 10 (cf. 2, 16 o 5, 9); el redactor del Sermón de la montaña compuso su hermoso capítulo 5, pero también habla seis veces del rechinar de dientes; el autor del Evangelio de Lucas narra la historia terrible del epulón y Lázaro; Bernardo de Claraval escribió cosas muy hermosas acerca del amor, pero también se dedicó a animar ardorosamente la Segunda Cruzada. Etc., etc. No hay razón alguna para considerar que Jesús de Nazaret haya sido una excepción.

En suma: al igual que Juan el Bautista, Jesús no sólo anunció buenas noticias, sino también algunas muy malas. El kerigma de estos predicadores contenía al mismo tiempo un evangelio y un “disangelio”. Por tanto, la contraposición de un Jesús anunciador de un mensaje alegre a un Bautista predicador de la condenación es un cliché penosamente caricaturesco. Cualquiera que siga repitiéndolo -y así lo hacen legiones de exegetas y teólogos- peca de arbitrariedad, desprecia la verosimilitud histórica y se limita a soñar despierto.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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