Los Hechos Apócrifos de Andrés en la Tradición


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Una de las obras más antiguas de la literatura apócrifa es la que se ha conservado en los Hechos Apócrifos del apóstol Andrés. Su estilo, en un griego correcto, y su pensamiento, un tanto bisoño desde el punto de vista teológico, avalan a antigüedad de su origen que podría remontarse hasta los alrededores del año 150. Los escritos canónicos de la Sagrada Escritura no son demasiado generosos con la persona de Andrés. Pero la historia de su vocación al apostolado, narrada con minuciosos detalles en el evangelio de Juan (1, 35-42) está en la base del reclamo que su personalidad tuvo para la piedad cristiana. El título tradicional de los Hechos de Andrés proporcionan la razón y la justificación de su trascendencia: “Martirio del santo e ilustre Protocleto Andrés Apóstol”. A eso, a las jornadas previas al martirio han quedado reducidos los extensos y ampulosos Hechos primitivos de San Andrés. Conocemos el dato por la versión corregida que escribió San Gregorio de Tours (s. VI).

Andrés, el “Protocleto”, el “Primer Llamado”, tenía además el mérito de haber comunicado la noticia del hallazgo del Mesías a Simón Pedro su hermano, y de haberlo conducido hasta Jesús (Jn 1, 41-42). Ambos detalles fueron causa de un aprecio especial por parte del mundo cristiano, que produjo la grande y variada abundancia de literatura sobre su persona. En esta literatura se basan y documentan los datos conservados sobre su vida y su actividad misionera.

J. M. Prieur recoge para su edición el hallazgo de los manuscritos S (Sinaí, Santa Catalina, del siglo X) y el H (Jerusalén, San Sabas, del siglo XII), dados a conocer por Th. Detorakis en el Congreso de Estudios Peloponesios (Atenas 1981-1982). Nosotros nos servimos también de ese hallazgo en nuestra edición de los Hechos. Pero hasta el descubrimiento de Detorakis sólo se conservaba un fragmento de los Hechos primitivos de Andrés en un manuscrito de la Biblioteca Vaticana (V, del siglo XI), que su editor M. Bonnet publicaba bajo el epígrafe “ex Actis Andreae” (de los Hechos de Andrés). El epígrafe hacía justicia a la realidad de la edición, dado que solamente contenía escenas del martirio. El tenor de este fragmento responde a la calificación de “nimia uerbositas” (excesiva verbosidad) con que Gregorio de Tours describía los antiguos HchAnd que él corrigió y purificó. Suprimió los pasajes retóricos o parenéticos para presentar al público devoto solamente las partes narrativas y, concretamente, los relatos de los prodigios (uirtutes) realizados por el Apóstol. Es verdad, no obstante, que muchas reelaboraciones de la leyenda de Andrés contienen pasajes que los eruditos atribuyen al texto primitivo de sus Hechos.

Como en el caso de otros Apóstoles, los Hechos Apócrifos de Andrés son apoyos documentales de tradiciones y leyendas convertidas en monumentos o en textos litúrgicos. Un primer dato conocido por estos Hechos es la fecha de su muerte martirial. Varios de los martirios conservados señalan el 30 de noviembre según el cómputo de los romanos, que equivalía al día 6 del mes Perit en la cronología de los asiáticos. Ésa es la fecha en la que la liturgia romana sigue celebrando la festividad de San Andrés Apóstol. El lugar del martirio, señalado por el Apócrifo es la ciudad de Patrás, capital de la provincia de Acaya y una de las residencias del procónsul romano. Es la ciudad en la que Andrés llevó a cabo muchas de sus actividades ministeriales y taumatúrgicas, y donde su discípula Maximila, esposa del procónsul, depositó su cadáver. El principio de los Hechos de Andrés en la edición de Prieur y en la nuestra cuenta de la llegada de Andrés a la ciudad, en la que la suprema autoridad era Egeates el procónsul, casado con Maximila. Ambos esposos comparten en el Apócrifo protagonismo con Andrés.

Por el resumen de Gregorio de Tours conocemos sucesos anteriores a los relatos conservados en los Hechos. Andrés había curado a Maximila, que se convirtió a la fe cristiana y a una vida de castidad perfecta, lo que le procuró la animosidad de su marido. Su decisión era tanta que convenció a su criada Euclía, joven tan hermosa como disoluta, para que la sustituyera en sus deberes conyugales (HchAnd 17-22). Tan peregrina conducta no merece el mínimo reproche de parte del autor de la obra, lo que es una de las pruebas de la antigüedad de estos Hechos. Como si su autor no fuera sensible a un comportamiento tan censurable desde la óptica de la moral cristiana.

Maximila ha pasado de las páginas del Apócrifo a las de la liturgia de la fiesta de San Andrés. Una de las antífonas de las Segundas Vísperas recuerda la generosidad con que prestó al cadáver del Apóstol los cuidados precisos (HchAnd 64, 1): “Maximila, amable para Cristo, tomó el cuerpo del Apóstol (Andrés) y lo sepultó con aromas en un lugar honorable”. Otra antífona recuerda el famoso saludo a la cruz de HchAnd 54, 1: “Salue, crux pretiosa”, saludo bellamente destacado en uno de los martirios editados por Bonnet (Mart. Pr., 14). Una nueva antífona reproduce la última plegaria de Andrés desde la cruz: “Suscipe me pendentem in patíbulo” (Lábe me: HchAnd 63, 2). Cuenta también la Liturgia que “Andrés, hermano de Pedro, fue su socio en el martirio”. Como Pedro, también Andrés murió crucificado. Algunos testimonios aseguran incluso que Andrés fue crucificado cabeza abajo. Pero lo que los Hechos Apócrifos certifican con absoluta seguridad es que ni fue clavado ni se le quebraron las piernas (HchAnd 51, 2 y 54, 2). El procónsul pretendía que su agonía fuera así más prolongada y dolorosa.

Acaya figura entre los destinos que la tradición asigna para el ministerio del Protocleto. El Martyrium Prius (cap. 2) cuenta que Andrés recibió en suerte Bitinia, Lacedemonia y Acaya. Y Jerónimo explica a su discípula Marcela que Cristo estaba siempre con todos su Apóstoles, con Andrés en Acaya (Ep. 59, 5). En su capital, Patrás, se conserva el recuerdo de su sepultura y reposan algunas de las reliquias después de un agitado periplo en aras de la devoción de los cristianos. De Patrás fueron llevadas en el 357 a Constantinopla a la Basílica de los Doce Apóstoles, de donde el cardenal Pedro de Capua las trasladó a catedral de Amalfi en los principios del siglo XIII. El papa Pablo VI las devolvió a Patrás el año 1964. Dos iglesias honran en Patrás la memoria del apóstol Andrés. Una bizantina y otra monumental edificada en 1970 en el supuesto lugar de su martirio. Fiel al principio de que “se no è vero è ben trovato”, la piedad cristiana ha tratado siempre de buscar un “aquí”, donde localizar el motivo de su devoción. La propaganda turística más actual cuenta con cierto orgullo el sentimiento popular en el recuerdo de su Apóstol: “Andrés vino a Patrás para predicar al cristianismo en tiempos del emperador Nerón. Aquí sufrió el martirio por crucifixión. Fue crucificado en una cruz decussata (cruz en forma de aspas)”.

Es éste un detalle altamente llamativo en la tradición sobre el martirio de San Andrés, el de la cruz aspada o decussata, es decir en forma de X. Decussis era una moneda romana de diez (X) ases. El dato se deriva quizá de ciertas tradiciones que hablan de la crucifixión de San Andrés en un olivo con dos ramas en ángulo agudo. También se ha propuesto la posibilidad de que fuera la representación del alma cósmica (tèn pantòs psykhén: Tim. 41 d), que Platón presenta como una X y que tendría su reflejo en las reflexiones del saludo a la cruz del Martyrium Prius, 14.

El caso es que la cruz aspada, la cruz de San Andrés, tiene su reflejo en la creencia de que este Apóstol predicó el Evangelio en Escitia (Sur de Rusia) según el testimonio de Eusebio de Cesarea (HE, III 1, 1). La tradición puede ser el motivo de la presencia de la cruz aspada en la bandera rusa y de que San Andrés sea considerado como su patrono. También es el patrono de Escocia, que luce igualmente en su bandera una cruz en forma de aspas. Por la misma razón, la región francesa de Borgoña tiene en su blasón la cruz de San Andrés, patrono de la región. Precisamente de Borgoña trajo a España Felipe el Hermoso la cruz, que figuró en las armas españolas y cuyo uso sancionó el rey Felipe V. Como motivo heráldico aparece esta cruz en numerosas banderas, como las de Logroño, Vitoria, el Bierzo, Euskadi, etc. Y en ese contexto tiene su valor y su significado.

El humilde pescador de Betsaida pasea ahora por el mundo el símbolo de su martirio convertido en augurio y en recuerdo. Y detrás de esa cruz original, el nombre y la memoria del Protocleto, el Primer Llamado, de Andrés.
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