Los Hechos Apócrifos de Pablo en la Tradición (I)


Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La personalidad del Apóstol de los gentiles y su importancia como teórico del Cristianismo son argumentos de sobra para que la tradición cristiana le haya procurado un lugar de privilegio en sus anaqueles. Pablo es uno de los grandes personajes del Nuevo Testamento, que ocupa un espacio amplio y destacado en le primera historia de la Iglesia, que son los Hechos canónicos de los Apóstoles. Es además el autor de varias cartas, fundamentales dentro de la literatura neotestamentaria. Esas cartas, al menos las consideradas como auténticas, son anteriores al resto de los libros que conforman el NT.

La trascendencia histórica de Pablo ha dejado un rastro de leyendas o supuestos recuerdos de su actividad apostólica. En muchos casos son un reflejo de los viajes conocidos por los Hechos canónicos. Porque una de las características de los Hechos Apócrifos de Pablo (HchPl) es su estructura basada en el movimiento geográfico de unos viajes que van desde Jerusalén a Roma. Pero los sucesos que conforman los HchPl andan dispersos por fuentes variadas, de distintas épocas y hasta de idiomas diferentes.

El Papiro copto de Heidelberg (PHeid, s. VI), descubierto y editado por C. Schmidt en 1897, contenía material de varios viajes del Apóstol. El de Hamburgo (PH), griego del s. IV, narra de la estancia de Pablo en Éfeso y en Filipos con el viaje camino de Roma. Un bloque de estos Hechos, que ha merecido los honores de una existencia independiente, es el que forma los Hechos de Pablo y Tecla (HchPlTe), en los que la Santa comparte protagonismo con el apóstol Pablo. El Papiro Bodmer X (s. III) contiene la carta apócrifa de Pablo a los corintios, etiquetada por los eruditos como la 3 Cor. Finalmente, los últimos capítulos de la peripecia personal de Pablo están expuestos en el Martirio, que presenta el aspecto de un fragmento independiente para uso litúrgico.

Sin embargo, existe el convencimiento de que se ha perdido material abundante de estos Hechos, incluso más de la mitad. Pero también se tiene la certeza moral de que todos estos pasajes formaron parte de los primitivos HchPl. Los numerosos fragmentos del PHeid y el texto del PH han confirmado con seguridad absoluta la pertenencia de los documentos enumerados al conjunto original de estos Hechos. Han certificado incluso que ciertas apreciaciones de autores antiguos no eran fruto de vanas fantasías, sino datos recogidos del texto original –y completo– de los HchPl que ellos conocieron.

San Jerónimo conocía y rechazaba como apócrifo el libro de “los viajes de Pablo y Tecla y toda la fábula del león bautizado” (De uir. ill., 7). El dato era escasamente conocido hasta que en 1960 R. Kasser publicó un papiro copto que narraba esa historia. Pablo se encontraba en las cercanías de Jericó cuando un gran león se acercó mansamente a sus pies. Pablo le preguntó: “¿Qué quieres, león?”. El animal respondió: “Quiero ser bautizado”. Pablo le bautizó “sumergiéndolo tres veces en el agua en el nombre de Jesucristo” (PBod Kasser 6-9). El león bautizado menospreció a una leona que se le acercó con intenciones lascivas. Pero volvió al protagonismo de los HchPl cuando el Apóstol fue arrojado a las fieras en Éfeso. El león que debía devorar al prisionero resultó ser el que fuera bautizado en Jericó. En vez de devorar a su víctima, le saludó diciendo: “La gracia sea contigo”. “Y también contigo, león”, respondido Pablo. Una violenta granizada devolvió milagrosamente la libertad a Pablo y al león (PH 4-5).

Una lógica curiosidad hace que las gentes deseen conocer a sus héroes en todos los aspectos posibles, incluida su apariencia física. El gran debate sobre el culto a las imágenes, resuelto en el VII concilio ecuménico del año 787, tenía como base la representación plástica de los grandes personajes de la historia cristiana. El temor de la ley de Moisés ante el peligro de la idolatría se había concretado en el segundo mandamiento del Decálogo: “No te harás imágenes talladas” (Éx 20, 3; Dt 6, 8). En contra estaba la práctica cristiana que quedó oficialmente refrendada por los Padres Conciliares.

El deseo de personalizar la devoción en una figura representativa tiene en los HchPl una respuesta clara y precisa. De ningún otro personaje antiguo poseemos una descripción tan detallada como la de Pablo en el texto de sus Hechos Apócrifos. Se trataba nada menos que de las señas de identidad que Tito había facilitado a Onesíforo, anfitrión del Apóstol en Iconio. Onesíforo tenía que recibir a Pablo a quien no conocía personalmente. Dice el relato del Apócrifo: “Andaba Onesíforo por el camino real que lleva a Listra, y se situó allí de pie para esperarlo (a Pablo) comparando a todos los que venían con la descripción de Tito. Vio, pues, que se acercaba Pablo, hombre pequeño de estatura, calvo, de piernas arqueadas, vigoroso, cejijunto, de nariz un tanto prominente, lleno de gracia. Pues unas veces parecía un hombre y otras tenía rostro de ángel” (HchPlTe 3).

La minuciosa descripción abarca la apariencia exterior y la simpatía de espíritu. Su halo de bondad y su carácter angelical son una apreciación subjetiva del autor. Pero los rasgos físicos son más fáciles de reconocer como datos objetivos que son: de baja estatura, calvo, cejas pobladas, nariz aguileña, cuerpo vigoroso. Muchas reproducciones artísticas del apóstol Pablo son deudoras de los datos del Apócrifo. Algún artista, conocedor de este retrato literario, estableció ya en tiempos antiguos un canon que fue luego reproducido como su imagen real.

Otra persona, que comparte protagonismo con Pablo en estos Hechos es Tecla, virgen y mártir en el santoral de a Iglesia. En Iconio, su patria, entró en contacto con Pablo. Primero escuchó desde una ventana la predicación del Apóstol “sobre la continencia y la resurrección” (HchPlTe 5, 1). Luego, se convirtió a la fe cristiana y optó por una vida de castidad perfecta con gran escándalo de su madre Teoclía y desencanto de su prometido Támiris. Su recalcitrante actitud le granjeó una condena a la hoguera y otra a las fieras. Escapó de ambas por la actuación clamorosa del poder divino.

La Santa manifestó a Pablo su deseo e intención de seguirle ”a dondequiera que vayas” (HchPlTe 25, 1). Y, en efecto, le siguió con vestidos de varón. Durante su estancia en la ciudad marítima de Mira, Tecla se despedía de Pablo para regresar a Iconio. Su maestro le recomendó: “Vete y enseña la palabra de Dios” (HchPlTe 41). El uso del presente griego dídaske, forma verbal de significado habitual, pudo ser interpretado como la justificación de las funciones pastorales de predicar encomendadas a Tecla. En estas palabras y en otras noticias que hablan de la actividad de Tecla en el ministerio de la palabra yacen las razones del rechazo de estos Hechos por parte de Tertuliano. El teólogo conocía ya en Cartago y en los alrededores del año 200 los HchPl.

Su testimonio en su obra De baptismo, 17 suena así: “En el caso de que quienes leen los escritos, que llevan falsamente el nombre de Pablo, reivindiquen el ejemplo de Tecla en favor de la facultad de las mujeres para enseñar y bautizar, sabemos que el presbítero que compuso en Asia aquella obra, como si pudiera añadir algo suyo al prestigio de Pablo, fue desposeído de su cargo después de quedar convicto y confeso de que lo había hecho por amor a Pablo”. Los comentaristas recurren también al gesto de Tecla cuando se lanzó al agua diciendo: “En el nombre de Jesucristo me bautizo en mi último día” (HchPlTe 34, 1). Como si tal gesto pudiera interpretarse en el sentido de práctica de la facultad de bautizar. Pero si tenemos en cuenta que se ha perdido más de la mitad de los Hechos originales, podemos suponer que han podido desaparecer las escenas en las que Tecla ejercía unas actividades que tanto escandalizaron a Tertuliano.

La joven siguió a Pablo en sus tareas de evangelización según algunos que interpretan literalmente la citada promesa de Tecla. En consecuencia, y dado que Pablo visitó España, como veremos otro día, Tecla habría estado en España, concretamente en Tarragona que por eso la honra como su celestial patrona. “Su santa memoria se celebra el 24 de septiembre” (HchPlTe 45, 60), día en que “se durmió en Cristo Jesús Señor nuestro”. Este dato del Apócrifo es la referencia en la que se funda la fecha de la festividad de la Santa, venerada en Tarragona como virgen y mártir.

La virginidad fue la opción que eligió Tecla cuando oyó la predicación de Pablo. Los vecinos de Seleucia, sorprendidos de su eficacia taumatúrgica, atribuían sus poderes a la diosa Artemisa, patrona de la castidad. Pretendieron que los perdiera corrompiéndola para indisponerla con la diosa. Pero la gruta en que moraba se abrió, y Tecla escapó de sus agresores.

Su martirio está recogido en varios relieves del siglo XII en la catedral de Tarragona. En uno se representan dos de las pruebas a las que fue sometida. Otro es un cuadro de su muerte. Los guías turísticos explican otro de los relieves en sentido alegórico. La reina del conocimiento la acoge en su casa como para indicar que Tecla había conseguido la sabiduría. Pienso que todo es explicable en el contexto de los HchPlTe. Allí una rica mujer, de nombre Trifena, etiquetada de reina, “la recibió en custodia” y la acogió en su casa mientras llegaba el día de la “lucha con las fieras”. Suplía así la ausencia de su hija, recientemente fallecida (HchPlTe 29-39).

En el siglo XIV las autoridades se interesaron por las reliquias de la Santa, que tras diversos avatares, descansan en la catedral de Tarragona. En 1995 se encontraron en las ruinas de una basílica del s. III restos de tumbas, una de las cuales lleva la inscripción de una “BEATA THECLA VIRGO”. Y aunque ciertos datos epigráficos no concuerdan con lo que el Apócrifo dice de Tecla, es muy posible que se trate en algún sentido de la memoria de la Santa de Iconio.
Saludos de Gonzalo del Cerro
Volver arriba