Palestinos, predicadores, carismáticos

Hoy escribe Fernando Bermejo

De varios de los paralelismos que hemos ido constatando hasta ahora entre los predicadores palestinos Juan el Bautista y Jesús de Nazaret se sigue otro, a saber, el hecho de que ambos fueron considerados por parte de sus contemporáneos como sujetos dotados de carisma. Ambos produjeron un impacto considerable en un número apreciable de personas, que consideraron su modo de expresarse y de actuar como algo excepcional y derivado de una instancia sobrenatural. Esta fuerte impresión que causaron explica la autoridad de que gozaron (una autoridad perceptible también, en el caso de Juan, en el respeto con que Flavio Josefo se refiere a él). Tal autoridad “carismática” es diferente, como ya señaló el sociólogo alemán Max Weber, de la autoridad "tradicional" y de la "racional".

En sociología, “carisma” designa una cierta cualidad de un individuo para motivar con facilidad la atención de otros, y en virtud de la cual tal personalidad individual es considerada aparte de personas ordinarias y tratada como dotada de poderes o cualidades sobrenaturales, sobrehumanas o al menos excepcionales. De este modo, las personas dotadas de carisma pueden ser vistas como divinas o como ejemplares, y sobre la base de tal concepción las personas en cuestión son tratadas como líderes. Es importante reparar en que con el término “carisma” la sociología no designa una suerte de propiedad objetiva (mucho menos un “don divino”), sino un fenómeno que se produce en un contexto intersubjetivo, es decir, en virtud del reconocimiento de otros individuos: un sujeto puede tener “carisma” y dejar de tenerlo, puede tener carisma en determinados contextos y ante determinadas personas pero no en otros (como muestran en el caso de Jesús los propios evangelios). Es importante asimismo reparar en que la cualidad del carisma no implica nada acerca de la moralidad o la índole estética del sujeto o de las reacciones y sentimientos que pueda inducir, pues personas consideradas como líderes carismáticos han usado su carisma en formas extremadamente destructivas y negativas a lo largo de la Historia (Adolf Hitler, Benito Mussolini o Jozef Stalin tenían “carisma”). El carisma depende de las posibilidades para cumplir las necesidades espirituales y/o materiales de los interlocutores, sin que esto implique todavía especificar de qué naturaleza sean tales necesidades.

Tanto Juan el Bautista como Jesús mostraron tener carisma de diferentes modos: en sus intensas convicciones y en su entusiasmo religioso, transmitidos de modo pregnante; en su relativa innovación del discurso religioso; en su capacidad de convocatoria de grupos importantes; en su capacidad de convicción y de inducir a otros a comportarse de determinada manera... y todo ello debido a su habilidad para suscitar sentimientos positivos en sus auditorios (confianza en el hecho de ser objeto de la atención de un Dios misericordioso, renovación del sentido de la vida, sensación de ser salvado/liberado del mal y el pecado, intensa esperanza...).

La presencia de carisma en estos predicadores palestinos también se muestra en el hecho de haber suscitado suspicacias por parte de las autoridades. Precisamente la capacidad de convocatoria y convicción que tienen los carismáticos los convierte en sospechosos para las instancias dotadas de poder (y es esa habilidad de Juan lo que, según Josefo, llevó a Herodes Antipas a quitárselo de en medio).

El carisma de Jesús parece haberse expresado asimismo en un rasgo que la tradición no atribuye a Juan, la taumaturgia. Es obvio que si el reconocimiento del carisma depende de la capacidad de responder a las necesidades del auditorio, la atribución de facultades sanadoras y taumatúrgicas es un valor añadido en el carismático. Resulta claro que a Jesús se le atribuyeron tales facultades. Esto le asemeja a ciertas figuras de carismáticos palestinos, como las curiosas personalidades de Hanina ben Dosa (s. I e.c.) o de Honi “el trazador de círculos” (s. I a.e.c.), reconocidos hacedores de milagros en la tradición judía y sujetos dotados de una intensa piedad y sentido de proximidad y filialidad con respecto al Dios en el que creían.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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