El marco gnóstico del Evangelio de Judas (I) ¿Qué son la gnosis y el gnosticismo?



Para entender bien qué pretendía transmitir a sus lectores el autor del Evangelio de Judas es absolutamente necesario entender el marco gnóstico de este evangelio. Para ello necesitamos detenernos primero en una descripción breve de cómo era la gnosis y el gnosticismo en los ambientes cristianos del siglo II, momento de la composición de este Evangelio. Esta explicación nos parece indispensable pues el gnosticismo del siglo II está muy alejado de la mentalidad del siglo XXI.

¿Qué es la gnosis?

Gnosis es un vocablo griego que significa simplemente “conocimiento”, y como tal no es estrictamente ninguna religión sino un conjunto de saberes. En nuestro campo, en concreto, unos saberes religiosos. La gnosis puede definirse como “El conocimiento de misterios divinos reservados a un grupo selecto en orden a la salvación”.

La “gnosis” es, pues, una experiencia religiosa basada en una sabiduría revelada por la divinidad. Para que haya gnosis tiene que haber revelación, no necesariamente a todos los gnósticos uno por uno, pero sí al menos al maestro o cabeza del grupo. Ahora bien, la gnosis no es un conocimiento puramente intelectual, sino un saber total en el sentido de que el conocimiento/contemplación del objeto permitirá al conocedor/contem¬plante ser uno con él.

El objeto de ese conocimiento es el Absoluto, Dios, y lo que de Él dimana –a saber, las regiones supracelestes donde se halla la divinidad y las entidades que se imaginan que la acompañan—, la creación del universo y la del ser humano, junto con el conocimiento del fin o meta de su vida. Conocer por revelación directa o indirecta este conjunto de cosas es alcanzar la verdad; representa ser y actuar en esa verdad, y, en último término, supone la salvación.

La gnosis así entendida pertenece, pues, al esfuerzo común que se halla en la base de muchos sistemas espirituales, por lo que diversas concepciones que se caracterizan como “gnósticas” aparecen también en otras religiosidades, especialmente las místicas, tanto en el cristianismo antiguo como en el hinduismo o el islam (el sufismo, por ejemplo).

El deseo de poseer ese conocimiento de la verdad nace del impulso del ser humano hacia la consecución de la unidad del creer y del ser, que en muchos se traduce en el deseo de la unión del hombre con la divinidad. La gnosis o deseo de poseer el conocimiento es en el fondo un comportamiento religioso elemental. Este comportamiento se traduce, en ocasiones, en un sistema filosófico, o en uno religioso, que dé cuerpo a la profunda y dolorosa sensación que tienen ciertas personas de la separación de dos polos –Dios (verdad)/hombre (buscador de la verdad)- que se estima deberían estar unidos. Nace también de la necesidad de por qué la materia y el espíritu aparecen en el mismo escenario, pero son tan contrapuestos y adversarios entre sí.

En el Mediterráneo oriental la gnosis pudo manifestarse como una atmósfera religiosa que consideraba a una religión determinada, dentro de la cual crecía, como un estadio inferior de la religiosidad que, por ejemplo, no sentía tan profundamente la sensación de desgarro interno ante el mundo arriba mencionada. El estadio superior lo tendrían los verdaderos “conocedores” o gnósticos, que albergaban un deseo especial de poseer la verdad total, y a los que respondía la Divinidad con una revelación. Naturalmente, los gnósticos serían la élite, digna de recibir esa revelación que dará respuesta a las cuestiones esenciales del hombre religioso, tales como: ¿Quién soy yo realmente? ¿De dónde vengo? ¿Qué relación tengo con la divinidad? ¿Cómo conseguiré poder volver allí de donde procedo, es decir, cómo alcanzaré la salvación? ¿Cómo eliminaré los impedimentos que se oponen para conseguir este fin?

Con otras palabras: una gnosis puede nacer dentro de una religión como un grupo especial que se siente por encima de los demás fieles al tener conocimiento especiales. Así, por poner ejemplos ilustrativos, de la religión judía nace como gnosis la cábala; del cristianismo nace lo que llamamos gnosis cristiana o gnosticismo; del islam nace el sufismo. Es normal que la gnosis nazca en religiones “de libro”, que tienen ya textos inspirados y sagrados, que los acepten como tales, pero que piensen que sólo ellos, los gnósticos, los entienden bien y a fondo gracias a una revelación espiritual. Por ello la cábala es el conocimiento profundo, esotérico y místico de las textos sagrados judíos; el gnosticismo es el conocimiento profundo, esotérico y místico de las textos sagrados cristianos; y el sufismo, lo mismo respecto al Corán.

Muchas veces el texto revelado sobre el que se desarrolla la gnosis es como un pretexto para obtener de él –por medio de exégesis especiales, reveladas naturalmente- ideas propias, gnósticas, que en el fondo nada tienen que ver con el judaísmo, el islam o el cristianismo. En el hinduismo pasa lo mismo.

Además de ser una respuesta a las preguntas que hemos formulado más arriba, la investigación de hoy considera que la gnosis concreta que desemboca en el Evangelio de Judas es también el legado de las reflexiones y conocimientos esotéricos -procedentes tanto del Mediterráneo como de tierras más alejadas, Egipto, Mesopotamia e incluso la lejana India- acerca de lo más profundo de la divinidad, de los secretos de la creación del universo y del hombre y de la relación de este mismo con Dios. En Grecia, y en el mundo influenciado por ella como el Mediterráneo oriental, cuna del cristianismo, había tradiciones de conocimientos religiosos secretos desde los órficos (siglos VII y VI a.C.), los filósofos pitagóricos y Platón, que desembocan de algún modo en la gnosis.

El nacimiento de la gnosis occidental judeocristiana

En el terreno que nos concierne, el judaísmo y el cristianismo, es muy probable que la gnosis naciera antes de la era cristiana, y en concreto en el suelo de un judaísmo marginal y esotérico. Es posible que ciertos judíos, lectores de filosofía griega y en concreto de Platón, preocupados por el mal en el mundo, o por el sentido del universo en sí mismo, pensaran que era necesario encontrar para todo esto una explicación más convincente que la tradicional que se leía en sus textos sagrados.

Las aclaraciones de su Biblia de que el mal procede de Satanás -al fin y al cabo un espíritu angélico, aunque malvado, dependiente de Yahvé- y las de los rabinos, a saber, que el mal procede de la “inclinación maligna” en el corazón del hombre, no les debieron sonar a convincentes.

Es posible que la primera “revelación” –o quizá intuición- en torno al misterio del mal les viniera a estos judíos anteriores a la era cristiana leyendo sobre todo el diálogo Timeo de Platón, donde encontraron el mito del Demiurgo. El filósofo griego pinta a este ser como un poder divino, pero inferior de algún modo al Uno y al Bien, y a la vez lo dibuja como el responsable de la creación del Universo, tan problemático y tan lleno de maldad. Es posible que en este ámbito saltara la chispa de la nueva revelación. Esos judíos debieron de pensar: si se aceptara la existencia de esta divinidad intermedia, el Demiurgo, se podría explicar que el Dios supremo, el Uno y el Bien absoluto, situado en una esfera superior a la de ese Demiurgo, queda en gran parte –si no en toda- exonerado de la creación del mundo y de la materia… y, por tanto, queda libre de la acusación de ser el causante del mal.

Debieron de frotarse las manos con esta idea: ¡la revelación estaba en Platón! Si esta hipótesis es correcta, el siguiente paso en la explicación del origen de la gnosis –primero judía y luego cristiana- es suponer que esos judíos que hipotéticamente se sintieron cautivados leyendo al filósofo griego, y que sintieron que en él había muchas soluciones a sus preguntas aplicaron esta noción del Demiurgo y otras ideas platónicas (como la diferencia radical entre el espíritu y la materia; el mundo de lo sensible como una copia, aunque imperfecta del mundo superior, celeste, de las Ideas, lo que supone una cierta correspondencia entre ambos; la inmortalidad del alma y la división de ésta en partes, en la que el espíritu o “mente” ocupa el lugar superior, etc.) a la lectura del Génesis, su libro preferido, y a una exégesis de él.

El punto de partida para el nacimiento de una gnosis incipiente pudo ser, pues, el momento en el que tales judíos creyeron que el mismo texto bíblico confirmaba las tesis de Platón. En efecto, los primeros capítulos del Génesis (1,1-2,3; 2,4ss) presentan la creación de Adán bajo dos versiones distintas, la primera a cargo de Elohim (literalmente “los dioses”) y la segunda atribuida a Yahvé (véase también Job 1, en donde aparece la misma dualidad de expresiones), como distinto de Elohim. De aquí estos judíos esotéricos quedaron convencidos de que la revelación divina misma establecía crípticamente una distinción entre una deidad suprema (ultra¬tras¬cendente, inal¬canzable) y el creador fáctico de este mundo perverso. Así pues, el dualismo de “dos poderes en el cielo” –explicitado más tarde como un Dios supremo y un Demiurgo- debió de hallar una de sus justificaciones en las Escrituras sagradas mismas.

A este universo ideológico tales judíos hipotéticos añadieron también otras ideas religiosas que circulaban en el ambiente, centradas en la pugna inevitable entre el Bien y el Mal, y el antagonismo absoluto de ambos. Este sincretismo, es decir, esta mezcla de nociones de otras perspectivas religiosas o filosóficas con las judía, produjo en último término un nuevo cauce de interpretación del mensaje de las Escrituras sagradas del judaísmo.

Además, si –a partir de una aceptación de las ideas de Platón- el judío “gnóstico” se hallaba convencido de que todas las realidades del mundo presente son un reflejo de otras entidades superiores, no materiales, él podía efectuar un análisis del mundo en el que vivía y pensar ciertamente que los conceptos y entidades que obtenía reflexionando sobre el mundo de abajo correspondían a conceptos y entidades del mundo supraceleste, el verdadero.

Por este motivo, cuando el judío gnóstico especulaba sobre las realidades divinas, las podía describir en comparación con realidades naturales, puesto que éstas son sus reflejos. Así podía concebir, basándose en lo que deduce de lo que ve en el mundo, un sistema ordenado de conceptos que explicara tanto la divinidad y su entorno como el universo intermedio, que se imagina existente entre Dios y los humanos, y finalmente el mundo visible en el que vivía.

De hecho la fabricación de este mundo conceptual que aclara lo que pasa arriba –lo divino- y lo que pasa abajo –el mundo- es parte esencial de la gnosis. Operando así el gnóstico produce un sistema especulativo articulado, que es una explicación universal

• de la divinidad y de los primeros principios (teología/teodicea),
• del origen del mundo (cosmología y astrología),
• de los seres intermedios (pneumatología o angelología),
• del hombre (antropología)
• y del modo cómo éste debe salvarse (soteriología) ,
y todo ello gracias a la iluminación de una especial revelación divina.

En síntesis: es muy posible que la gnosis occidental se haya podido generar en suelo judío a partir de preocupaciones vitales y religiosas no respondidas adecuadamente por la religión tradicional, a partir del influjo de la filosofía platónica, muy sacralizada, y de otras concepciones dualistas sobre la perenne lucha del Bien y del Mal, y a partir de otras nociones esotéricas que existían en el mundo grecorromano.

Es muy posible además que el germen de la gnosis sea anterior a la era cristiana, y que al crecer afectara directamente tanto al judaísmo como al paganismo más esotérico (el hermetismo), y sobre todo al cristianismo de los siglos II y III.

¿Qué es el gnosticismo?

Cuando la atmósfera de ideas gnósticas (“gnosis”) se transforma en un sistema sólido de nociones religiosas dentro del cristianismo se denomina “gnosticismo”. Y es este sistema el que afectó y sacudió violentamente, con sus novedosas y heterodoxas concepciones, a la teología del grupo mayoritario cristiano sobre todo a partir de mediados del siglo II.

Saludos de Antonio Piñero
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