La Tradición en los Hechos de Tomás (II)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, como obras literarias, delatan situaciones y actitudes de la sociedad en la que se producen. Los personajes no son entes de razón, independientes de un contexto histórico real. Si, como ocurre en los Hechos de Felipe, un leopardo y un cabrito solicitan participar de la eucaristía, el elemento novelesco va situado dentro del marco de las prácticas comunes en la piedad cristiana del momento (s. IV/V). Los Hechos de Tomás (HchTom), los más tardíos de los cinco primitivos, reflejan una evolución del pensamiento cristiano sensiblemente avanzado frente a los otros cuatro.

Según una opinión reconocida y aceptada por los especialistas, los HchAp contienen material documental de los orígenes del cristianismo. Y aunque estas obras se gestan y componen en unos tiempos en que la doctrina es sensible a las vacilaciones y titubeos de los orígenes, encontramos en ellas expresiones doctrinales cada vez más firmes. En consonancia con el Antiguo y el Nuevo Testamento, se respira en los HchAp un claro monoteísmo. Detalle reiterativo en todos los HchAp es la aplicación a Jesús del apelativo kýrios, que es la palabra con que la versión griega de los LXX reproduce el intraducible e impronunciable nombre de Yahweh.

Los HchTom recogen en tres pasajes diferentes la famosa invocación de Tomás dirigida a Jesús resucitado: "¡Señor mío y Dios mío!" (HchTom 10,1; 81,1; 167, 2). Pero el autor refleja su creencia en la divinidad de Cristo con la fórmula deuteronómica aplicada a Jesús: "Señor Jesús…, tú solo eres el Dios verdadero, y no hay otro" (HchTom 25, 1), un Dios "que escondió su majestad y apareció oculto en un cuerpo" (HchTom 45, sir.). Y aunque es recurrente la afirmación de que Jesús es hijo de Dios, el texto de los HchTom expresa esa filiación con la fórmula del credo apostólico: "Jesús, Dios de Dios y Salvador" (HchTom 47, 2), o "Dios de Dios, Altísimo" (HchTom 48, 1). Porque Jesucristo es "el Dios nuevo" (HchTom 69, 3) de quien es apóstol Judas Tomás (HchTom 70, 1).

Una de las ceremonias repetidas en estos Hechos es la del bautismo. Era la secuencia natural de la conversión del rey Gundafor y su hermano Gad (HchTom 27), de la mujer liberada de la posesión diabólica (49, 2), de Migdonia la esposa de Carisio (121, 2), del general Sifor y su familia (132, 2), del hijo del rey Misdeo, Vazán y de varias mujeres (157, 4). La unción con el óleo está descrita con tanto interés que Toribio de Astorga (s. V) llegó a pensar con escándalo que Tomás bautizaba sólo con aceite (Epíst. a Idacio y Ceponio). Pero los textos distinguen normalmente entre la unción con el óleo y el bautismo con agua. Solamente en HchTom 27, 2 no aparece el agua, pero sí la orden de “sellar” a los bautizados “en el nombre del Padre y de Hijo y del Espíritu Santo”. M. Erbetta, basando su argumentación en las dos epliclesis de HchTom 27 y 50, cree que podría tratarse de dos sacramentos, el “sello” y el “bautismo”. Pero tanto en estos Hechos como en otros, la denominación de “sello” (sphragís) y “sellar” (sphragízein) son equivalentes semánticos de “bautismo” y “bautizar”.

Lo que sí queda patente por el texto de los HchTom es que la fórmula empleada para el bautismo es siempre la trinitaria “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es, en efecto, la que aparece sin titubeos en todas las ceremonias bautismales descritas en esos Hechos. Frente a esta seguridad, los HchPl no tenían las ideas tan claras. Artemila y su criada Eubula piden a Pablo “que las bautice en Dios” (en theô: Papiro de Hamburgo, PH 2, 35). Pablo escucha su ruego, baja con ellas al mar y las bautiza “en el nombre de Jesucristo” (PH 3, 32s).

Con la misma fórmula se autobautiza Tecla lanzándose al agua mientras dice: “En el nombre de Jesucristo me bautizo en el último día” (HchPlTe 34, 1). El león que arrojaron en Éfeso para que devorara a Pablo resultó ser el mismo que había sido bautizado por el Apóstol en las cercanías de Jericó. La escena de aquel bautismo viene descrita en el Papiro Bodmer copto editado por R. Kasser. El león pide a Pablo el bautismo diciendo: “Quiero ser bautizado”. Pablo baja con el león al río (Jordán), “toma al león por la melena y lo sumerge en el agua tres veces en el nombre de Jesucristo”. Por lo que se ve en los HchPl, la fórmula bautismal no seguía necesariamente la fórmula recomendada ya en la Didaché (s. I), VII 1 y 3. Fórmula que reproduce las palabras de Jesús según el texto de Mt 28, 19.

La Trinidad es uno de los aspectos dogmáticos más originales del pensamiento cristiano. El Dios único del AT adquiere en la teología cristiana una matización desconocida en otras civilizaciones. Matización que fue motivo de escándalos, vacilaciones y hasta herejías. Aunque en otros Hechos se perciben ciertos ecos sospechosos de modalismo, los de Tomás presentan la doctrina trinitaria más purificada. En un pasaje de la versión siríaca de los HchTom, sin correspondencia en el griego, aparece ya un conato de reflexión sobre la Trinidad, similar al mismísimo Símbolo Atanasiano o Quicumque: Habla Judas Tomás dirigiéndose a Dios. Y después de recordar que el Hijo se revistió de cuerpo, añade: "Existís con varios nombres: Padre, Hijo y Espíritu para gobierno de tus criaturas, para alimento de todas las naturalezas. Sois uno en gloria, poder y voluntad. Sois tres, pero separados; sois uno, aunque divididos" (HchTom 70).

Los Hechos Apócrifos testifican con sencillez y espontaneidad lo que también recomendaba la Didaché XIV 1, la reunión de los fieles en el día del Señor (kyriakè kyríou). En ese día se celebraba la eucaristía o fracción del pan y se escuchaba la palabra de Dios. Era de todos modos un día importante para la piedad cristiana. Ya los HchAnd cuentan que en el día del Señor estaban reunidos los hermanos en la residencia del procónsul y escuchaban la palabra de Andrés (HchAnd 13, 1). Lo mismo refieren los HchPe: Prima sabbatorum se reunía la multitud para ver a Pedro y escuchar su palabra (7, 1; 30, 1). Los HchTom recuerdan que en el día del Señor se suspendía el ayuno y se celebraba la “oración y el oficio divino” (29, 1-2). En ese día procedía evitar de manera especial ciertas conductas pecaminosas (31, 3).

El nacimiento de la jerarquía es un tema poco claro en el cristianismo primitivo. El Nuevo Testamento prefiere la denominación de “presbítero” para designar a los representantes de la autoridad en la iglesia. Un concepto derivado de los “ancianos” en la cultura hebrea. En el NT aparecen los presbíteros citados frecuentemente al lado de los apóstoles, con quienes comparten una autoridad paralela. A veces los textos parecen no distinguir las categorías de “obispo” y “presbítero”, como sucede, por ejemplo, en la carta a Tito 1, 3 y 5. En uno de los viajes de Pablo a Jerusalén, mandó llamar desde Mileto a los “presbíteros de la iglesia” (Hch 20, 17). En la exhortación que les dirige, les recuerda que el Espíritu Santo los “ha constituido obispos para que apacienten a la iglesia de Dios” (Hch 20, 29).

En lógica consecuencia, parece que los presbíteros deben cumplir en la Iglesia la función de obispos o inspectores. Además, los presbíteros son objeto de una designación mediante la imposición de manos o kheirotonía (Hch 14, 23). Pablo recomienda a su discípulo Tito que nombre por las ciudades presbíteros que sean irreprochables, porque –dice– “es preciso que el obispo sea irreprensible” (Tit 1, 3 y 5). Por lo que a los diáconos se refiere, conocemos la historia de su creación por la necesidad de aliviar el ministerio de los Apóstoles (Hch 6, 1-6). Los diáconos son citados con los obispos entre los destinatarios de los saludos de Pablo en su carta a los filipenses (Flp 1, 1). Pero la terminología de los HchTom parece estar más acorde con las preferencias del NT.

En los HchTom encontramos un incipiente germen de jerarquía. Desde luego, él es el enviado por Cristo para llevar al mundo la palabra del Evangelio. Pero se sirve de diáconos para el desarrollo de su misión. Después del bautismo de la mujer en la que habitaba el demonio, ordenó s su diácono preparar la mesa para la celebración de la eucaristía (49, 2). Aparece también un personaje, epónimo de una comunidad llamada “rebaño de Jenofonte”. Éste es el diácono “a quien Tomás encarga que congregue a los fieles en un determinado lugar” (65, 2). Más todavía, es el diácono a quien Tomás deja en su lugar para que, cuando él falte, prosiga su tarea evangelizadora.

Una vez muerto Tomás, se aparece a Migdonia, mujer del confidente del rey, y a Tercia, le reina. Les exhorta a perseverar en sus enseñanzas. Y les recomienda que en su nombre y en su recuerdo se reúnan en asamblea. Pues él, antes de morir, "cuando era conducido al lugar del suplicio, nombró presbítero al general Sifor y diácono a Vazán", el hijo del rey. Ellos serán ahora los maestros y guías de la comunidad de los fieles. Tomás había desaparecido, pero dejaba sucesores que continuarían su obra. “Dios, en efecto, hacía crecer la fe por su medio” (169, 2).

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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