El lenguaje arrebatado de Juan y Jesús

Hoy escribe Fernando Bermejo

Que Juan el Bautista y Jesús de Nazaret hayan actuado como maestros y sido considerados como tales, que estuvieran dotados de carisma y que hayan sido vistos como profetas refleja el fuerte impacto que debieron de causar en ciertos grupos. Ese impacto tiene que ver seguramente no sólo con lo que estos predicadores dijeron, sino también con el modo específico en que lo dijeron. Las profundas e intensas convicciones religiosas de estos dos hombres parecen haber ido a la par con la recia expresión que utilizaron. En efecto, aunque es difícil estar seguro de las palabras exactas procedentes de Juan y de Jesús (arameohablantes sobre los que se conservan básicamente fuentes en griego), del material verosímilmente auténtico se deduce que ambos emplearon un lenguaje directo, enfático, hiperbólico y pregnante.

Tenemos pocas palabras susceptibles de ser adscritas con seguridad a Juan, pero éstas dejan traslucir la vehemencia y la fuerza de su tono. Por ejemplo, según Mt 3, 10 y Lc 3, 9, el Bautista utilizó la potente imagen del hacha puesta en la raíz del árbol, que describe el gesto del leñador que, justo antes de talar el árbol, pone su hacha en la base para disponerse a asestar su primer golpe; hubiera sido difícil expresar mejor la inminencia del juicio y la brevedad del intervalo que resta para el arrepentimiento que el Bautista exigía. Hemos visto también cómo Juan relativizó toda certeza petulante de sus correligionarios relativa a la propia salvación empleando la sencilla idea de que Dios podría convertir las piedras en hijos de Abrahán. No es extraño que, según Flavio Josefo, las palabras de Juan enardecieran a las multitudes que le escuchaban, y cabe presumir que la fuerza de su lenguaje fue también uno de los rasgos que sedujeron a Jesús.

De hecho, este aspecto de la personalidad del Bautista es perceptible también en Jesús, e incluso con mayor razón, ya que en este caso el material textual a nuestra disposición es mucho más amplio. Numerosos dichos verosímilmente procedentes de Jesús poseen una fuerza característica: los hay muy duros, y los hay dulces y compasivos, pero lo que a menudo tienen en común es la frescura y la espontaneidad de un sujeto que creyó sinceramente cuanto decía, y al que no podría acusarse en modo alguno de tibieza o de cinismo. En lo que respecta a las parábolas, éstas fueron una forma expositiva muy frecuente en el judaísmo de la época (también del judaísmo rabínico), pero debe reconocerse que, dentro de esta tradición, las parábolas de Jesús poseen un gran valor literario; mediante estas sencillas y agudas comparaciones, el mundo sensible se convertía en un fácil y persuasivo acceso al mundo espiritual para el pueblo que le escuchaba. Este rasgo de la personalidad del galileo ha sido reconocido por la práctica totalidad de estudiosos, incluyendo a los autores independientes (como Loisy o Guignebert) y judíos (como Klausner –que afirmó que “Jesús era un poeta y un dotado contador de historias”– o Vermes).

La pregnancia de la expresión y aun el talento lingüístico y literario de estos personajes nace del ardor y el entusiasmo de sus respectivas experiencias religiosas. La historia de las religiones conoce no pocos casos en los que la intensidad de la experiencia se traduce en la especial fuerza del lenguaje empleado (piénsese, por ejemplo, en el gnóstico Valentín, en el persa Mani o en Mahoma). Es sin duda la transmisión de la intensidad de las convicciones de Juan y Jesús lo que causó en sus oyentes una fuerte impresión de autoridad (mucho mayor que la que producían los escribas) y lo que llevó a creer a muchos que era el Espíritu de Dios lo que hablaba por la boca de estos predicadores palestinos.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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