Ideas básicas de la gnosis (I)


Continuamos con nuestra obligada pausa en el marco gnóstico de El Evangelio de Judas para luego poder entenderlo con mayor facilidad. Vamos a ver en este post –que hay que leerlo tomándose un respiro a la mitad- cuáles son las ideas básicas de la gnosis mediterránea que desembocará en los sistemas gnósti­cos cristianos de los siglos II y III. Desde comienzos del siglo I de nuestra era y hasta el momento de composición de El Evangelio de Judas la gnosis se centra en unas cuantas ideas fundamentales, algunas elementales, otras menos.

Dios existe

La existencia de la divinidad se da por supuesta: en el principio y en el origen del Todo los gnósticos postulan, sin necesidad de prueba alguna, la figura de Dios. Pero Éste es tan alejado y trascendente que es imposible conocer su esencia. Propiamente Dios es indefinible. Es un Ser perfecto, supra­existente, único, que vive en sí mismo –en alturas invisibles e innominables— infinitos siglos de magna paz y soledad. Cualquier imagen que los mundanos, de acá abajo, se formen de Dios, será falsa. Sólo podemos “caracte­rizarlo” más bien por sus rasgos negativos: no necesita de nadie; es algo más que vida; es ilimitado; inconmensurable, más infinito que la perfección; se halla por encima de lo que llamamos divinidad; está más allá del ser e incluso de la misma unidad.

Pero la grandiosa tranquilidad y quietud de este Dios supremo no es incompatible con que esté, de algún modo, acompañado de un ser que es como la otra cara de sí mismo. A esta otra cara puede denominarse su “cónyuge”: es su Conciencia, su Pensamiento, su Paz, su Silencio.

Esto significa que entre los gnósticos aparece también de algún modo en este primer principio la figura de la deidad femenina. En unos sistemas se denomina Silencio a la compa­ñera del Uno; en otros, se muestra como Espíritu, que según la mentalidad de los judíos es una entidad femenina. De este modo se dibuja en los sistemas gnósticos como una especie de divinidad compuesto de Padre y Madre (más tarde se verá como se genera, o emana, el Hijo).

Así pues, la divinidad no es simple, sino compleja, pero el gnóstico puede llegar a conocerla por revelación y por una suerte de deducción de lo que pasa en este mundo. El gnóstico tiene una mentalidad platónica: se halla convencido de que todas las realidades del mundo presente, cuando se interpretan bien, son un reflejo o sombra de otras entidades superiores, no materiales, que están arriba, en el “cielo”; y a la inversa: las realidades superiores, divinas, tienen su contrapartida en las de “aquí abajo”, que son sus reflejos.

Como se ve fácilmente, este supuesto es similar a la teoría de las ideas de Platón, según la cual toda entidad del mundo aquí abajo no es más que el reflejo de una idea realmente existente en el mundo de allá arriba. Resultado: si interpreto bien lo que hay aquí abajo, sabré lo que hay en el mundo divino, de arriba.

El Pleroma o plenitud divina

En un momento dado, el Ser Supratranscendente decide manifestarse y proyectarse hacia el exterior. No se sabe por qué lo hace, o al menos el hombre no lo sabe. Dios se “desdobla” y hace que de Él emane un ámbito divino más amplio con el que puede comunicarse.

Normalmente, en los sistemas gnósticos, esta proyección o comunicación se produce “emi­tiendo”, “ema­nan­do” o “generando” algo. La Divinidad suprema “emite” o “emana” una serie de entidades divinas, que son como la faz inteligible o perceptible, hacia fuera, de esa divinidad,. Pero ésta permanece a pesar de todo siendo Uno o Única.

Esas “emanaciones”, o “genera­ciones” en el interior de Dios constituyen lo que se llama técnicamente el Pleroma, o Plenitud de la divinidad. Expresado gráfica e ingenuamente, el Pleroma podría compararse a un rey magnífico rodeado de una corte de dignatarios que son sus hijos y parientes, casi iguales en dignidad a ese monarca supremo pero distintos a Él y, a la vez, separados nítidamente por su excelsitud del resto de lo existente.

Hay algunos gnósticos para los que en un primer momento hay ya como una fusión tal del Dios Trascendente con su Espíritu que a este Dios se le puede denominar también “Espíritu” simplemente, o “Gran Espíritu”.

No existe unanimidad entre los gnósticos a la hora de expresar cómo se constituye este Pleroma o plenitud de la divinidad. Los gnósticos cristianos del siglo II se dividen grosso modo en ese momento en dos grandes ramas o escuelas según el modo como entienden este “desarrollo” de la divinidad: las escuelas valentiniana y la barbelognóstica. Dentro de este último conjunto el grupo más importante es el setiano.

La escuela de Valentín fue la que se impuso sobre todo en Roma y en parte del Mediterráneo oriental, y es la que presenta el esquema de ideas básicas de la gnosis más claro. Por ello muchas veces se utiliza su sistema para explicar qué es la gnosis.

La otra rama es la barbelognóstica, es decir aquellos que creen en Barbeló como el segundo estrato o grado de la divinidad. Desde el punto de vista soteriológico, de la salvación, la rama más importante de este segundo grupo es la setiana, ya que sus miembros afirman que es Set, el hijo de Adán, el que de algún modo les ha transmitido la revelación sobre Dios y sobre el destino del hombre. Set se ha ido encarnando en diversos seres humanos a lo largo de los tiempos, por ejemplo en Moisés, en algunos profetas, y finalmente en Jesús. Éste transmitió las verdades de la gnosis a algunos de sus discípulos, por ejemplo a Caín y, en nuestro caso, a Judas. Este discípulo la transmite a su vez a unos pocos escogidos.

Los primeros principios según los gnósticos setianos

Para los gnósticos setianos, cuando Dios, el Gran Espíritu Invisible, desea manifestarse hacia fuera no lo hace por “generación” (así los valentinianos), sino por “emanación”. La “generación” podía parecer demasiado material o tangible y hacer suponer a los adeptos setianos que peligraba la unicidad del Dios trascendente. La “emanación”, por el contrario, se concebía como un fluido, y todo lo que “salía o procedía” de la divinidad no eran más que modos o proyecciones de ella hacia el exterior, de manera que la unidad del Dios trascendente no peligraba.

Segundo estrato de la divinidad: Barbeló

Entre los gnósticos setianos, en ese primer momento de comunicación la Divinidad hace emanar de sí tres eones, o entidades divinas, femeninas. Estas tres entidades son Existencia, Beatitud y Vida y reciben un nombre único: Barbeló.

Este vocablo es una helenización del término compuesto hebreo Bearbajel, que significa “Dios en cuatro”: la divinidad trascendente, el Uno, más sus tres primeras emanaciones femeninas son cuatro: en total una tétrada, “Dios en cuatro”.

El personaje femenino que representa este estrato, Barbeló, recibe de la divinidad suprema los “poderes” necesarios para que a su vez puedan emanar de ella otros estratos o modos. Naturalmente estas nuevas emanaciones son cada vez inferiores a las anteriores porque van surgiendo de las emanaciones previas, y no ya del Dios trascendente de modo directo.

Vendrá un momento en que se llegará a un estrato divino lo suficientemente ‘inferior’ como para que a partir de él se pueda crear el universo, que es material. En el fondo esto es lo que andan buscando las lucubraciones gnósticas sobre los primeros principios: cómo puede imaginarse que lo material, el universo y la parte corpórea del mundo, pueden proceder del Trascendente sin que Éste quede de algún modo “manchado”. Luego veremos cómo, para lograr este propósito, la divinidad tendrá que “degradarse” de algún modo cometiendo cierta “falta”. Esta falta/lapso, al ser divina dará origen a la materia.

Barbeló es llamada a veces en textos gnósticos setianos con otros nombres como “Pensamiento del Padre”, “Virgen masculina”, “Primer eón”, etc.. Este eón triple, conjuntado con los del estrato siguiente (los eones masculinos, generados por ella), constituirán el denominado Pleroma superior. Y como de Barbeló emanan otros estratos, los textos setianos designan a veces a Barbeló como “madre” y hablan de la “matriz” de Barbeló como fecundada por la luz del Gran Espíritu.

Tercer estrato de la divinidad: eones superiores masculinos

El tercer estrato es el de los eones superiores masculinos. A estas entidades “nacidas” de Barbeló se le llaman “Unigénito”, “Hijo” o “Logos”. En otros tratados se llaman Oculto (griego Kalyptós), Primer Manifestado (griego Protophanés) y Autoengendrado (griego Autogenés). Es importante caer también en la cuenta de que estos tres eones del tercer estrato se corresponden exactamente con los tres eones femeninos del estrato anterior, de suerte que -sin cometer incesto— se hacen “parejas” entre ellos.

A su vez este tercer estrato dará origen a otras entidades divinas. Los textos setianos asignan al eón “Autoengendrado” la “paternidad” de las entidades divinas inferiores. El Autoengendrado ejerce esta función por medio de cuatro eones denominados “los cuatro luminares o luminarias”, que constituyen un cuarto estrato de la Plenitud o Pleroma de la divinidad.

Cuarto estrato: eones masculinos inferiores

El cuarto estrato son, pues, estas luminarias. Sus nombres son conocidos por todos los setianos: se trata de las entidades o eones llamados Armozel, Oriel, Daveitai y Elelet.
Estas entidades, con otros eones que emanan de ellos, constituyen la parte de la Plenitud o Pleroma divino que se llama “Inferior”.

En este cuarto estrato, y sin que sepamos explicarlo bien aparece un eón muy importante: Adamás. Se trata de la “idea” (platónica en el fondo) de ser humano perfecto. Adamás será como el arquetipo ideal en el que se fijará el Creador/Demiurgo (véase más abajo) para formar el hombre. Algunos gnósticos confunden o mezclan a Elelet con Adamás.

Quinto estrato

El quinto estrato está formado por el eón “Sabiduría”, a veces Pistis Sofía (= Fe-Sabiduría). Desgraciadamente, porque complica las cosas, en alguna que otra ocasión se le confunde también con Elelet. En la mayoría de los casos aparece relacionada con el Hijo/Logos, ya como su “pareja”, ya como receptora de su salvación tras su caída.

Unas aclaraciones antes de seguir: el número de “eones” de la divinidad varía de sistema a sistema. En el valentinismo son treinta, y aparecen por parejas, que, a su vez, engendran a otros, formando la Tétrada, la Ogdóada o la Dodécada primordiales. Es importante señalar que en el sistema valentiniano es abundante el uso de metáforas sexuales para expresar la emanación o generación intradivina de eones.

En otros grupos gnósticos los eones divinos son prácticamente infinitos, constituyendo múltiples jerarquías en el ámbito de lo celeste. Y esto no carece de lógica: siendo el Trascendente tan infinito, sus proyec­ciones hacia el exterior pueden ser también una sucesión infinita de infini­tos cuyas imágenes se multiplican como reflejos repetidos en una sucesión de espe­jos.

En general, para el gnóstico, sólo la pareja, o lo andrógino, es lo perfecto. Probablemente lo deducen, según el principio arriba expuesto de que “lo de abajo es reflejo de lo de arriba”, por una observación de lo que ocurre en el mundo, y en especial de la generación corpórea, reflejo de la celeste, llega el gnóstico al convencimiento de que la individualidad no es lo perfecto. De hecho, el mismo Trascendente tiene su “pareja”, Pensamiento, Voz o Silencio, etc. En el gnosticismo esta concepción dualista se denomina “ley de los conyugios”, de las parejas o “sicigías”, a la que repetidamente aludiremos.

Es importante saber también que en todo este proceso de “emanación” que da como resultado el que la Divinidad se haga más plena, los eones se van formando en dos tiempos, por así decirlo. En un primer momento o estadio el Pleroma de los eones es formado en cuanto a su sustancia o ser. En un segundo momento es formado en cuanto a la gnosis o conocimiento. Es decir, el Dios Trascendente comunica a esos eones, ya formados sustancialmente, el pleno conocimiento de sí mismo sólo en un momento posterior, gracias a lo cual comienzan a ser plenamente “divinos”.

Esta duplicidad de momentos puede resultar extraña, pero tiene un fundamento: de este modo el Dios Trascendente indica que la gnosis es pura gracia, y que sólo ella, es decir el conocimiento del Uno, otorga a un ser, por muy divino que sea, su plenitud sustancial.

Ya tenemos, pues, a la divinidad desarrollada o plena. Pero en ella no todo es paz. Se podría suponer que así, en su plenitud, la divinidad pudo estar siempre. Pero, inexplicablemente no es así, sino que dentro de ella se produce una especie de “pecado”, caída o “falta”.

El post de hoy es técnico y quizá difícil. Pero sin estas ideas –créanme- no se puede entender el Evangelio de Judas. Ya empezamos a vislumbrar cuán distinto es este mundo especulativo del cristiano normal, y comenzamos a asombrarnos de cómo algunos periodistas pudieron decir que el Evangelio de Judas iba a cambiar la historia, los hechos, del cristianismo primitivo. Los pretendidos hechos nuevos, revelados por el Evangelio de Judas, dependen en absoluto de este mundo ideológico y son una plasmación de estas concepciones. Lo veremos, si tenemos paciencia.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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