Teshuvá: Juan, Jesús y el arrepentimiento

Hoy escribe Fernando Bermejo

Es esperable, a priori, que dos predicadores escatológicos judíos hayan llamado a sus oyentes a arrepentirse de sus faltas y a experimentar un cambio radical (teshuvá, metanoia) ante la inminente manifestación del poder de Dios y el juicio que entraña. El llamamiento a “volver al Señor”, con el tono de pesar por lo previamente hecho que comporta, es una noción que aparece con frecuencia en las Escrituras judías (v. gr. Deuteronomio y Salmos), y especialmente en los profetas (la noción se halla al menos en Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós, Zacarías, y Malaquías). Los esenios se concebían a sí mismos como personas que habían ingresado en “la alianza de la conversión” (berit teshuvá: CD 19, 16).

En el caso del Bautista, la expectativa del juicio está encaminada al arrepentimiento y a producir buen fruto. El bautismo que Juan proclama es un “bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados”, que presupone ya haberse orientado a la justicia y por tanto que el individuo ha alterado radicalmente el modo y la dirección de su vida, en sus motivaciones, actitudes y objetivos básicos.

En lo que respecta a Jesús, conviene de entrada volver a recordar que se sometió al bautismo de Juan; y que, como ya argumentó David Friedrich Strauss en 1835, esto implica que el propio Jesús experimentó la necesidad de purificación y de un cambio vital. Es de esperar, pues, que estos elementos hayan formado parte de su mensaje.

En efecto, la predicación del arrepentimiento es considerada el núcleo del mensaje de Jesús y sus discípulos en Mc 1, 15 y Mc 6, 12, textos que expresan la identidad de objetivos entre el Bautista y Jesús. Ahora bien, podría objetarse que estos pasajes constituyen resúmenes del evangelista, que no transmiten palabras reales del propio Jesús sobre el tema. No obstante, Q registra dos dichos de Jesús que contienen una llamada al arrepentimiento: los ayes contra las poblaciones galileas que no se arrepintieron (Mt 11, 21: un texto verosímilmente jesuánico) y el elogio de los ninivitas que se arrepintieron ante la predicación de Jonás (Mt 12, 41). En Lucas se hallan ulteriores ocasiones en que Jesús se refiere al arrepentimiento (v. gr. Lc 13, 3.5; 15, 7.10; 16, 30; 17, 3-4).
A los textos mencionados cabe añadir la existencia de parábolas y anécdotas en las que el valor del arrepentimiento es central, en particular las parábolas del hijo pródigo (Lc 15, 17) y el publicano (Lc 18, 13) así como una parábola en Q (Mt 12, 43-45). En lo relativo a incidentes en la vida de Jesús, recuérdese el del joven rico (Mc 10, 17-31 y par.) y el de Zaqueo (Lc 19, 8). Una vez considerados todos estos textos, cabe concluir que la imagen de un Jesús que llamaba al arrepentimiento está firmemente enraizada en la tradición. En este caso, no parece haber razones para dudar de la fiabilidad histórica de esta presentación. (La conclusión se vería todavía reforzada si el propio Jesús bautizó, como el Cuarto Evangelio apunta equívocamente; por desgracia, ésta es una cuestión objeto de debate).

E. P. Sanders, un autor generalmente perspicaz, arguyó que Jesús no insistió en la necesidad del arrepentimiento al llamar a los pecadores. No puedo entrar aquí en un análisis detenido de lo que a mi modo de ver son las limitaciones de Sanders en este punto. Sin embargo, merece señalarse que el propio Sanders reconoció que “seguramente, Jesús deseó la conversión de los pecadores”. Por otra parte, la idea de la conversión parece estar ya contenida en la necesidad de aceptar el mensaje de Jesús: ante la urgencia escatológica, el galileo puede haber reformulado el arrepentimiento en los términos de seguimiento a él (como heraldo divino) y a su enseñanza. Es obvio que la implicación de la predicación de Jesús es que ante lo que (creía) se avecinaba, la gente no podía seguir viviendo como hasta el momento, y eso implicaba la necesidad de una profunda conversión.

Es posible que alguien quiera observar que este paralelismo entre Juan y Jesús es una coincidencia demasiado elemental como para ser digna de reseña. Sin embargo, no es superfluo señalarlo, dado que no pocos exegetas pretenden oponer a Juan y a Jesús hablando del primero como de un predicador de la penitencia y del segundo como de un anunciador de la gracia. Aun reconociendo la idiosincrasia respectiva de ambos, ha de reconocerse que este tipo de dicotomías –típicas de la obsesión teológica por enaltecer a toda costa a Jesús en detrimento de Juan– carece de verosimilitud histórica y de suficiente fundamento textual. Tanto el Bautista como el predicador galileo parecen haber proclamado la necesidad de la teshuvá.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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