Críticos y antagonistas de Herodes Antipas: Juan Bautista y Jesús

Hoy escribe Fernando Bermejo

La coincidencia en múltiples aspectos de las actitudes y el mensaje de Juan Bautista y Jesús se pone de relieve también en la parecida relación que mantuvieron con el tetrarca de Galilea y Perea, Herodes Antipas. Aun teniendo en cuenta lo exiguo de las fuentes disponibles, surge aquí –una vez más– un elocuente paralelismo. Ni Juan ni Jesús mantuvieron buenas relaciones con el hijo de Herodes el Grande, y la seria antipatía parece haber sido recíproca.

Que Juan se mostró muy crítico con Antipas se sigue de Mc 6, 17s, que refleja verosímilmente un hecho histórico: el Bautista parece haber reprobado el divorcio de Antipas con respecto a su primera mujer, hija del rey nabateo Aretas –un divorcio que serviría más tarde a éste como pretexto para el desencadenamiento de hostilidades contra Antipas, al que infligiría una severa derrota el año 36–. Antipas, que repudió a la hija de Aretas para casarse con Herodías, parece haberse convertido en el blanco de los ataques de Juan, pues su nuevo matrimonio atentaba contra la ley judía (cf. Lev 18, 16; 20, 21).

Por lo que respecta a Jesús, que llevó a cabo su predicación en tierras bajo dominio de Antipas, también debió de referirse a éste críticamente en no pocas ocasiones. Aunque lamentablemente no tenemos mucho material al respecto, la tradición conserva indirectamente indicios de críticas de Jesús a Antipas. Lc 13, 31-33 conserva la noticia de que Jesús es advertido de que Antipas le quiere matar, a lo que Jesús reacciona calificando a éste de “zorro”; el uso de este término puede recoger una alusión a la astucia del tetrarca (que no en vano, buen animal político, se mantuvo en el poder durante varias décadas), pero es claramente despreciativa y peyorativa.

Otra posible alusión (nada halagüeña) a Antipas se halla en Mt 11, 7-8 (Lc 7, 24-25), donde Jesús habla acerca del Bautista: “Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña cimbreada por el viento? Pues ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido de ropas muelles? Mirad que los que llevan las ropas muelles, en los regios palacios están”. Se ha hipotetizado (Gerd Theissen) que “la caña cimbreada por el viento” puede aludir a la figura de Antipas –la caña aparece en las primeras monedas que Antipas hizo acuñar con motivo de la fundación de su capital, Tiberíades (ca. 19 de la era común)–, que sería contrapuesto a su antagonista Juan: el oportunista –y por ello oscilante– Herodes frente a un inflexiblemente íntegro.

Piénsese lo que se quiera de Mt 11, 7-8, el pasaje de Lc 13, 31-33 es suficientemente elocuente. Y es claro que a ciertos gobernantes las críticas no les acaban de gustar, en especial cuando pueden mover a alguien a actuar contra ellos. Aunque las noticias sobre la muerte del Bautista que se encuentran en los evangelios y en Josefo difieren considerablemente, tienen un punto esencial en común: atribuir directamente a Herodes Antipas la ejecución de Juan. Según Josefo, Antipas encarceló y ejecutó a Juan, debido a la sospecha de que pudiera convertirse en el foco de alguna futura rebelión. No hay razones para dudar de la fiabilidad de esta noticia.

Por lo que respecta a Jesús, aunque sabemos que no fue Antipas quien le eliminó, su destino tiene más que ver con el tetrarca de lo que se suele admitir. Como ya hemos indicado de paso –y dejando aparte Lc 23, 7-12 (donde aparece Antipas burlándose de Jesús y reenviándolo a Pilatos)– hay reveladores rastros en la tradición sinóptica que apuntan a que Herodes Antipas buscó la muerte de Jesús (Lc 13, 31-33; cf. Mc 3, 6). Pues bien, cabe la posibilidad –así lo reconocen exegetas como F. Bovon– de que Lucas transmita en nuestro pasaje una tradición histórica sólida, según la cual Herodes Antipas, durante el período galileo del ministerio de Jesús, quiso ahogar en sus comienzos el movimiento carismático del nazareno.

Estas indicaciones no se limitan al evangelio de Lucas. El de Mateo registra que Antipas oyó hablar de Jesús (14, 1-2), aunque no dice explícitamente que el tetrarca quisiera matarle. Sin embargo, es elocuente que en Mt 4, 12 y 14, 13 el evangelista señale que, tras conocer el arresto y muerte de Juan, Jesús se aleje de los lugares que por entonces frecuentaba; esto parece significar que lo ocurrido al Bautista representaba algo ominoso para Jesús, quien tenía razones para temer igualmente a Antipas. Si éste había eliminado a Juan en previsión de posibles disturbios, no tendría nada de extraño que anduviese al acecho de otros profetas que pudieran constituir un peligro potencial por su capacidad de atraer grupos enfervorizados. Jesús era un discípulo de Juan, que predicaba la venida de un inminente Reino de Dios, y podría resultar todavía más preocupante que éste, pues, en lugar de restringir sus movimientos a las proximidades del Jordán, se movía, itinerante, por los pueblos y aldeas de Galilea. Al igual que en el caso del Bautista, las razones de Antipas para querer eliminar a Jesús no habrían sido en absoluto de orden religioso o moral (ámbito que al tetrarca le importaba bien poco), sino del mismo tipo que las que le llevaron a ejecutar al Bautista, es decir, sociopolíticas.

Jesús era lo bastante astuto –y tenía el precedente de la ejecución de su mentor– como para saber cómo se las gastaba Antipas, y parece haberle rehuído siempre. No sólo no consta en parte alguna que el galileo (el presunto anunciador de la gracia a todos los hombres) se haya presentado en la corte de Antipas para anunciarle la gracia de Dios, sino que –al menos durante su ministerio público– parece haber evitado todas las posibilidades de entrar en contacto directo con Antipas o con sus tropas. ¿Podría contribuir este (fundado) temor de Jesús a explicar la sistemática evitación de Jesús de las ciudades de Galilea, como Séforis o Tiberíades (evitación por la que los exegetas neotestamentarios y teólogos pasan siempre de puntillas, y con la que no parecen saber nunca muy bien qué hacer)?

En cualquier caso, lo que resulta claro es que el mantenimiento de relaciones muy tensas con Herodes Antipas y la enemistad de éste hacia Juan y Jesús es otro rasgo que mancomuna a los dos predicadores palestinos, y que constituye otra prueba del íntimo parentesco espiritual de éstos.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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