“El Secreto Escondido. La distorsión de la figura histórica de Jesús en la novelística comercial actual. Estudio de dos casos: El Caballo de Troya y El Código Da Vinci" (I)

Ponente: Fray Víctor Mora Mesén, OFM Conventual

Acabada la segunda parte del Curso, con la afirmación de la existencia histórica de Jesús de Nazaret y con el establecimiento de criterios filológicos para recobrar su figura histórica, se dedicaron las dos últimas ponencias a la deformación moderna de la persona de Jesús en los “modernos apócrifos”. Son éstos las novelas más o menos serias que ofrecen una visión variopinta y bastante distinta a la de los Evangelios del personaje Jesús. Algunas de estas novelas se presentan –dentro de la ficción, naturalmente- como una contrapartida seria y una competencia verdadera, con pretensiones de veracidad, a la imagen de Jesús ofrecida por la ciencia histórica o por las iglesias cristianas.

Divido el resumen de la primera de estas ponencia, en dos partes porque la sesión resultó muy larga, y porque me parece que el resumen debe se amplio. El ponente trató de dos novelas: El Código da Vinci de Dan Brown, y El Caballo de Troya I, de J.J. Benítez.

Argumentó el ponente que los hechos históricos no son meros sucesos, sino que se convierten por medio de la trama que ellos constituyen en referentes de un significado dado a priori por el investigador. Lo acontecido no obedece necesariamente a un significado, sino que éste es impuesto a posteriori por el historiador que intenta darle consistencia narrativa a una secuencia de sucesos.

Esto vale para aclarar lo sucedido con las narraciones de Dan Brown y J.J. Benítez. Mora intenta en primera instancia analizar la manera en que los autores deforman una reconstrucción histórica de Jesús, luego se pregunta acerca de una posible relación entre estas obras y la tendencia de pensamiento mayoritario de la sociedad occidental.

I La relativización de las fuentes del Nuevo Testamento para el conocimiento de Jesús

1.1 El código que desdice la historia

El Código Da Vinci relativiza las fuentes neotestamentarias para el conocimiento histórico de Jesús desde una serie de premisas interpretativas.

La primera mantiene que toda religión, sobre todo las más antiguas, divide al mundo en una mitad masculina y otra femenina. Esta división de las cosas está determinada por el orden natural. La mitad femenina siempre se representaba en su relación con la naturaleza y la Madre Tierra, asumiendo diversos nombres dependiendo de las culturas.

Esta característica de las religiones antiguas fue alterada por la Iglesia Católica, a fin de erradicar las religiones paganas, basadas en esa división de sexos, que competían con ella. Así, el cristianismo se fundamenta en una mentira básica, pues niega la realidad. El intento, básicamente, es eliminar el elemento femenino por diversos intereses.

Una de las estrategias principales para lograr este propósito fue –según Dan Brown- la reescritura de los Evangelios, que fue supervisada por el emperador Constantino el Grande, quien era pagano y solo bautizado cuando en su lecho de muerte no se podía oponer. Esta reescritura se realizó a partir de la religión que profesaba el emperador, el culto al Sol Invictus, del cual era el Sumo Sacerdote.

La estrategia de Constantino se vio motivada por el gran aumento de los cristianos, que comenzaron a tener conflictos serios con los paganos, lo que amenazaba con dividir el Imperio en una guerra civil. Por ello, decidió unificar el Imperio por medio del cristianismo, ya que era la religión que estaba en expansión. Su táctica fue introducir símbolos, fechas y rituales paganos en el cristianismo. Esto permitió que una religión híbrida fuese aceptada por ambas partes. Así, todos los elementos rituales católicos provienen de los ritos paganos de las religiones de misterios.

De todo ello se sigue que en el cristianismo no hay nada original, porque incluso la fe en la resurrección de Jesús fue tomada del culto precristiano a Mitra (llamado Hijo de Dios y Luz del Mundo en sus propios mitos), quien fue sepultado en un sepulcro de roca y resucitó al tercer día. El día del nacimiento de este dios pagano es el 25 de diciembre, la misma fecha que se celebra el “cumpleaños” de Osiris, Adonis y Dionisio. Los regalos de oro, incienso y mirra se ofrecieron a Krishna; y el domingo era el día de la veneración al sol (los antiguos cristianos celebraban el sábado).

Esta fusión de religiones obligó a Constantino a unificar el cristianismo, por lo que convocó el Concilio de Nicea, en donde se inventaría la divinidad de Jesús (los cristianos antiguos lo consideraban solo un ser mortal). La fe en el “Hijo de Dios” viene de este concilio. Con esto la imagen de Jesús quedó desfigurada en un ser supremo y la Iglesia Católica se constituyó en el único camino posible para alcanzarlo.

La confesión de Jesús como mesías era fundamental para los intereses de la Iglesia y del Imperio, por ello la Iglesia primitiva usurpó a Jesús de sus seguidores, tergiversándolo con la idea que él era Dios. Constantino encargó y financió la redacción de una nueva Biblia, omitiendo los evangelios en los que se hablara de los rasgos humanos de Jesús y exagerando los que se acercaban a la divinidad. Todos los evangelios anteriores fueron prohibidos y quemados, por ser considerados herejes.

El otro principio interpretativo fundamental es considerar que toda religión está basada en invenciones humanas. Sobre este principio no es necesario extenderse.

Así pues, los planteamientos básicos de la novela son filosófico-políticos y no se refieren para nada criterios de evaluación de la información histórica de las fuentes. En otras palabras, cuando un determinado texto antiguo coincide o es funcional a las expectativas del intérprete, entonces su información es histórica. Y al revés, cuando se apartan de esta perspectiva, son falsas de hecho.


De la misma manera, se obvia la intencionalidad de los autores de los textos y las obras, porque esta se interpreta desde los valores ideológicos previamente establecidos. Esto implica que los autores no actuaban con independencia de dichos criterios, sino que intentaban señalar su veracidad en un lenguaje cifrado. Esta es la idea de un código de interpretación, desde el cual es factible “leer” correctamente las fuentes.

Sin embargo, estos criterios interpretativos no son adecuados para acercarse al problema de la religión, tal y como propone Brown.

Este autor propone también que el cristianismo es una copia de otras religiones, afirmando la veracidad de cinco suposiciones básicas:

1) Se pueden encontrar paralelos entre Jesucristo y las deidades paganas en cualquier religión mistérica;
2) La terminología cristiana se ajusta a las religiones paganas;
3) Los paralelos indican una dependencia total del cristianismo respecto a las religiones mistéricas;
4) Las religiones mistéricas se desarrollaron totalmente antes del cristianismo;
5) El propósito y la naturaleza de los eventos clave son los mismos para todas las religiones.

Aceptar estas suposiciones hace caer en varias falacias a la hora de interpretar las fuentes antiguas.

La primera de ellas es de composición, ya que se combinan distintas figuras de varias religiones para ofrecer una imagen unificada que tiene paralelos claros con el cristianismo. Se crea una especie de mosaico, uniendo piezas de los distintos sistemas religiosos, pero en verdad tales piezas se crearon de manera independiente en cada uno de ellos.

La segunda falacia es terminológica. En efecto, se pueden confundir características diversas entre dos religiones cuando se describe a una de ellas usando una terminología propia de la otra. Como, por ejemplo, cuando se habla de la resurrección de entre los muertos de la tradición judeo-cristiana asemejándola a la reencarnación del Budismo, cuando en realidad ambas implican dos concepciones antropológicas e intencionalidades religiosas distintas.

La tercera es la falacia cronológica, cuando no se tienen en cuenta los períodos exactos en los que distintas religiones pudieron tener relación entre sí, o la datación exacta de determinados escritos.

La última falacia es acerca de la intencionalidad del cristianismo y de las religiones mistéricas. Estas últimas están fundadas en una comprensión cíclica de la historia, mientras que el cristianismo ofrece una visión escatológica, que tiende hacia un fin absoluto. Por eso, difieren totalmente en la intencionalidad de la religión: mientras que los misterios proponen entrar en la armonía con el ciclo que gobierna el universo, el cristianismo ofrece una visión ética de la vida como camino de plenificación personal.

1.2 El testigo que desmiente los evangelios

En el Caballo de Troya I también se presentan varios criterios que pretenden estar en la base de la evaluación de las fuentes para el conocimiento de Jesús. Se afirma en primer lugar la distancia respecto a cualquier Iglesia o grupo religioso. La razón fundamental de ello es que las Iglesias han reducido el caudal espiritual de las enseñanzas de Jesús.

Sin duda, la afirmación más contundente en el libro es el descrédito de los Evangelios canónicos por el testimonio de un testigo ocular más fiel a lo ocurrido. Por ello, se pueden corregir incluso las versiones de los Evangelios de episodios particulares.

La inexactitud de las fuentes evangélicas –explica el narrador de la historia- se debe a que ninguno de los seguidores de Jesús tomó notas acerca de sus discursos. Esto hizo que sus palabras llegaran hasta nosotros tergiversadas.

Otro elemento importante es que las fuentes no explican todos los pormenores históricos que determinaron las acciones de personajes concretos, tales como presiones o miedos por autoridades superiores.

De los textos evangélicos solo se pueden rescatar algunas frases o sentencias perdidas, totalmente desvinculadas de su contexto uniforme y perfectamente estructurado. Esto se debe a que los evangelistas escribieron sobre la vida y parlamentos de Jesús tanto tiempo después de ocurridos que sus enseñanzas no son recordadas textualmente. Lo que implica a su vez que ni siquiera transmitieron el sentido correcto de las palabras de Jesús.

Por otro lado, la insuficiencia de las fuentes evangélicas tiene su origen en el hecho de que ni Pedro, ni el resto de los apóstoles entendieron la verdadera misión de Jesús.

Es fácil darse cuenta de que no se pretende un acercamiento histórico a la figura de Jesús, sino pseudoreligioso. La pretendida toma de distancia respecto a las iglesias o grupos cristianos, no implica una neutralidad metodológica, sino que supone una valoración de la “calidad” de la doctrina transmitida por ellos y que no corresponde a la “verdadera misión de Jesús”.

A estas ideas Víctor Mora opuso una visión crítico científica de los orígenes cristianos en especial de los evangelios en la que no es necesario que nos detengamos, pues coincide con el sentir medio de la investigación católica.

II Las nuevas fuentes para acercarse al “Jesús verdadero”

2.1 El descubrimiento de lo ya descubierto

Los principios interpretativos de Dan Brown suponen que antes del Concilio de Nicea ya existían miles de crónicas acerca de Jesús, que lo consideraban un simple mortal. Si bien estos escritos fueron quemados, algunos se salvaron. Se enumeran los siguientes: Los manuscritos del Mar Muerto encontrados en una cueva cerca de Qumrán, y los manuscritos coptos de Nag Hammadi. La característica de estos escritos es que hablan del misterio de Cristo de forma muy humana. Además, el Vaticano intentó por todos los medios evitar su divulgación, ya que así quedaba en evidencia que los escritores de la Biblia moderna habían editado sus textos por motivaciones políticas.

Prueba de lo anterior serían los Evangelios Gnósticos, que se identifican con los manuscritos del Mar Muerto y de Nag Hammadi, y que serían los primeros escritos del cristianismo, cuya información no coincide con la de la Biblia. Uno de estos escritos es citado en el libro, El Evangelio de Felipe, que el texto parece suponer que fue escrito originalmente en arameo, lo que probaría su antigüedad.

También se afirma como esencial para conocer quién fue Jesús, la utilización de la simbología antigua de la deidad masculina y femenina. Así el Santo Grial, símbolo de María Magdalena y de la fertilidad, se usa como una alegoría de la realidad superior: el poder de la mujer y su capacidad para engendrar vida. Se trata de la diosa perdida, que las historias acerca del Santo Grial intentan recuperar, pero bajo un lenguaje cifrado para evitar la persecución de la Iglesia. Por medio de esta diosa se puede llegar a la revelación del gran secreto que el cristianismo oficial ha tratado de ocultar: la descendencia de Jesús.

Otra de las fuentes propuestas es la obra pictórica de Leonardo Da Vinci, que da fe de la veracidad de los textos gnósticos. Según el libro, en la Última Cena aparece la figura de Pedro, agresivo ante la de María Magdalena (la que está al lado izquierdo de la figura de Jesús). Esta, a su vez, es amenazada por una misteriosa mano con una daga. Esto demuestra, según la novela, que María Magdalena representaba para los hombres de la Iglesia un peligro de un potencial enorme, ya que era la prueba física que la proclamada deidad – Jesús – había engendrado un descendiente. Esto parece implicar de manera automática en la obra que Jesús no podía ser Dios. ¿Por qué la divinidad no puede tener relaciones sexuales? ¿No hubiese sido mejor asemejar a Jesús con los antiguos dioses griegos? Es obvio que la posibilidad se desechó para asegurar el dominio político.

Por último, las pruebas más fehacientes son los documentos de Sangreal, que contienen miles de páginas de información. Estos son relatos hechos por testigos de primera mano y son conocidos como “documentos puristas”, porque son anteriores a la época constantiniana y, por tanto, no manipulados. En ellos se atestigua que Jesús era reverenciado como maestro y profeta humano. Se afirma, también, que es posible que en ellos se encuentre el documento Q, que fue escrito por el mismo Jesús y que el Vaticano admite su existencia. Además se encontraría entre ellos el Diario de Magdalena, que habla sobre su relación con Jesús y su estadía en Francia.

Ahora bien todas estas “constataciones” son un disparate desde el punto de vista de la historia de los textos y de los meros hechos.

Víctor Mora contrapone los siguientes argumentos:

Los escritos de Nag Hammadi son, en realidad, los restos de una antigua biblioteca copta encontrada en 1945 en el Alto Egipto. Se hallaron trece códices, provenientes del s. IV d.C., que contenían unos cincuenta títulos distintos de literatura de toda clase: desde fragmentos de la República de Platón, escritos de moral pagana, otras obras paganas y judías y algunos escritos cristianos de influencia gnóstica.

Algunos de estos tratados cristianos contienen paralelos con la tradición sinóptica. Por ejemplo, el Evangelio de Felipe, que es una obra que tiene como finalidad instruir sobre los sacramentos gnóstico-cristianos. En este evangelio se encuentran diseminados algunos dichos y hechos de Jesús, muchos de los cuales están plagados de imaginería inverosímil como la de los evangelios apócrifos de la infancia.

En general, la gran mayoría de los Evangelios apócrifos han sido escritos originalmente después del 150 d.C. Casi todos están influenciados o dependen en alguna medida de los canónicos.

¿Los textos gnósticos nos presentan la imagen de un Jesús más humano? Todo lo contrario, el Jesús gnóstico está por encima de la materia y del cuerpo. Es un revelador espiritual, que muestra el camino para la superación de los condicionamientos materiales, para entrar en la esfera celestial. Los ligámenes corporales, tales como el matrimonio, son mal vistos, por ser una manifestación de los deseos de la carne y la materia. Interpretar estas obras desde otro punto de vista resultaría una manipulación de la intencionalidad de sus autores.

En cuanto a los textos del Mar muerto, son escritos propios de una secta judía esenia, que no contienen referencia ni a Jesús, ni a la Iglesia Primitiva. La razón fundamental de ello es que se compusieron antes de la vida pública de Jesús. Y de ninguna forma quieren presentar de manera cifrada elementos ocultos del Cristianismo.

La llamada fuente Q se describe como un escrito propio de Jesús. Sin embargo, ella no es más que una hipótesis documental, que sirve para explicar las similitudes y diferencias que encontramos en los Evangelios sinópticos. Desde un punto de vista crítico-literario, se ha especulado que detrás de Mt y Lc existió una fuente escrita de donde obtuvieron mucha de la información que utilizaron para la redacción de sus textos, y que no aparece consignada en Mc, del cual ambos dependerían. Si bien esta es una hipótesis ampliamente aceptada, el carácter escrito de Q, así como la cuestión de posibles versiones diversas de la obra, siguen en polémica. De esta fuente no se tienen pruebas manuscritas. Su origen se suele datar entre el 40-50 d.C. y posiblemente es obra de misioneros carismáticos itinerantes de la Palestina, que recogieron varios dichos de Jesús y los editaron en una colección más o menos organizada.

En cuanto a la evidencia pictográfica, hay que decir que La Última Cena de Da Vinci que data cerca del 1497, no tiene una representación de María Magdalena, sino que se trata del “Discípulo Amado”. De hecho Leonardo siguió la tradición de considerar a este discípulo un joven y lo pintó según los patrones estéticos de la época: sin barba y con cabellos largos y rizados. El mismo estilo se puede admirar en otra obra suya que representa al joven Juan el Bautista, pintada entre el 1513-1516. Lo mismo se puede decir de muchos otros autores renacentistas que siguieron la misma norma.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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