Contexto social de las mujeres de los Hechos Apócrifos



Escribe Gonzalo del Cerro

Ch. Seltmann defiende la tesis de que a partir de la actitud de Cristo se fue desarrollando durante el siglo I d. C. una presión social que trataba de igualar la mujer con el varón. Cree que Cristo fue en ese sentido más "feminista" que su entorno y que sus mismos discípulos. E. Schüssler Fiorenza recuerda en su obra sobre la reconstrucción feminista de los orígenes del Cristianismo que la actividad de Jesús representó una cierta inversión en la escala de valores. Su actitud y su doctrina contenían una decidida apuesta por los tradicionales "perdedores sociales". Entre otros, tales como los publicanos y pecadores, se encontraba la mujer. B. Witherington llega en sus conclusiones al convencimiento de que la postura de Jesús con relación a la mujer era claramente avanzada en medio de un mundo fuertemente patriarcal. Y J. Donaldson considera "que la mujer debe su actual alta posición al Cristianismo". Ante tantos testimonios positivos sobre la mujer en el movimiento liderado por Jesús, hemos de reconocer que la historia real de los hechos cristianos cedió ante el empuje de la mentalidad patriarcal del mundo oriental y perdió el frescor natural de sus orígenes.

San Pablo sufrió ya el influjo de los usos y costumbres que veía en Jonia. Sin embargo, su actitud ante la institución matrimonial y su valoración de la misma están fuera de toda duda. Lo proclama con tono de aforismo en 1 Cor 7, 2: "Que cada uno tenga a su propia mujer, y cada una tenga a su propio marido". Recomienda incluso que los casados no se separen; pero en el caso de que se produjera la separación, no ofrecía Pablo más que dos alternativas: o permanecer sin casarse o reconciliarse. En la 1 Tes 4, 3 presenta como "voluntad de Dios el abstenerse de la fornicación (porneia) y que cada uno posea a su cónyuge en santidad y en honor".

Considero, por lo tanto exagerada la opinión que tilda a San Pablo de misógino. Como hijo de su época y del entorno geográfico de su vida, tenía una visión que podríamos calificar de restrictiva sobre la mujer en la sociedad de su tiempo. Y es que Tarso, su ciudad, no solamente se encontraba ubicada en zonas orientales de la cultura griega, sino que había sentido en sus hábitos y costumbres el influjo inevitable de la mentalidad oriental. Dión de Prusa testifica sobre tales costumbres, entre otras, la de que las mujeres vistieran ropas que las cubrían totalmente sin permitir a nadie ver ni siquiera su rostro (Disc. 33).

No pueden, sin embargo, trazarse normas generales, porque los modos y las conductas variaban según los diferentes territorios y las diversas circunstancias de la convivencia social. B. Witherington, poniendo la atención en la diversidad de culturas, advierte que las mujeres griegas gozaban de mayor grado de libertad que las hebreas, pero menor que las macedonias o las de Asia Menor. Por su parte, las romanas estaban condicionadas por la gran diferencia de países del imperio y los distintos aspectos de la vida ciudadana. Lo que no deja de ser un indicio de la minusvaloración social de la mujer en Roma era el sistema empleado para su identificación. Mientras el varón era denominado por el praenomen, el nomen y el cognomen (Marco Tulio Cicerón, Cayo Julio César), la mujer recibía solamente el femenino del gentilicio de su padre (Marcia, Tulia). En otras ocasiones se recurría a distintos sistemas identificativos: Maior, Minor, Minima; Prima, Secunda, Tertia El conjunto de todos estos detalles ofrece apoyo a lo que D. F. Sawyer denomina "jerarquía sexual", una jerarquía que parece refrendar la Ley de Moisés desde el momento mismo del nacimiento. En efecto, según el Levítico, el nacimiento de una niña provoca en la madre una impureza que dura dos veces la del nacimiento de un varón (Lev 12, 1-5). Otro detalle significativo en la mentalidad del Antiguo Testamento es el concepto de adulterio, que era la violación del derecho del marido sobre su mujer. El derecho de la mujer casada no se contemplaba en la Ley. De la simple lectura del Decálogo se colige que el sexto mandamiento lo que prohíbe es cometer adulterio, que sería no un pecado sexual sino contra la justicia o derecho de propiedad del marido.

Susan Ashbrook Harvey en su contribución a la obra de Averil Cameron destaca la sensibilidad del Cristianismo en determinados ambientes hacia los aspectos femeninos. Concretamente, Siria estaba muy avanzada en comparación con los contextos grecolatinos. Piensa Harvey que el dato podía ser consecuencia del lugar destacado que ocupaba la diosa Astarté en la cultura siria. Recuerda también el detalle de que la Oda 19 de Salomón presenta a Dios como ser femenino Dios creó el mundo con sabiduría, hokhmah (femenino tanto en hebreo como en siríaco). Si bien, a partir del siglo V d. C. la mujer había perdido ya mucho de su prestigio social.

La mentalidad pudo cambiar por influjo de la doctrina rabínica y de otros movimientos ascéticos de los primeros siglos cristianos. Filón, notable representante de la ideología judía se expresa en términos bastante negativos sobre la mujer y sus actitudes naturales (Legum alleg. 3, 200). Unos sentimientos paralelos en cierto modo a las apreciaciones realmente misóginas de las Homilías Pseudo-Clementinas, obra surgida en los decenios finales del siglo IV. Y Clemente Alejandrino, muerto en el año 216, tenía incluso la peregrina creencia de que el hijo, mientras permanece informe, es semilla de la mujer. Cuando adquiere aspecto humano se convierte en hijo del varón (Exc. ex Theod., 4, 79).

Un hecho por demás incontestable es la exclusión de las mujeres de los ámbitos y tareas del ministerio. Lo que no era más que un reflejo de la situación social y política de la mujer en los ambientes griegos y romanos. Tertuliano consideraba que el bautismo debía ser administrado por el obispo, los presbíteros, los diáconos o incluso un seglar; pero jamás por una mujer (De bapt., 17). El mismo Pablo recomendaba a las mujeres callar en las asambleas, y les recordaba la obligación de "estar sometidas" que les imponía la Ley de Moisés (1 Cor 14, 34). Las circunstancias sociales de la época justifican o explican esta actitud, lo que no quiere decir que se trate de una institución de origen divino. En el contencioso que mantienen los teólogos sobre la eventualidad de que las mujeres puedan ser ordenadas sacerdotes, es de escaso peso argumental el hecho de que Jesús no eligiera mujeres para el apostolado. La mujer era considerada en Roma como una "menor". En lógica consecuencia no podía actuar como testigo, ni firmar testamentos, ni hacer contratos ni heredar. En este sentido se puede afirmar que las mujeres vivían perpetuamente sometidas y recluidas prácticamente a las labores domésticas. Sin embargo, los hechos fueron imponiéndose poco a poco a normas tan injustas. Cuando en el 195 a. C. se promulgó la ley Oppia que prohibía el uso de adornos caros y vestidos suntuosos, las mujeres organizaron manifestaciones y protestas que sirvieron para ratificar la fuerza de la costumbre y para revocar lo decretado. Pero es un hecho comprobado y comprobable que las mujeres romanas nunca desempeñaron funciones importantes en la vida pública. El caso de la madre de Coriolano es una excepción y ha de entenderse desde otros parámetros.

DONALDSON, J., Woman: Her Position and Influence, p. 148.
GOODWATER, L., Women in Antiquity. An annotated Bibliography, Metuchen, New Jersey, 1975, p. 14.
HARVEY, S. A., "Women in early Syrian Christianity" en Cameron Averil & Amélie Kuhrt, Images of Women in Antiquity, Londres, 1993, pp. 288-298.
SAWYER, DEBORAH F., Women and Religion, p. 149.
SCHÜSSLER FIORENZA, E., En memoria de ella: Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del Cristianismo, Bilbao, 1989, pp. 176s.
SELTMANN, Ch., La femme dans l'antiquité, París, 1956, pp. 203-205.
WITHERINGTON, B. Women and the Genesis of Christianity, pp. 237ss.

Saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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