Los cambios de la religión judía antes del nacimiento del cristianismo


Aunque seguiremos con la explicación del Evangelio de Judas, voy a ir intercalando otros temas, tomados del libro Biblia y Helenismo. Pensamiento griego y formación del cristianismo (El Almendro, Córdoba, 2006), cuya edición está ya agotada o a punto de agotarse. Son temas que quizá sean de interés.

Hoy empezamos con una cuestión básica: ¿ha sufrido la religión madre de la que procede el cristianismo, el judaísmo, en apariencia tan monolítico y consistente durante siglos, transformaciones a lo largo de su historia? Y la respuesta: Parece que antes del nacimiento del cristianismo, su religión madre, la judía sufrió profundos cambios, la mayoría a causa de la popularización de conceptos de la filosofía griega y a la difusión de algunos aspectos de la religiosidad de la religión pagana.

En concreto, son tres las mutaciones que se perciben al leer atentamente los escritos bíblicos a partir del momento en el que el núcleo del Antiguo Testamento, el Pentateuco (la Torá, o la Ley) tuvo su última redacción en torno al s. VI a. C. que se consolida en los siglos posteriores. Los cambios se produjeron precisamente en momentos de posible contacto con la mentalidad religioso-filosófica del helenismo, o al menos justamente cuando esa mentalidad del helenismo se había extendido en el mundo mediterráneo y más allá. Muchos estudiosos de la historia de las religiones han estimado que no es casual esta coincidencia temporal, y que no es absurdo afirmar como posible que la mentalidad y las nociones religiosas del helenismo desempeñaran un papel decisivo y fundamental en la transformación del judaísmo.

La primera de esas mutaciones fue a comienzos del siglo III a.C. En esos momentos la literatura religiosa judía muestra un cambio: comienza a mostrar signos de abrazar una serie de nociones religiosas capitales que antes no tenía. De ser una religión sin conceptos claros sobre la resurrección, el mundo futuro y la retribución divina, el judaísmo pasa a convertirse en una religión en la que la mayoría de sus adeptos (ciertamente con la oposición de algún grupo) tiene ya unas ideas muy distintas en esos campos, es decir, nociones bastantes claras sobre la inmortalidad del alma, la resurrección, el mundo futuro y la justicia divina que retribuye las obras buenas o malas ejecutadas en este mundo. Este nuevo judaísmo será el que genere movimientos nuevos en los que esas nociones son centrales y que se producen históricamente en oposición expresa a la difusión del helenismo en Israel: las corrientes apocalípticas junto con el esenismo (con su derivación en Qumrán/Mar Muerto), y en segundo lugar el fariseísmo.

La segunda gran mutación del judaísmo se produce no en el cuerpo completo de su religión, sino en el de una pequeña rama, o “secta” que brota en su seno en el siglo I de nuestra era. Su resultado es el cristianismo. Sabemos bien que el cristianismo nació como un grupúsculo o “confesión” dentro del judaísmo, como un grupo de piadosos, denominados en seguida los “nazarenos”, que no se diferenciaba fundamentalmente de los demás judíos más que en su confesión de que el mesías había llegado ya, y que era Jesús de Nazaret. Sin embargo, es bien patente cuán distinto se hizo ese grupo en poco tiempo, cómo fue evolucionando hasta un extremo inaceptable para el judaísmo (sobre todo con la pronta deificación de Jesús) y cómo al cabo de unos cien años se había transformado en una religión nueva, con un corpus distinto de escritos sagrados que no tenía la religión madre. En opinión de muchos estudiosos el germen, el impulso y el núcleo de ese profundo cambio en la religión de esa secta judía se debió al contacto con lo mejor de la religiosidad y de la filosofía espiritualista helénica, sobre todo del orfismo, platonismo, cinismo y estoicismo popularizados, de la mentalidad gnóstica incipiente y de los conceptos de las religiones de misterios.

La tercera mutación, que ocurrió también en el siglo I de nuestra era, a finales, es la que da como resultado el judaísmo moderno. El cambio se produjo tras las conmociones generadas por la destrucción de Jerusalén, del Templo y en general la casi aniquilación de la nación judía a causa de las grandes guerras contra Roma (68-70; 132-135 d.C.). Esta transformación, abanderada por el grupo del rabino Yohanán ben Zakkay, consistió fundamentalmente en el afianzamiento de una de las ramas del judaísmo helenístico: el fariseísmo, q intentó y logró conformar la religión judía por nuevos rumbos más intelectuales: el culto en el Templo se sustituye por el estudio de las Escrituras, por la oración y por una piedad interior, de acuerdo totalmente con la evolución experimentada por los adeptos de escuelas filosóficas en el helenismo tardío.

La perspectiva que acabamos de desarrollar, que nos parece simple y razonable no ha sido aceptado universalmente por los estudiosos. A lo largo de la historia de la investigación bíblica de los últimos tres siglos las opiniones sobre el trasfondo a la luz del cual habría que entender el judaísmo, la Biblia y la secta cristiana han ido cambiando en un movimiento pendular.

Se ha pensado unas veces que todo el corpus de escritos sagrados ha de comprenderse como un producto exclusivo del espíritu semítico: la revelación divina contenida en los escritos bíblicos se habría servido exclusivamente del canal del pueblo hebreo, sin que en ese medio apenas hubiesen intervenido otras influencias serias.

En otros momentos los investigadores han sostenido que sobre todo la segunda parte de la Biblia, el Nuevo Testamento, y los últimos estratos del Antiguo -los libros compuestos a finales del s. IV o III, como los libros de Job y el Eclesiastés mismo- deben casi todo su ser teológico peculiar al influjo de la mentalidad griega. Sobre un suelo semítico, sin duda, la influencia moldeante del espíritu helénico habría sido de tal magnitud que si quitáramos esta influencia, lo que de estos libros quedaría sería algo de poco valor en la historia de la religión judía.

A tenor de este movimiento pendular de la investigación, y después de la profunda corriente de reflexión teológica e histórica que han generado los descubrimientos de manuscritos en Qumrán y Nag Hammadi y el mejor conocimiento del helenismo tardío, se puede contemplar la posibilidad de replantear de nuevo la cuestión.

1. ¿Podemos realmente rastrear en el conjunto de la Biblia nociones, conceptos religiosos nuevos que habrían nacido en un suelo en el que Yahvé y su revelación semítica tuvo poco que decir en apariencia?

2. ¿En qué grado la aparición de novedosas concepciones religiosas en el seno del judaísmo se debe al influjo del helenismo, o hasta qué punto fue éste determinante en el cambio del mensaje ofrecido a los lectores de los libros bíblicos?

3. ¿En qué grado es el nuevo Testamento y el cristianismo el resultado de la mezcla de lo hebreo y lo griego, es decir, de una mentalidad hebrea pero conformada decisivamente por lo mejor de la religiosidad griega (y oriental) de su época? Al expresarse ya desde sus orígenes el mensaje cristiano en una lengua no semítica, el griego, ¿hubo por ello un cambio de mentalidad –conformado por la lengua misma— que afectó y modificó el mensaje mismo?

Saludos cordiales, Antonio Piñero
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