Los primeros contactos de Israel con el helenismo (II)


Hay algunos puntos de nuestro “post” anterior sobre primeros contactos de Israel con el helenismo que voy a precisar en esta entrega.

Para las futuras relaciones del pueblo de la Biblia, el judaísmo, con el mundo helenístico es importante considerar también lo que significó en general la figura de Esdras en este período. La incertidumbre histórica que rodea su figura (a pesar del libro que lleva su nombre y que es en gran parte obra del Cronista, no del propio Esdras) nos permite, sin embargo, afirmar que el escriba Esdras dio carta de ciudadanía en el Imperio Persa a la ley judía. Según la tradición persa, la ley de cada región, debidamente sancionada por el Gran Rey, pasaba a ser norma jurídica obligatoria para todos los que vivieran en esa zona. Consecuentemente, observar la ley de Moisés era desde esos momentos pertenecer jurídicamente a Israel. Y, a la inversa, todo ataque a la Ley, cualquier impedimento, o prohibición para su cumplimiento era de hecho un atentado contra el ser mismo del judaísmo. Tal concepción habría de acarrear graves consecuencias más adelante.

Sobre los comienzos de la “diáspora judía” ya en época persa conviene señalar: aunque las fuentes son escasísimas, podemos sospechar que ya en la época de Esdras y Nehemías el flujo de hebreos hacia Egipto había sido abundante, de modo que la colonia judía era tenida en cuenta en el país del Nilo.

Los papiros de Elefantina del s. V nos hablan elocuentemente de una colonia militar judía establecida en esa isla durante largo tiempo. Tenían incluso su propio templo y, curiosamente, su religión había aceptado ciertos influjos de las creencias de alrededor, por lo que su "judaísmo" era especial. Junto a Yahvé (nombrado Yahú) los judíos de Elefantina adoraban a otras dos divinidades: una diosa y un dios joven. Yahú era ciertamente el dios superior, al que estaban subordinados una diosa madre y una divinidad hija. A pesar de esta religión impura y sincrética, los judíos de Elefantina mantenían contacto con los de Jerusalén, como se deduce de una carta a ellos dirigida por el gobernador Bagoas, uno de los sucesores de Nehemías. Los grupos de judíos que habitaban en contacto con los griegos procuraron integrarse rápidamente en la cultura superior dominante. No tenían otro remedio, si no querían caer en el estrato más bajo de la población.

Aparte de las colonias militares griegas –que mencionábamos en el post anterior-, los griegos mantenían fortalezas y guarniciones de soldados. Gracias a un epigrama funerario con nombres griegos descubierto en Gaza podemos deducir que ya a comienzos del s. III había asentadas familias de la Hélade en el territorio palestino. En la concepción de los griegos la helenización de las ciudades ya existentes o la creación de nuevos núcleos ciudadanos griegos era el primer pilar para el gobierno de un pueblo "bárbaro". A la inversa, soldados mercenarios judíos aparecen por esta época en muy diversos ejércitos y zonas geográficas controladas por los griegos. Egipto, Libia y la Cireniaca tuvieron soldados judíos en los siglos III-I a. C. Los Seléucidas contrataron también mercenarios hebreos quizás en el s. III; ciertamente durante el s. II a. C., como informan Flavio Josefo (Antigüedades XIII 249ss) y 1 Macabeos 10,36; 11,43ss. Que sepamos, estas concentraciones de judíos guerreros no vivían aisladas, sino en estrecho contacto con otros griegos. Es de suponer que los que volvieran a la tierra de Israel tras su retiro difundirían de algún modo la lengua y el modo de pensar de los griegos.


La administración civil de los Lágidas en Palestina fue una especie de copia de la practicada en Egipto y sirvió como factor de contacto con el Helenismo. Judea, Samaría y Galilea se vieron confrontadas a un sistema administrativo, de gobierno y de recaudación de impuestos, cuya lengua oficial era el griego y cuyas costumbres y modos vehiculaban igualmente concepciones griegas. Los famosos "papiros de Zenón" (secretario o agente de Apolonio, ministro de hacienda de Ptolomeo II Filadelfo) nos ofrecen una buena visión del funcionamiento del sistema administrativo egipcio. Los estratos superiores de la población autóctona participaban de este trabajo. Entre ellos la figura del recaudador de impuesto local (publicano), que había arrendado el oficio y el beneficio al Señor imperial, es bien conocida.

Para el escritor judío Artápano, la ordenación estatal de Egipto -reproducida en Palestina- era tan impresionante y efectiva que -con afán chovinista- la retrotraía a la acción del patriarca José cuando vivió en aquella tierra. José había sido, en efecto, según el Génesis, lugarteniente del Faraón y primer administrador de Egipto.

En la llamada Epístola de Aristeas (publicada en el tomo III de la colección Apócrifos del Antiguo Testamento de Editorial Cristiandad) el monarca, Ptolemeo II Filadelfo, y sus funcionarios aparecen en una luz muy positiva, como buenos regentes y amantes de la sabiduría, capaces de disputar con éxito con los sabios de Israel.

La figura del monarca ideal (los ptolemeos de la época) aparece también como tema central de la denominada Novela de Tobías, recogida por Flavio Josefo (Antigüeddes. XII 171ss). Este personaje, judío, consigue los favores reales y colabora estrechamente con el monarca. Igualmente las llamadas "historias cortesanas" (que aparecen en los libros de Daniel, Tobías y Ester; 3º Esdras [la historia de los tres pajes: 3,1-5,6]), aunque desarrolladas ficticiamente en ámbito persa, reflejan un aprecio positivo de la monarquía felizmente reinante.

Como argumenta M. Hengel (Judaísmo y Helenismo,58), si la población israelita -al menos los pertenecientes a los círculos más elevados- hubiera rechazado frontalmente la dominación de estos reyes extranjeros, jamás se nos hubieran transmitido estas narraciones que presentan a unos monarcas como amigos de los judíos. La prueba de ello está en que después del levantamiento macabeo, en el s. II a.C., ya no se conoce la existencia de ninguna historia de este tipo.

Es cierto que este aprecio por la monarquía extranjera pudo muy bien restringirse a las capas más altas de la población. Pero la atención de los historiadores se dirige casi irremisiblemente a estas capas superiores. Ciertamente, la historia sabe muy poco de los pobres, pues son los ricos y educados quienes nos han legado testimonios escritos -nuestras fuentes de hoy- de sus vivencias y andanzas. Los Lágidas se sirvieron de estas capas altas para sus propósitos económicos y políticos.

Fue esta clase de los más adinerados e importantes entre los judíos de la época los verdaderamente interesados en "helenizarse" y fueron ellos los más acérrimos defensores de la acomodación a la cultura de los griegos que dominaban en casi todo el mundo conocido. Si no utilizaban la lengua griega y no asimilaban las costumbres helenas, sabían muy bien que habrían pasado a la clase de los "populares", que para aquel tiempo no eran interesantes más que como objeto de explotación económica y militar. Sin duda, pues, la helenización tuvo lugar preferentemente en los estratos más elevados de población judía.

Un caso típico y muestra de esta helenización temprana es el de la familia de Tobías, un terrateniente judío de la Ammanítide (no debe confundirse con el homónimo del libro de Tobit o Tobías). La correspondencia de Zenón con este personaje nos lo muestra totalmente como un griego, y eso que estaba emparentado con el Sumo Sacerdote Onías II. Un hijo de Tobías, José, fue recaudador general de impuestos de los Ptolemeos, también para "Siria y Fenicia" (lo que incluía Palestina). La "novela de Tobías", compuesta probablemente en Jerusalén, presenta a este personaje como un hombre brillante, nada ligado por el corsé de las prescripciones de la ley judía, que ayudó a muchos de sus compatriotas a pasar de unas condiciones miserables a una vida más brillante y noble. En esta idea se expresaba una de las metas del Helenismo tal como era aceptado ya por las clases medias superiores, por los acomodados y los miembros de las altas familias sacerdotales. El sumo sacerdote Simón II (220-195 a.C.), hijo de Onías II, era también partidario de cierta helenización, lo que en su caso no significaba apartarse de las costumbres patrias (Eclo 50,1-21).

Es en esta época de colaboración entre el estrato dominante, griego, y las clases altas de la población palestina cuando se intensifica el comercio "mundial" a gran escala en el que participa también el país de Israel. Los mencionados papiros de Zenón nos producen la impresión de una vida comercial bastante activa en Palestina en la que desempeñaban un papel de primer orden la legión de funcionarios, agentes y mercaderes griegos que, procedentes sobre todo de Egipto, movían las tramas del comercio.

Pero justamente en esta situación relativamente próspera comenzaban a gestarse los gérmenes de un conflicto posterior entre los judíos y las tendencias progriegas. El Helenismo no llegó a tocar profundamente los fundamentos de las creencias religiosas, ni en Judea ni en el resto de los pueblos orientales. Aparte de nuevas posibilidades económicas, lo que el Helenismo podía ofrecer era sobre todo una cierta espiritualidad peculiar, filosofía y cultura; pero para que estos bienes penetren en las masas se requiere un proceso lento y dilatado. Las clases intermedias y bajas, que participaban en mucho menor grado de la bonanza económica y que, por otra parte, se mantenían totalmente fieles a la Ley y a las costumbres patrias, no estaban de acuerdo con que los más privilegiados cedieran a las tentaciones de abandonar las leyes tradicionales mezclándose intensamente con los extranjeros.

Señalábamos el día anterior que la teocracia tradicional –el clero- veía en el helenismo un peligro grave para el mantenimiento de la vigencia de la norma codificada en la que tomaba cuerpo esa teocracia, la ley mosaica. Y decíamos que esta tendencia se observa en el Libro de las Crónicas y en el Eclesiástico.

El Libro de las Crónicas, compuesto en el s. III reflejan una ideología religiosa infinitamente alejada del Helenismo. Para este autor, probablemente un fervoroso levita de Jerusalén, la vida de piedad consiste en girar en torno al culto a Dios en el Templo. El clero ocupa una parte importantísima en la vida nacional, y la santificación y pureza de este clero ha de extenderse también a los laicos mediante la participación de éstos en los sacrificios de comunión del Templo. El pueblo es una comunidad santa de Dios. Pos encima de la apostasía del reino de Israel sueña con la reunión de las doce tribus y que se repitan las circunstancias de los mejores años del reino de David, en los que se realizaron mejor que nunca las condiciones de una teocracia. Dios, no el monarca, gobernaba. La comunidad judía ha de estar siempre atenta, con un afán constante de vigilancia, a vivir siempre confirme a las tradiciones para que Dios conserve el favor al pueblo y cumpla las promesas.

El autor del libro del Eclesiástico, Ben Sirá, escribe hacia el 190, en los momentos en que Israel acaba de entrar bajo el dominio de los Seléucidas, y sus pretensiones helenizadoras, como veremos más detenidamente a continuación. Incluso antes de que se desatase la llamada reforma helenística de Palestina bajo Antíoco IV Epífanes (180-167), Ben Sirá olfateó el peligro y luchó en su obra contra el espíritu de la civilización griega al que vio como un gran riesgo para el judaísmo. La libertad de investigación cosmológica, filosófica y religiosa, que no se arredraba ante cuestiones sobre la divinidad, la naturaleza humana y la moralidad, pretendiendo responder a ellas con el poder solo de la mente humana, sin estar respaldado por el temor de Dios, es decir, esa mentalidad griega invasora suscitó el miedo de Ben Sirá y avisó de ella a sus lectores:

"No busques lo que te sobrepasa, ni trates de escrutar lo que excede tus fuerzas. Lo que se te encomienda eso medita; no te es menester lo que está oculto. No te fatigues en lo que excede a tus obras, pues ya se te ha mostrado (con la Revelación) más de lo que alcanza la inteligencia humana. A muchos descaminó su presunción; una falsa ilusión extravió sus pensamientos".


En contraste con la sabiduría griega Ben Sirá afirma que el temor de Dios es el fundamento único de toda sabiduría: el temor de Dios y la observancia de los mandamientos son el comienzo auténtico de toda sabiduría (19,20), y poca sabiduría con temor de Dios es mucho mejor que mucha sabiduría (se sobrentiende, griega) sin este temor (19,24). Esa sabiduría de la que el autor del Eclesiástico habla con tanta convicción y entusiasmo no es la de la razón humana, sino el conocimiento y la aceptación del poder de Dios. Esa sabiduría asume una forma religiosa nacional en el espíritu de la tradición judía: esa Sabiduría habita en el pueblo de Israel; tiene su morada en Sión y Jerusalén, su sola expresión es la Ley de Moisés (24,8-23). Ben Sirá se queja amargamente de los que abandonado el camino del judaísmo, es decir los helenistas, y se han avergonzado de la ley del Altísimo y de sus estatutos: "Ay de vosotros, impíos, que habéis abandonado la ley del Altísimo. Si nacéis, para la maldición nacéis. Si morís, la maldición heredáis."

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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