Varias rehabilitaciones posibles de Judas. Explicación del Evangelio de Judas (XVI)

Hoy escribe Antonio Piñero

Al principio de esta serie hablamos sobre los cainitas como grupo que está detrás de la composición del Evangelio de Judas y cómo Ireneo de Lyon y luego otros autores eclesiásticos –entre los que destaca Epifanio de Salamis- nos transmitían la rehabilitación de la persona de Judas, junto con otros personajes del Antiguo Testamento, emprendida por estos gnósticos. Ahora mencionaremos muy brevemente la rehabilitación de Judas en nuestra época.

La primera rehabilitación, un tanto superficial, pero muy de acuerdo con la tendencia actual a la revisión de los dogmas (dudas sobre la existencia del infierno, por ejemplo), dice que es imposible para la bondad y misericordia de Dios que Judas se condene eternamente, por muy grande que haya sido su pecado. Esta postura acepta la enormidad del pecado de Judas, pero rehabilita a la persona, gracias al inmenso perdón y misericordia divinas.

Este tipo de rehabilitación comenzó en la Iglesia ya en el siglo III con Orígenes. Este eximio teólogo, al que la teología debe tanto, defendió con ardor que el infierno no podía ser eterno. Pasado un cierto tiempo, más o menos largo según la gravedad del pecado, el pecador sería “rehabilitado”, perdonado por Dios e ingresaría en las filas de los que van al paraíso.

Esta doctrina costó a Orígenes el que fuera bastante mal considerado por algunos sectores de la Iglesia y que, a pesar de sus inmensos méritos, teológicos y de vida ascética, no entrara en el catálogo de santos de la Iglesia católica.

Otra, segunda, es una rehabilitación que se ha producido desde siempre en la Antigüedad grecorromana, pero que con el tiempo hemos perdido, debido sobre todo a la influencia del pensamiento judío. Se trata del concepto de “muerte noble”, del suicidio como expiación, que borra el peso de toda iniquidad cometida. No se basa en la misericordia de Dios, sino en el suicidio como autocastigo y catarsis voluntaria que borra el efecto de los crímenes cometidos en vida.

La Antigüedad grecorromana nos ha conservado sólo la descripción o mención de unos 127 casos de suicidio, aparte del de Judas. La Antigüedad no fue ciertamente pródiga en relatos de gente que administrara su propia vida y su final. Ahora bien, en todos los casos, sin excepción, la valoración de la Antigüedad es positiva respecto al suicidio. Éste borra las culpas de los crímenes: no los niega ni los justifica, pero “rehabilita” a la persona que los ha cometido, pues sostiene que la automuerte noble es un signo suficiente de arrepentimiento.

Una mentalidad grecorromana, por tanto, tenía que interpretar de igual modo el suicidio de Judas. Un antiguo vería su figura rehabilitada por su muerte. En la tradición occidental, hemos perdido esta interpretación porque la mentalidad judía, expresada en la Biblia y escritos posteriores, que la aclaran y la continúan, no ven en absoluto con buenos ojos el que el ser humano pueda disponer de su vida, que sólo Dios otorga y quita.

Tercera: la propia del Evangelio de Judas. Pero no se trata en realidad, como hemos visto, de una rehabilitación estricta, puesto que en Judas no hay nada que rehabilitar: según el autor, Judas hizo lo que le pidió el Salvador/revelador y lo que era conveniente.

En todo caso se puede hablar de una “rehabilitación” gnóstica, poco interesante para el mundo moderno y que afecta a un problema teológico cuyo trasfondo es totalmente mítico: la oposición entre el Demiurgo/Dios del Antiguo Testamento y el Dios Trascendente verdadero que desea salvar/redimir a la parte espiritual del ser humano, el espíritu, porque es consustancial con Él. La “traición” de Judas, posibilita la salvación, entregando a los judíos, agentes del Demiurgo, el cuerpo carnal del que está meramente revestido el Salvador, con lo que se consuma el ciclo de la revelación. Con este acto el Demiurgo y sus agentes pierden toda su potestad sobre los hombres espirituales. Además, el Revelador puede dedicarse ya a su tarea reveladora en el tiempo que media entre su “resurrección” y su ascensión a los cielos.

Una cuarta rehabilitación es de tipo puramente literario y se ha dado en múltiples casos, debida a la pura imaginación de los escritores de ficción. El más sonoro en lengua española, y el más conocido por haberse difundido también a través de Internet es el de Jorge Luis Borges. El recuerdo de esta última noticia se la debemos a nuestro amigo el poeta Alejandro Torres Cano.

Jorge Luis Borges escribe en 1944, por tanto hace más de sesenta años, un relato con el título “Tres versiones de Judas”, incluido en su libro titulado Ficciones. En este relato un teólogo sueco, llamado Niels Runeberg, y que es un puro invento de Borges, escribe entre 1904 y 1909 tres obras con tres interpretaciones progresivas y distintas del Judas.

En la primera, titulada “Cristo y Judas”, Runeberg argumenta que fue necesario que se culminara la obra redentora de Jesús. Judas intuyó la naturaleza divina de Jesús y lo entregó para forzarlo a proclamar su divinidad ante los romanos. Este hecho sería la chispa para encender una rebelión contra los romanos. Judas aceptó el sacrifico de ser tenido por traidor e incluso la necesidad de su suicido para hacer posible el triunfo de Jesús. Esta interpretación borgiana contiene bastantes similitudes con las afirmaciones del Evangelio de Judas.

La segunda interpretación de Runeberg –siempre según la ficción de Borges- se publica en 1906 y supone una revisión de la teoría manifestada en el primer libro. Runeberg opina que Judas “traicionó” a Jesús por un elevado sentimiento ascético: renunció a la dicha del reino de los cielos y aceptó el peso de su culpa porque le bastaba la dicha espiritual de haber conocido al Señor.

La tercera interpretación la escribe Runeberg en 1909 como una suerte de conclusión inevitable a la que le habían llevado sus reflexiones sobre la figura del “traidor”. Esta tercera entrega se titulaba “El salvador secreto”, y en ella argumentaba el teólogo sueco que Dios se rebajó y se encarnó para la salvación de la humanidad convirtiéndose en hombre con todas las consecuencias, es decir, se encarnó en el hombre más humilde y pecador posible. Y éste era Judas. Por tanto el Jesús “traicionado” no es más que mera apariencia y el verdadero salvador es el que actúa, también aparentemente como “traidor”, y este es Judas. ¡El traidor es el Logos encarnado!

Es muy interesante comprobar cómo en parte el genio de Borges anticipa destellos de lo que luego se contendrá en el Evangelio de Judas.

Seguiremos. Saludos cordiales, Antonio Piñero.
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