El levantamiento de los Macabeos


La continuación de los acontecimientos -después del decreto de Antíoco IV ordenando la práctica abolición de la religión judía- es muy conocida. Debemos fijarnos ahora tan sólo en aquellos hechos históricos que nos indiquen algún vaivén en el proceso de helenización o deshelenización de Israel hasta la época de la redacción final de los escritos del Nuevo Testamento. En este post debemos resumir mucho, pues las acciones, lo ocurrido, está bien expuesto en los libros de los Macabeos.

Se encendió, pues, la revuelta contra los Seléucidas (véase la descripción, un tanto legendaria, de los primeros momentos y de los inicios de la “guerra santa” en el libro primero de los Macabeos caps. 2 y 3), como podía esperarse dado que el decreto de helenización suponía lisa y llanamente la prohibición de ser judío.

Los Macabeos reunieron muy pronto tropas, pues esperaban la reacción del rey ante la revuelta descarada contra sus propósitos. Los primeros triunfos, asombrosos, de Judas Macabeo sobre los enviados del rey siro-greco Antíoco IV Epífanes (batalla contra Apolonio: 1 Macabeos 3,10-12; de Emaús: 1 Mac 3,27-4,25; de Bet-Sur: 1 Mac 4,26-35 contra Lisias) hicieron pensar al pueblo que se caminaba en la dirección correcta, querida por Dios, de la deshelenización. Según 2 Mac 11,27ss, el decreto de prohibición religiosa fue abolido tres años más tarde (marzo del 164) tras unas negociaciones en las que participó el mismo sumo sacerdote Menelao.

Posteriormente, Judas Macabeo consiguió reconquistar el Templo que fue purificado en una ceremonia solemne (1 Mac 4,36-59). Este hecho daría lugar a la fiesta posterior judía –que dura hasta hoy- de la Hanukká. En el siglo I esta festividad duraba ocho días y en ella se encendían ocho lámparas, cada jornada una nueva respecto a la del día anterior. Según Flavio Josefo (Antigüedades XII 7,7), la gente entendía que esas lámparas significaban que había brillado de nuevo para el pueblo la luz de la libertad respecto a la opresión de los gentiles. La festividad comenzaba el 25 del mes kisleu –que iba del 29 de noviembre al 27 de diciembre-, por tanto cerca de lo que luego será la Navidad en el cristianismo. La celebración consistía en procesiones, en un mayor número de sacrificios en el Templo y en oraciones de acción de gracias.


Volvamos a Judas Macabeo. No tuvo suerte Judas con otra parte de Jerusalén: el "Acra", o ciudadela elevada que tenía una guarnición siro-greca, que continuó durante más de 30 años en poder de los "helenizantes", tanto extranjeros como judíos como, pues para ellos no había ninguna posibilidad de integrarse de nuevo en la comunidad judía fiel.


Pronto se supo que estaba en marcha contra Israel una nueva expedición del general griego Lisias que se presentaba como muy peligrosa. Pero no hubo batalla, sino que la expedición terminó en una paz de compromiso, ya que en el entretanto el rey Antíoco IV había muerto en lucha contra los partos (164 a.C.). En esta paz se pactó la abolición definitiva de todos los decretos contra la libre práctica de la religión judía. El propósito de la rebelión macabea se había conseguido plenamente y se volvía a la situación anterior.

Los Macabeos, sin embargo, no se sentían plenamente satisfechos porque el Acra seguía estando en posesión de los helenistas. Por su parte, el nuevo rey seléucida Demetrio I Soter (162-150) estaba decidido, porque lo necesitaba, a lograr la pacificación de Judea. Envió así a Judas una embajada con propuestas de paz, encabezada por un angiguo sumo sacerdote, Alcimo, que fue rechazada. El caudillo judío, sin embargo, se equivocaba en lo relativo a la unidad de sus partidarios: el rechazo de la negociación tuvo como consecuencia que los hasidim, el grupo de los "piadosos" que anteriormente hemos nombrado, lo abandonaran, pues consideraban que la propuesta de Demetrio –relativa probablemente al libre ejercicio de la religión judía- podría ser digna de consideración. Las ofertas del rey fueron, en efecto, aceptadas por aquellos.

Así las cosas, sólo quedaba al monarca el recurso a la fuerza para acabar con la resistencia de Judas Macabeo y los suyos: el rey envió diversos ejércitos contra los Macabeos. Tras diversos avatares y en la batalla de Beerzet/Elasá, 160 a.C., murió Judas y muchos de sus seguidores. Su hermano Jonatán con sus partidarios huyeron a los confines desérticos de Judea, siendo ocupada la región por guarniciones seléucidas. Alcimo murió también entonces.

De todos modos, como señala M. Hengel (Judentum und Hellenismus, p. 532), el pueblo judío había experimentado una profunda transformación en esos más de 30 años que habían transcurrido entre el comienzo de las reformas y la definitiva eliminación de los helenistas del Acra. Desde esos momentos en adelante el pueblo judío defendería con uñas y dientes la absoluta validez de la Ley en todos los aspectos de la vida y calificaría como apostasía cualquier crítica contra la norma mosaica. Pero esta disposición no puede de ningún modo entenderse si no se considera que durante más de tres decenios hubo en Jerusalén una población judía absolutamente decidida a eliminar por completo la Ley de la vida del pueblo y cuya suprema aspiración consistía en una asimilación completa con el entorno helenístico.

Las disputas dinásticas entre los Seléucidas tuvieron una repercusión directa en la cuestión judía: un pretendiente al trono en lucha contra el rey legítimo, Alejandro Balas, presunto hijo de Antíoco IV, fue apoyado por Jonatán, hermano de Judas Macabeo y su sucesor. Al resultar Balas vencedor en el conflicto, recompensó a Jonatán con el sumo sacerdocio, concediéndole además el título real. La monarquía de los asmoneos comenzaba así su andadura. No obstante, una circunstancia de similares características pero contraria esta vez, acabó en 143 con la vida de Jonatán, que fue muerto por Diodoto Trifón, otro aspirante al trono seléucida. Este suceso, sin embargo, no impidió que Judea se transformara, de hecho, en un reino independiente.

A partir de estos instantes Israel comenzaba a disfrutar de cierta sensación de libertad frente a las naciones vecinas. Cuando esta libertad falte –y así ocurrirá en el futuro-, se iniciará otra etapa espiritual en el pueblo judío que consideraremos en su momento, y que consistirá en el fortalecimiento y concretización del mesianismo que antes había existido sólo de una manera muy difusa. Ese mesianismo tendrá enormes consecuencias, tanto para la historia espiritual de Israel como para su historia llamemos normal…, que no concluirá muy felizmente que digamos en época del emperdor Adriano (Segundo gran levantamiento judío contra Roma con catastróficas consecuencias… ¡hasta 1948!).

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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