La helenización de Israel durante el gobierno de los primeros Macabeos


En este “post” veremos cómo la revuelta macabea contra la helenización de los judíos sólo la detuvo en parte. La continuación del helenismo en Israel tendrá a la larga consecuencias para el cristianismo.

La subida al poder del trono seléucida de un nuevo rey, Antíoco VII Sidetes (138-129), un monarca capaz y enérgico, tuvo como consecuencia inmediata el fin de las luchas intestinas entre diversos pretendientes al trono y el restablecimiento de la autoridad seléucida en lo que quedaba del Imperio siro-greco. Estos acontecimientos relanzaron, sin embargo, la tensión con los judíos.

La intentona de Antíoco VII de recuperar el dominio de Israel acabó en el fracaso militar de Modín ante Simón, hermano y sucesor de Jonatán. La muerte de Simón en 134, también por asesinato a cargo esta vez de su yerno llamado Ptolomeo, fue aprovechada por Antíoco para invadir el territorio judío y asediar Jerusalén, que debió rendirse en 132. Nada de lo relativo a la Ley o al culto fue tocado por el monarca seléucida; le interesaba sobre todo desmantelar el naciente estado judío. Exigió rehenes, además del pago de tributo por las ciudades costeras conquistadas antes por Simón.

Entonces Juan Hircano, hijo y sucesor designado de Simón Macabeo, fue privado por el nuevo monarca seléucida de sus funciones políticas, manteniéndose sólo como sumo sacerdote. La situación resultante era similar a la que había con Antíoco III, sólo que ahora el monarca seléucida y los judíos se miraban con total desconfianza. No obstante, este estado de cosas fue pasajero.

Antíoco VII se embarcó, como algunos de sus antecesores en una campaña contra los persas para asegurar sus fronteras por el Oriente. Pero esta campaña irania del rey seléucida, comenzada con gran éxito, acabó en un sonado fracaso militar en el que el rey perdió la vida, pudiendo escapar Juan Hircano, hijo de Simón que había debido acompañar obligadamente al ejército seléucida, prácticamente en calidad de rehén.

Desde allí regresó Juan Hircano a Judea donde recompuso la situación, relanzando una nueva y brillante trayectoria del reino israelita al socaire de la parálisis en la que se encontraban sus enemigos: imparable decadencia, o mejor, descomposición seléucida, y una Roma con importantes problemas internos que impedían accio¬nes exteriores.

Así, continuando la política de conquis¬ta comenzada por Jonatán y Simón macabeos, y prescindiendo completamente del monarca seléucida Demetrio II –que había sucedido a Antíoco VII, llevó a cabo Hircano una serie de campañas victoriosas contra sus vecinos para ampliar los territorios sometidos al control de Israel.

Para asegurar la homogeneización judía de sus estados, el monarca asmoneo [un inciso: los macabeos son denominados también “asmoneos” en honor a Asmón, un presunto y famoso antecesor de la familia, según Josefo, Antigüedades XII 265, pero un personaje para nosotros totalmente desconocido] impuso a las poblaciones sometidas -idumeos, itureos, gentes del Norte de Galilea, etc.- la conversión al judaísmo por la fuerza (Flavio Josefo, Antigüedades, XIII 258), lo que suponía la obligatoriedad de la circuncisión y de someterse a la ley judía.

Como afirma el mismo Flavio Josefo, desde este tiempo, esas poblaciones han sido considerados siempre como judías. Será de entre los idumeos judaizados de donde saldrá años después la dinastía herodiana. Para la aristocracia judía eran, sin embargo, semijudíos, de ahí el desprecio que mostraron siempre hacia Herodes por su calidad de idumeo.

Continúa la helenización de Israel

En lo que respecta a nuestro interés, la penetración del helenismo en la tierra de la Biblia, podemos afirmar que los progresos seguían, aunque lentamente. No es una contradicción el que los asmoneos obligaran a judaizar a las poblaciones de los territorios que anexionaban a Israel y que a la vez se comportaran en su vida como verdaderos monarcas helenísticos orientales. Esa obligación de judaizar impuesta por la fuerza de las armas respondía sin duda a una idea teocrática del poder, pero también a la concepción helenística de la unidad del estado en lo económico, cultural y religioso. Judas Aristobulo (104-103), hijo y sucesor de Juan Hircano, se asemejó aún más que su padre a un monarca helenístico. Su sobrenombre fue el de "Filoheleno", amigo de los griegos, lo que es bastante significativo.

La evolución de los asmoneos desde campeones de la fidelidad a la ley de Moisés contra los Seléucidas hasta su transformación total en monarcas helenísticos no es más que una evolución típica de la época y una muestra de la difusión y aceptación del helenismo entre las clases elevadas en Palestina.

La helenización progresiva de la dinastía asmonea se percibe, por ejemplo, en la numismática. Mientras las monedas de Juan Hircano llevan inscripciones únicamente en hebreo, las de Alejandro Janneo añaden una leyenda en griego, del tipo helenístico corriente (basiléos Alexándrou: “del rey Alejandro”).

Además, el estilo de gobierno de los asmoneos era idéntico al de los demás reyes helenísticos, siendo también la corte judía un espejo de lo que sucedía en las monarquías griegas orientales: asesinatos, intrigas palaciegas instigadas con mucha frecuencia por las mujeres de la familia real, luchas dinásticas, etc.

El carácter militar, guerrero y conquistador de estos reyes - sacerdotes llamó poderosamente la atención de sus contemporáneos, pero es evidente que no cabían otras posibilidades. El estado judío nacido de la rebelión no podía ser más que un estado militar de tipo hele¬nístico, apoyado desde la época de Juan Hircano en mercenarios paganos. Tenemos escasos testimonios de cómo percibían los autores no judíos la monarquía asmonea, pero hasta donde sabemos la encuadraban entre los pequeños estados dinásticos o tiránicos que florecían tras la descomposición de las grandes monarquías anteriores (Estrabón, Geografía, XVI 2,37.

La consideración de todos estos elementos es fundamental para observar la enculturación griega producida en Judea. En el desarrollo religioso del judaísmo posterior, sin embargo, intervendrían otros elementos cuyas raíces hay que buscarlas en el ámbito intelectual judío, entonces en plena ebullición y que condujo a la formación definitiva de tres corrientes o escuelas de pensamiento religioso: fariseos, saduceos y esenios. Josefo, Antigüedades XIII 5,9, presenta estas tendencias diferenciadas como actuantes ya desde el pontificado de Jonatán (161-143), aunque su consolidación parece haber tenido lugar un poco más tarde. El antagonismo entre fariseos y saduceos se manifiesta ya en la época de Juan Hircano (134-104).

Es sumamente ilustrativo considerar de cerca el porqué de la ruptura de Hircano con los fariseos, cuyas observaciones siguió en los primeros años de su reinado en un comportamiento similar al sostenido por los Macabeos. Para éstos la libertad y supremacía políticas eran vitales, sin que ello supusiera abandonar otro de sus objetivos, a saber, la conservación de la religión de sus padres; pero conforme avanzaba el tiempo este propósito se fue ligando a objetivos políticos, lo que conllevó un acercamiento a los saduceos. También ocurrió así con Juan Hircano: cuanto más aumentaban sus intereses políticos, más retrocedían sus intereses religiosos, de modo que se veía obligado a apartarse de los fariseos y unirse a los saduceos, hasta que la ruptura con los primeros resultó inevitable. A consecuencia de ella, abolió todas sus prescripciones o directrices religiosas de los fariseos: Antigüedades XIII 10,5-6.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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