Mujeres en los Hechos de Andrés: Maximila (III)



Escribe Gonzalo del Cerro

La hija de noble familia

Decía Ortega y Gasset aquello tan socorrido de "yo soy yo y mis circunstancias". Porque es una realidad que las circunstancias no sólo condicionan nuestra existencia, sino que la conforman en gran medida. Maximila, la heroína de los HchAnd, era ella también, pero a la vez era lo que de ella hicieron las circunstancias. Entre otras, su familia. Esposa del procónsul de Acaya no podía serlo cualquier mujer. Pero, además, una familia noble y rica es siempre fuente de seguridad frente a los retos de la vida. Y Maximila, consciente o inconscientemente, manifiesta en todos sus gestos esa radical seguridad. Cuando hace falta, se pone el mundo por montera y aborda los más arriesgados desafíos.

Sus relaciones con Egeates respiran un cierto convencimiento -complejo, diría Freud- de superioridad. Lo mismo que la actitud de su marido refleja una postura de relativa sumisión y franco desconcierto. Desde luego, lejos de lo que cabía esperar de un marido en aquella época, sobre todo, si el marido en cuestión estaba revestido de la dignidad proconsular. El infeliz echa mano de todos lo recursos: halagos, amenazas, reflexiones, treguas. Su extraño conflicto ante la nueva situación provocada por la decisión de su esposa de vivir castamente tiene su base en el hecho de que Maximila "era de una familia mucho más ilustre" que la del mismísimo Egeates. Ante esa realidad social no podía hacer nada el procónsul ni echando mano de los amplios resortes de su autoridad.

En uno de sus inútiles debates con Maximila, le recuerda cómo sus suegros lo consideraron digno de desposarse con ella en razón de su bondad. Ni el dinero, ni la cuna, ni la fama fueron motivo suficiente. Y esta "circunstancia" parece una pieza importante en el entramado de la personalidad de Maximila. El cuadro de la resuelta mujer, que toma de la mano al Apóstol y a Estratocles y los introduce en sus propias habitaciones, delata este aspecto de la personalidad que estamos comentando. El sentido patrimonial con que Maximila actúa en el caso de su esclava Euclía responde también a la seguridad que le brindan su riqueza y su cuna. Dispone de la esclava a su capricho, y juega con su propio marido y con sus derechos. Cree que el dinero -y el poder- lo pueden todo. Pretendió comprar silencios y complicidades. Joyas, ropas, dinero repartió Maximila a manos llenas. Con ello creía tenerlo todo bien asegurado. Fueron la envidia y la intriga las que pudieron más que el dinero. Pero nadie pronuncia una palabra de reproche contra la conducta de Maximila cuando puso a una esclava como suplente de sus deberes matrimoniales. Ni el mismo Andrés reprende un comportamiento evidentemente aberrante. Egeates pretende incluso echar tierra sobre el asunto para que todo quede sepultado en el olvido. Y lo que más le exaspera es que los hechos hayan salido a la luz y hayan sido conocidos entre los servidores del palacio. Entretanto, mientras Euclía y otros criados son cruelmente castigados, Maximila continúa impertérrita en su empecinamiento y en sus prácticas de continencia absoluta.

Su conversión a la vida de castidad

Los Hechos Apócrifos de los Apóstoles tienen como uno de sus temas comunes la recomendación de la continencia. Este aspecto de la predicación de los Apóstoles llega a veces a niveles de paroxismo, tanto que se convierte en la causa definitiva del martirio de los protagonistas. Maridos frustrados, como Egeates, utilizan el chantaje y la amenaza para corregir el "desvío" de sus mujeres. Bien es verdad que ciertas afirmaciones parecen responder al interés de buscar una justificación para el final martirial de los responsables más que a la verdad escueta de los hechos. Reiteramos que las exageraciones sobre la importancia de la continencia suelen brotar de labios hostiles. En el caso de los HchAnd, fallada la última tentativa de Egeates para reducir a su mujer, el vacilante procónsul "se decidió por fin a matar a Andrés" (HchAnd 46). Es el remedio al que recurren los personajes antagonistas de los Hechos. Son patentes los casos de Andrés, Pedro, Pablo y Tomás. Pero ya hemos recordado la historia de la matrona divorciada, cuyo maestro en la fe fue entregado a la muerte, según el testimonio de san Justino (Apol. II 2). Aquí también, fue la castidad de Maximila el elemento que venció las tímidas reticencias de su marido.

No tenemos, sin embargo, ni el relato de la conversión de Maximila a la vida de continencia ni la predicación concreta del Apóstol que la provocó. Cuando empieza el fragmento de los HchAnd conservados, Maximila parece ya decidida a seguir la nueva vida. Su trato con Andrés es estrecho y frecuente. La opinión que Maximila manifiesta acerca de su marido es que se porta como un consumado blasfemo, apartado de los bienes espirituales (HchAnd 6). Pero a nadie se le oculta que las palabras de Maximila suenan a mero pretexto. Vistas las cosas en frío y a distancia, Egeates tuvo unas reacciones "normales" en su situación de suma desesperación. Esta afirmación tan tajante aparece como una justificación o excusa de lo que va a suceder.

Maximila dio al Apóstol la oportunidad de curar al criado más querido de Estratocles. Pero terminó el lance provocando una predicación de Andrés dedicada directamente a Estratocles. El caso es que las palabras del Apóstol produjeron en Estratocles el efecto pretendido por Maximila. Su cuñado se convirtió a la causa de Andrés y tomó la decisión de separarse de todo para vivir con él (HchAnd 8). Y así lo hizo, "abandonó todos los bienes y se dedicó solamente a escuchar la Palabra" (HchAnd 12). Era el gesto subrayado por los evangelios en los que seguían a Jesús, "dejarlo todo". Especialmente en Lc 5, 11. 28; cf. Mt 4, 20; Mc 1, 18.

Pero la tempestad no se había desencadenado porque Egeates se hallaba ausente. Fue su llegada a Patrás la que hizo que el problema quedara planteado en sus términos más hirientes. Maximila aprovechaba la ausencia de su marido para organizar reuniones en sus mismas habitaciones. Y en ellas se encontraban el Apóstol, Maximila y los fieles cuando se anunció que el procónsul se acercaba. Resuelto el percance con indisposición gástrica del procónsul y la intervención providencial de Andrés, Egeates se dirigió en busca de Maximila "pues estaba enamorado de ella" (HchAnd 14). Pero el encuentro fue el primer botón del rechazo frontal de la mujer a las pretensiones de su marido. Ni un beso consiguió Egeates de su amada Maximila. Porque, según ella, no es lícito que un hombre toque con su boca la de una mujer después de la oración. Era una interpretación novedosa de la pureza cultual del Antiguo Testamento.

Pero la realidad iba mucho más allá. No era cuestión de la actitud blasfema del marido, ni era problema de pureza cultual. La firme y decidida actitud de Maximila estaba enraizada en criterios más profundos y totalizantes. La oración de Maximila lo expresaba con indiscutible claridad y crudeza: "Líbrame en adelante de la inmunda relación carnal con Egeates". Es sorprendente la dureza de las expresiones con las que este Apócrifo califica las relaciones matrimoniales (cf. HchAnd 14. 16). En pasajes semejantes pudo basarse el patriarca Focio cuando afirmaba que los Hechos Apócrifos prohibían los matrimonios. Recordamos que los capítulos que contienen estas calificaciones eran desconocidos hasta el hallazgo de Th. Detorakis, pero seguramente habían sido leídos por el docto Patriarca de Constantinopla.

Inmunda relación carnal, ésa es la verdadera razón. Por el mismo camino van las palabras de Andrés en su plegaria de auxilio y alianza con las intenciones de Maximila: "A ti te ruego, Dios mío, Señor Jesucristo, que sabes lo que va a ocurrir: te recomiendo a mi noble hija Maximila. Que tu palabra y tu poder se hagan firmes en ella; que el espíritu que hay en ella venza al insolente Egeates y a la serpiente enemiga; que su alma, Señor, quede limpia en adelante, purificada por tu nombre. Guárdala, dueño mío, sobre todo, de esta mancha inmunda. Adormece a nuestro enemigo, salvaje y siempre incorregible, y apártalo de su aparente esposo. Despósala con el hombre interior, a quien tú particularmente conoces y por quien todo el misterio de tu economía ha quedado cumplido, para que teniendo en ti una fe firme, se una a su propia familia y se aparte de los que fingen ser sus amigos, pero son realmente enemigos" (HchAnd 16). Espoleada por estos criterios, la mujer había decidido "vivir en adelante castamente". La maniobra urdida por ella mediante su esclava le daba la oportunidad de realizar sus deseos y no verse obligada a renunciar a la compañía de Andrés.

Lo malo fue que las verdaderas razones de la conducta de Maximila estaban ya en boca de sus propios criados, quienes revelaron a Egeates todos los detalles del asunto. Si su señora rechazaba a su marido es porque consideraba la unión con él como "una obra terrible y vergonzosa" (HchAnd 21). Extraña actitud la de Maximila que no tiene reparo en procurar a su criada esas "inmundas relaciones" con el agravante de su condición adulterina mientras ella se gozaba en su propia castidad y en la compañía del Apóstol. No era, pues, otro hombre el que interfería las relaciones entre los dos ilustres esposos. Si así fuera, ello podría tener remedio, pensaba el mismo Egeates (HchAnd 23). Se trataba de algo más serio, más profundo, más irremediable. Maximila no se había quedado sin amor. Lo había cambiado por otro infinitamente más peligroso. Amaba algo que estaba más allá de las cosas de este mundo, algo de lo que nadie podría separarla, sencillamente "porque era imposible" (HchAnd 23).

SFAMENI GASPARRO, G., "Gli Atti apocrifi degli Apostoli e la tradizione dell'enkrateia", Augustinianum XXIII 1-2 (1983) pp. 287-307.

Con saludos cordiales de Gonzalo del Cerro
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