La helenización de Israel en tiempos de Herodes el Grande.


En nuestra visión de conjunto sobre las relaciones de Israel con el helenismo dejamos de lado ahora las complicada situación política y militar que tras el reinado de Hircano II llevó al trono de Israel a la notable figura de Herodes el Grande (que reinó desde el 37 al 4 a.C.) para concentrarnos lo que significó su reinado respecto a la helenización de los judíos.

Dignas de mención son en primer término sus magníficas construcciones. La actividad constructora de Herodes es un reflejo espléndido de su mentalidad. Como cualquier otro tirano ilustrado mostró especial empeño en hacer visible a través de monumentos grandiosos la concepción que tenía de sí mismo y de su reino como una pieza dentro del orden romano del mundo. Para lograr estos objetivos debió de contratar un buen número de arquitectos y obreros cualificados griegos o romanos. Templos dedicados al emperador, anfiteatros, teatros, estadios, hipódromos, ciudades nuevas etc. es decir, todo un programa constructivo que no tiene parangón en ningún otro período de la historia judía. En Jerusalén hizo construir un teatro y un anfiteatro, además de un palacio fastuoso dotado de grandes fortificaciones con objeto de que sirviera también de ciudadela para la ciudad alta.

Entre las ciudades que fundó o remodeló Herodes merece destacarse la reconstrucción de Samaría, rebautizada como Sebasté, a la que otorgó un aspecto similar al de otras urbes helenístico- romanas con su correspondiente templo dedicado al culto imperial. Es destacable sobre todo la fundación en el año 22 de la impresionante Cesarea en el emplazamiento costero de la antigua Torre de Estratón, dotada entre otras cosas de un gran puerto. Su terminación se produjo en el año 10-9 a.C.. Esta ciudad tenía un templo dedicado al genio de Augusto y a Roma. También de nueva planta fue la ciudad de Fáselis, así llamada en recuerdo y honor de su hermano Fasael. Otras veces remodeló un antiguo asentamiento para rebautizarlo después: tales los casos de Cafarsaba, llamada por él Antípatris por el nombre de su padre Antípatro, o la reconstruida Antedón, posteriormente Agripio en honor de Agripa, también amigo suyo. Con ello Herodes seguía una vez más los ejemplos helénicos, pues la costumbre de evocar nombres familiares en asentamientos nuevos o reutilizados estuvo muy arraigada en las dinastías macedonias reinantes en los distintos imperios helenísticos (de ahí la abundancia de Laodiceas, Seleucias, Ptolemaidas, Antioquías, Alejandrías, etc.).

Por lo demás, estas ciudades, nuevas o remodeladas por Herodes, incluida Jerusalén, en nada se diferenciaban de las del resto del Imperio en lo que se refiere a edificaciones públicas y religiosas y, como sucedía en ellas, también en las de Palestina se celebraban fiestas y juegos, competiciones atléticas, etc. es decir, espectáculos paganos a los que estaban consagrados parte de las edificaciones mencionadas.

Herodes no se conformó con estas actuaciones constructivas en el interior de su reino, sino que, como hicieran los reyes helenísticos y de acuerdo con su fama de ilustrado, dio abundantes muestras de generosidad en otras zonas del mundo grecorromano, especialmente en lugares tan emblemáticos como Atenas, Antioquía, Quíos, o Rodas, las antiguas ciudades fenicias, etc. Es en esta faceta “evergética”, benefactora, en donde mejor se reconoce al hombre de tendencia filohelénica que era Herodes, cuya proyección en lo relativo a las realizaciones materiales en nada se diferencia de los grandes monarcas del mundo helenístico.

Este mismo aspecto de su personalidad queda de manifiesto en otras dos cosas: era conocida su elevada formación en materias como retórica, filosofía e historia griegas. Ello constituía un signo más de la alta consideración que le merecía la cultura griega, de manera que su conocimiento era motivo de orgullo para él porque lo aproximaba más a los griegos que a los judíos (F. Josefo, Antigüedades XIX 7,3). La segunda era el gusto por rodearse de artistas e intelectuales de lengua griega, como también lo hicieran las grandes personalidades del mundo helénico o helenístico romano de su entorno. El más famoso de ellos fue el sirio Nicolás de Damasco quien, además de historiador, era hombre de gran erudición, interesado por las ciencias y la filosofía, campo en el que se mostró seguidor y estudioso de Aristóteles. Otros griegos ilustres del círculo del rey fueron Andrómaco y Gemelo, tutor éste de su hijo Alejandro.

Sin embargo, respecto a las creencias del pueblo judío Herodes fue siempre prudente y respetuoso. Jamás se le pasó por la cabeza una política de helenización que recordara ni por lo más remoto la de Antíoco IV Epífanes, sino que guardaba respeto por las formas exteriores, procurando aparentar una cierta piedad de acuerdo con la Ley. Incluso cultivó relativamente el buen trato con algunos fariseos de los más respetados. Ahora bien, como afirma Emil Schürer, “el entorno griego del rey, la administración de los asuntos del estado por personas de educación helénica, la exhibición de la pompa pagana en Tierra Santa, el impulso dado al culto helenístico en las fronteras mismas de Judea y en la propia tierra del rey tuvieron más peso que las concesiones hechas al fariseísmo, por lo que, a pesar de estas últimas, su reinado tuvo un carácter mucho más gentil que judío".

Un balance global del período herodiano y de la situación general del reino nos permite observar que realmente la conquista romana de Oriente y la ascensión al trono de Herodes en el 37 a.C. marcaron una nueva era para Judea. Tres circunstancias contribuyeron a este significativo cambio: la creación por Roma de un Imperio universal, la propia personalidad de Herodes y la posibilidad de una tremenda expansión de la diáspora judía.

Respecto a la primera circunstancia, la extensión del Imperio significó ciertamente la supresión de las anteriores fronteras entre los distintos poderes políticos y territoriales del Oriente, lo cual redundó en un aumento del tráfico no sólo de objetos sino de ideas. Israel estaba incluida en esta red y ello la ligó más que nunca al resto de centros urbanos del ámbito próximo oriental.

La segunda fue consecuencia en buena medida de la anterior: la situación de Herodes como rey cliente acompañada por su fidelidad absoluta a Roma (a la que contribuía su no disimulada fascinación por la cultura y la sociedad helenístico romana) conllevó el que promocionara en la mayor medida posible la integración de su territorio en el mundo romano.

La tercera consecuencia de la inserción en un imperio universal fue la tremenda expansión de la diáspora judía. Para épocas anteriores se sabe poco de las comunidades situadas fuera del ámbito de Judea, pero para los años de Herodes y siguientes existe una mayor documentación proporcionada por Filón de Alejandría, Josefo o el Nuevo Testamento. A través de ella podemos conocer no sólo su amplia distribución geográfica, sino también su integración social y política en el mundo y la sociedad en la que se encontraban, pues compartían lengua, nomenclatura, titulaciones oficiales y formas institucionales.

Herodes favoreció la participación de las comunidades de la Diáspora judía en la vida de Jerusalén. A ello contribuyó, sin duda, su reconstrucción del Templo, fuente de inspiración y atracción de muchos visitantes, con la que colaboraban económicamente. No conocemos con exactitud los efectos de esta política, pero debemos pensar que su influencia en la ciudad sería considerable. De hecho para la conformación los orígenes del cristianismo la influencia de estos “helenistas”, cuyo jefe espiritual era Esteban (Hechos de los apóstoles 6-7), fue considerable como hemos destacado en el “post” de días pasados.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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